7 de octubre de 2009

La nostalgia del "cachete a tiempo"


Por Ileana Medina Hernández

Hasta ahora, a lo largo de la historia que conocemos, los niños se han criado con un poquito de afecto, y otro poco -u otro mucho, en cantidades variables- de autoritarismo, golpizas, bofetadas, miedo, abandono, soledad, incomprensión.

Cuando la madurez democrática nos ha llevado a abandonar el autoritarismo como forma de convivencia en casi todas las instancias sociales, muchos piensan que es la falta de autoridad (la falta de normas, la falta de límites, la falta de exigencia, la falta de un "cachete" a tiempo...) la que hace que surjan niños "tiranos", niños caprichosos, niños sin respeto.

Parece que hay una "añoranza" generalizada de la autoridad. En parte, por una percepción falsa de que "todo tiempo pasado fue mejor" (alentada por los medios de comunicación que hacen desproporcionadamente visibles las desgracias y lo sucesos violentos) y en parte, por la inseguridad y el miedo que acompañan la agitada y despersonalizada vida urbana de hoy.

Pero me temo que no es la autoridad, sino el amor, el respeto, la atención y el tiempo compartido, lo que hace innecesario el autoritarismo para que surjan niños respetuosos y felices. Puede que antes hubiera más respeto, pero basado en el miedo. Un respeto falso, hipócrita, que deja detrás frustraciones, inseguridad, resentimiento, baja autoestima.

Parece escucharse en todas partes que los niños necesitan más límites, más normas, incluso un "cachete a tiempo, que a todos nos dieron y no nos traumatizamos por ello". El trauma está ahí, sólo que no lo vemos. Es inconsciente. Nuestra dignidad lesionada de por vida. El mero hecho de que justifiquemos la violencia y estemos dispuestos a repetirla con nuestros hijos: esa es la peor consecuencia. 

Me atrevería a afirmar que la mayoría de las veces que un adulto pega a un niño, lo hace súbitamente. No pega "razonadamente", porque el niño lo necesite "por su bien". Algo nos "desborda" y pegamos. Pero los desbordados somos nosotros, no porque el niño "lo merezca" o lo necesite para su educación. Después que hemos pegado, entonces buscamos una excusa para quedarnos contentos con nosotros mismos: que si lo necesita, que si son necesarias las normas, que si el mundo no es idílico, que si la vida es así y no va a vivir en una burbuja, que si es "por su bien"... Lo que hemos oído de nuestros mayores, que a su vez hicieron lo mismo con nosotros. Cuando maltratamos a otro no es porque el otro "lo merezca", es porque nosotros mismos estamos impotentes y rabiosos; la carencia es nuestra, no del otro. No es porque el niño "lo necesite" o "se haya pasado de la raya". Eso es, por ejemplo, lo mismo que dicen los maridos maltratadores de sus mujeres: "se lo merece, me ha sacado de quicio, ha actuado mal, tiene la capacidad de sacar lo peor de mí".

¿Y si, por casualidad, resultara que no hay niños que nazcan "buenos y tranquilos" y otros que nazcan "rebeldes y tercos" y necesiten "una buena colleja"? ¿Si resultara que esa tranquilidad se va formando desde el momento en que nacen (o desde que los concebimos), cuando les damos brazos, pecho, contacto, cuando las madres podemos relajarnos, podemos respetar la demanda de los bebés, podemos ofrecer nuestro espacio, nuestro tiempo y nuestro cuerpo a los bebés sin agentes externos que nos lo impidan?

¿Si resultara que la cadena del amor comenzara desde el embarazo, y sigue con la primera crianza, y llegara a hacer innecesario todo tipo de violencia?

Es el amor y no la autoridad lo que hace a los hombres buenos.

Como nunca a lo largo de la historia los niños han sido criados con demasiado amor (con amor real, que el niño pueda percibir como tal, no con el que creemos sentir dentro de nosotros), lo único que algunos pueden echar de menos es la autoridad, la mano dura.

Como parece imposible pedir a los adultos que sean capaces de amar más y mejor, con MÁS TIEMPO COMPARTIDO con nuestros hijos, con más generosidad, con más disponibilidad, con más respeto hacia sus necesidades... entonces se elevan las voces pidiendo más "autoridad". No se puede pedir a nadie que dé más amor... cada uno da lo que tiene.

