29 de agosto de 2009

Leche mercenaria

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Reproduzco este artículo con interesantes apuntes históricos sobre la lactancia materna, y sobre la consideración social de las necesidades y derechos de los bebés.

Sólo me permito hacer un comentario sobre la primera frase del texto: si algo habría de "repugnarnos" no es que mujeres pobres se vieran obligadas a abandonar a sus bebés para alimentar a extraños y que muchas veces tuvieran la inmensa generosidad de atenderlos y amarlos como propios, sino que las madres ricas abandonaran a sus propios bebés para que fueran alimentados por otras.

En la leche mercenaria, como en el sexo mercenario, como en la guerra mercenaria... si alguien tiene un problema, ha de ser el que paga, digo yo. Cada uno da lo que tiene.


Leche mercenaria


Por José Miguel Lorenzo Arribas


Abandonar a un bebé propio para ganar dinero amamantando a otro es una práctica que hoy nos repugna. Al margen de su consideración moral, lo cierto es que no fue demasiado infrecuente en la Península Ibérica, ni en el resto de Europa, en aquellos tiempos en que se pagaba por la leche materna, cuando no había sustitutos artificiales.

En la Edad Media, la nobleza hacía de la lactancia mercenaria un símbolo de su prestigio. Pagar a una nodriza, que solía vivir durante el tiempo que desempeñara su función en la casa de la recién agrandada familia, era un artículo de lujo. La nodriza era reclamada no por imposibilidad de la madre biológica de asumir esa función alimentadora, sino por la asunción de una práctica social que así estableció la norma. Al margen de los beneficios nutritivos que conllevaba alimentar con leche materna, que se cuantificaría siglos después, no valía cualquier mujer por el solo hecho de tener leche, ya que también primaba una consideración moral, por la creencia en que a través del líquido recibido el lactante no solamente adquiría el alimento físico necesario, sino que se transmitían también cualidades espirituales, creencias... Los moralistas legislaron en este sentido, tratando de evitar que madres, por ejemplo, judías o musulmanas, dieran el pecho a la prole cristiana. Había mujeres con «mala leche», y no precisamente porque fuera menos alimenticia. No era una cuestión de defecto de nutrientes, sino de prevención y prejuicio, ya que, advierte todavía hoy la sabiduría popular, «de lo que se come, se cría».

La medicina, por su parte, creía en la existencia de un esperma femenino, como expuso san Alberto Magno, superando la versión aristotélica que lo negaba. Según las teorías bajomedievales, desarrolladas con éxito en la región italiana de Salerno, las mujeres producían dos emisiones diferenciadas: el esperma, que se producía de la misma manera que en los hombres, y la sangre menstrual como residuo. La mujer, «varón imperfecto» en la lectura aristotélica (esta teoría, en cambio, no se abandonó) por un defecto físico constitutivo no llegaba a transformar por cocción dicho esperma a causa de su falta de calor, y explicaba que en la época del embarazo pudiera así alimentar al feto, transformándose el esperma en leche una vez nacido el niño.

Los seres humanos en sus primeros años de vida han sido, como sujetos historiográficos, reivindicados hace poco tiempo. Ahora ya tenemos disponibles algunas «Historias de la Infancia» que demuestran cómo esta categoría, la infancia, es un descubrimiento de la Contemporaneidad. No había muchas contemplaciones antes para con los más pequeños de la casa. Muchos siglos han tardado las niñas y los niños en adquirir ese estatuto, en ser considerados sujetos de pleno derecho. Todavía, en muchas partes del mundo, estos pequeños seres humanos distan mucho de ser reconocidos como tales. Evidentemente, no sólo por una cuestión de edad. Cuando crezcan, los que lleguen a crecer, no les esperan unas expectativas mucho más allá.

Se van haciendo avances. De todo esto, con un sentido muy posibilista, también el refranero ha dejado su sentencia: «El que no llora no mama», al margen de la mayor o menor consanguinidad o moralidad de la teta nutricia que se arrime a la pequeña boca para saciarla.


Tomado de:

http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/enero_08/10012008_01.asp

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