7 de abril de 2009

La generosidad


Para iniciar este artículo, busco en el diccionario de la RAE la definición de la palabra generosidad, y he de confesar que supera con creces lo que esperaba:

generosidad.
(Del
lat. generosĭtas, -ātis). 1. f. Inclinación o propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad y al interés. 2. f. Largueza, liberalidad. 3. f. p. us. Valor y esfuerzo en las empresas arduas. 4. f. p. us. Nobleza heredada de los mayores.

¡Cuánta enjundia! Habrá que dedicarle más posts a este tema en el futuro. :-)

Si preguntamos a cualquiera cuál es la forma más elevada de generosidad que puede concebir en su mente, seguramente nos responderá: dar la vida por otro.

Morir por otra persona debe ser efectivamente la cota más alta de la capacidad de altruismo, y cualquier madre o padre diría sin dudar que está dispuesto a dar la vida por sus hijos.

En la práctica, sin embargo, la mayoría de las personas no tenemos -afortunadamente- la necesidad de morir por alguien amado, y lo más probable es que muramos de viejos, llenos de achaques y defecando delante de otro en la bacinilla de un hospital.

Pero pensemos en un biosistema armonioso, donde no haga falta que un individuo de la misma especie muera para que viva otro. ¿Cuál sería la forma más sublime que se nos ocurre de "dar la vida"? Es evidente: tener hijos. Embarazarnos, parir, amamantar y criar.

El embarazo es el estado vital de mayor plenitud física que pueda existir, y es pues una forma de generosidad, aunque probablemente uno no lo note, pues las madres seguimos sintiendo al feto todavía como una parte de nosotras mismas. Y lo es. Es nuestro "yo" que se hincha, y se hincha y se hincha, hasta llegar a lo máximo que podamos soportar, antes de advenir al puerperio, donde tendremos que anularnos casi del todo para atender a OTRO.

El parto (natural, propio, consciente y con algún dolor...) probablemente sea el momento cumbre de ese proceso de dar vida, y ha de ser para quien lo experimenta un instante único que la asoma a los límites de su propia consciencia. Digo ha de ser porque yo, como muchas mujeres, no tuve un parto así. Pedí a gritos la anestesia epidural y me abandoné entre cables de control en las manos de una profesional que hizo todo el trabajo por mí. Me lo perdí (al menos como oportunidad de crecimiento personal).

El amamantamiento tiene entonces ya otras connotaciones: el bebé ya es OTRO. Ya tiene sus propios ritmos, sus propias demandas, sus propias necesidades, diferentes de las de sus padres.

¿Y qué es lo máximo que podemos hacer por otro?

Alimentarlo con nuestro propio cuerpo. Después de parir, y antes de morir, no se me ocurre otra forma de generosidad mayor.

Ceder nuestro espacio vital. ¿No estamos dispuestos a ceder parte de nuestro espacio a las personas que queremos? ¿No estamos dispuestos a ceder nuestra habitación, nuestra burbuja corporal, a la persona amada? ¿Y no es el bebé lo que más amamos en este mundo? ¿Por qué hay padres que entonces se ven impulsados a expulsar a su bebé de la habitación, prácticamente desde el primer día que llega a casa? El tema de la habitación es muy importante, pero a eso habrá que dedicarle post aparte.

Ceder nuestro tiempo. Igual que con el espacio, el tiempo es la otra dimensión en que vivimos. ¿Por qué nos sentimos agobiadas por que el bebé nos demanda todo el tiempo? Es un ser dependiente -y nuestro ser más amado, no lo olvidemos-, que hasta ayer estuvo dentro de nuestro vientre, y que aún necesita de nosotros todo el tiempo. ¿Por qué no somos capaces de dedicar durante unos meses -solo durante unos meses de nuestra vida-, nuestro tiempo al ritmo y las necesidades del bebé? Para responder esa pregunta también dedicaremos otro post.