El amor es el gran "tabú": parece que no tiene nada que ver con la ciencia, la economía, la academia y la política, las cuatro grandes "legitimadoras" de la sociedad actual. El amor se ha quedado recluido tras los muros de la religión (cuyas instituciones están en decadencia), difuso en los vericuetos del arte o escondido en la intimidad de las alcobas... fuera de toda discusión pública y de todas las políticas sociales. Sin embargo, es fundamental para comprender la educación, la crianza y las funciones primarias de la familia.

Los niños aprenden a respetar siendo respetados, aprenden la empatía siendo tratados con empatía, aprenden a amar siendo amados.

La autoridad es un mal necesario para atajar las aún peores consecuencias de la falta de amor. Se ha resquebrajado la autoridad: aprovechemos para amar mucho más, tangiblemente, cotidianamente, concretamente.

7 comentarios:

  1. Hola! enhorabuena por este magnífico blog, realmente de acuerdo con todo lo que expresas. Esta semana en el programa Redes de la 2, se hablaba sobre la importancia del período prenatal y las primeras semanas de vida de los bebés, de cara a su desarrollo afectivo y neurológico, y lo hacían con expertos científicos en la materia, tal vez sea ésta la única forma de que algunas cabezas cerradas se abran al amor hacia los demás

    ResponderEliminar
  2. EL AMOR, que grande y que necesario. Todos hablan de él, todos se sientes enamorados alguna vez en la vida... el amor hacia nuestros hijos, el más grande, debería traducirse a la hora de educar como tan excepcionalmente cuentas en empatía, paciencia,generosidad... nunca en ese injustificado maltrato que tanto daño irreparable causa.

    Que sabía eres Ileana! siempre tan reflexiva y acertada! me queda tanto que aprender!

    Besos.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, anónimo, tienes mucha razón. La ciencia, con la neurología en punta, está trabajando y demostrando la relación entre la formación del sistema neuronal y el afecto recibido en la etapa primal y en la primera infancia. Y la labor de Eduardo Punset divulgando los últimos estudios científicos sobre el amor, las emociones, la felicidad... etc es muy encomiable.

    El programa de Redes puede verse aquí:

    http://www.rtve.es/alacarta/ultimos/index.html#598988

    Gracias, Miriam, no soy sabia, solo soy, como tú, aprendiza dejándome guiar por lo que mi hija va enseñándome.

    Cariños a todos!!!

    ResponderEliminar
  4. "Me atrevería a afirmar que la mayoría de las veces que un adulto pega a un niño, lo hace súbitamente. No pega "razonadamente", porque el niño lo necesite "por su bien". Algo nos "desborda" y pegamos. Pero los desbordados somos nosotros, no porque el niño "lo merezca" o lo necesite para su educación."
    NO hace falta casi decir que estoy absolutamente de acuerdo contigo. Pero me da miedo el día de mañana no saber actuar diferente. Yo sólo he recibido algún que otro azote en el culo, tampoco era una niña problemática, pero ya te digo, me preocupa no tener más recursos cuando llegue el momento...

    ResponderEliminar
  5. Caro, pasarte puede pasarte, puede pasarle a cualquiera...

    Lo mejor creo que es evitar las circunstancias favorables a la violencia, creando un clima permanente de comunicación, afecto, respeto y sinceridad con el niño.

    Pero si algún día llega a pasarte, puntualmente, lo segundo mejor es no intentar justificarlo: saber que está mal y pedir disculpas al niño por tu exabrupto, decirle que está mal, que mamá se vio desbordada y que eso no se hace. Te aseguro que tratado así, el niño comprenderá, y no tendrá secuelas mayores.


    Un abrazo, Caro, Luna!!!

    ResponderEliminar
  6. Uy,... pues eso ya lo hago... ya le he pedido perdón unas cuantas veces... sobre todo por enfadarme con él, cuando la cosa iba con otro (grrrrrrrrr)
    Por cierto... tienes un premio en mi blog!! cuando quieras ven a por él. Más besototes!

    ResponderEliminar