El bebé aún no puede expresar sus deseos, aunque sí expresa algunos: quiere estar en brazos de su mami y succionar todo el tiempo (es voraz, es cierto, a cambio duerme mucho). ¿Qué es lo que quiere pues? Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad para interpretar los signos de otro se da cuenta: quiere ser amamantado.

No es posible negociar con un bebé recién nacido, aunque exprese algunas poquitas cosas. Podemos negociar con nuestros amantes, con nuestras familias, con nuestros jefes, que son personas adultas en condiciones de igualdad con nosotros. (Suponiendo la igualdad, que es mucho suponer).

No podemos saber qué estaría dispuesto a ceder el bebé a cambio de nuestro propio bienestar, por nuestra propia comodidad.

Por eso es tan necesario ser generoso con ellos. Porque podemos.

Y por si acaso.

Por si acaso, esa única pequeñez que le estamos negando, fuera para ellos lo más importante del mundo.



3 comentarios:

  1. La respuesta a muchas de esas preguntas que planteas es la falta de información. Desde hace más de 50 años todo el proceso de parir y lo que viene después se ha deshumanizado. Intervienen muchos factores externos a los papás, no permiten que un acto de la naturaleza se desarrolle como debe ser. Han entrado los aparatos, las máquinas, personas que no conocemos de nada nos atienden en nuestro parto y los únicos que no son protagonistas de esta película somos los papás y el bebé. Simplemente no nos dejan.
    Esto está empezando a cambiar, cada vez son más los papás que saben lo que quieren y lo dicen, aún los miran como si estuvieran locos pero poco a poco lo conseguirán.
    Con la lactancia materna ocurre igual. En mi caso, siempre fue mi deseo dar de mamar a mis hijos y así lo hice, sin embargo, al primero de ellos sólo le di hasta los tres meses, la falta de información, la inseguridad y el miedo, no lo sé, quizá sólo son excusas. Con el segundo me propuse durar más y así fue, cuatro meses. A mi pequeñita le llegué a dar seis meses, gracias a mi amiga Maite que era la única a la que podía recurrir en caso de tener un bajón o una duda, no había nadie más que me apoyara.
    Este tipo de iniciativas son perfectas para las futuras mamás que quieren dar de mamar, encuentran personas como ellas, con las mismas dudas, que las animan a seguir.

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  2. Me encanta leerte cielo, cuando dejas salir todo lo que "se cuece" en tu cabeza, es una gozada, incluso aunque no se esté de acuerdo con lo que dices, y si encima sí lo estás, pues todavía más.
    Aunque en mi caso te diré que no me siento generosa al amamantar, al contrario, me siento egoísta. Ahora que Candela es una "chica independiente", que anda, que corre... incluso que vuela, al darle pecho es uno de los momentos que todavía sigue siendo mi bebé, sigue existiendo ese estado de dependencia total que tenía conmigo cuando solo tenía unos pocos meses, y es una sensación que me llena por completo, y a la que no quiero renunciar... por eso me siento egoísta.

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  3. Gracias, Mercedes. Sé que la respuesta a todas esas preguntas está ahí, donde dices...
    A eso quiero dedicar este blog, a ir poco a poco destripando esos factores.
    Falta de información, inseguridad, miedo... Esas son las razones, y otras más. Y las culpables no somos las madres. Creo que el próximo post tendré que dedicarlo a dejar claro eso. Que ninguna mami se sienta aludida, ni culpable si no ha podido amamantar.
    Tú has sido uno de mis ejemplos, como madre y como ser humano. Te quiero.

    Mami de Candela, eso es, como dijo Kat, "egoísmo del bueno". Egoísmo del que se siente bien dando a los demás. Estamos genéticamente planificados para ese egoísmo, que al sentirte bien tú haces sentir bien al otro.
    Tú no fuerzas a tu hija a darle el pecho, ni le cortas las alas... Ella está volando, y volará cada día más... hasta que un día abandone el pecho para siempre...
    Muchas gracias a todas!!!

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