25 de mayo de 2009

La 'posmaternidad'



Por Ileana Medina Hernández



Por comparación con la posmodernidad y el posfeminismo, podríamos acuñar hoy en día el concepto de "posmaternidad". No para referirnos al período posterior al parto, sino para referirnos a una nueva forma de entender la maternidad en el siglo XXI.

La maternidad ha cambiado, como la vida misma de las mujeres que arribamos a la contemporaneidad, sintiéndonos dueñas de nuestros destinos y de nuestros cuerpos, e inmersas en modelos familiares y laborales bien distintos de los roles tradicionales.

Si los primeros feminismos luchaban por la incorporación de la mujer al trabajo, y por el reconocimiento de nuestros derechos a la igualdad total entre los sexos, hoy, aunque todavía tenemos que luchar contra muchas formas de discriminación, empezamos a darnos cuenta también de que la igualdad no es posible si no se nos reconocen nuestros derechos a la DIFERENCIA, el respeto de nuestros derechos como paridoras-criadoras, que van unidos a los derechos de los bebés a recibir la mejor alimentación (la leche materna) y la presencia y corporalidad de su madre durante al menos el primer año de vida.

Las nuevas madres 'posmodernas' o mujeres 'posmaternantes' nos caracterizamos por muchos o varios de estos aspectos:

  • Madres tardías, que hemos pospuesto la maternidad más allá de la treintena, una vez alcanzados los objetivos de estabilidad laboral y personal. Estos hijos son escasos, planificados y deseados.
  • Alto nivel cultural, cualificación profesional, estudios universitarios, maternidad "intelectualizada", búsqueda de información sobre maternidad en libros, revistas, internet... en lugar del mero acatamiento de las instrucciones de un pediatra o de las abuelas.
  • Regreso al paradigma de la "crianza natural". La propia capacidad para buscar información más allá de la inmediata que aporta el entorno, la madurez sociológica de las clases medias, y la reconciliación con los arquetipos de la femineidad nos permite a las mujeres posmaternantes encontrarnos con (en) una amplia literatura y fuentes de internet que nos ayudan a conectar con los valores de la crianza natural: parto respetado, lactancia materna a demanda, colecho, crianza en brazos, alimentos ecológicos, etc.
  • Conciencia ecológica: utilización cada vez más frecuente de alimentos 'eco' y 'bio', productos de higiene naturales, pañales reutilizables, juguetes de madera, materiales orgánicos y artesanales, etc. La llegada del bebé nos permite conectarnos con nuestro lado más profundo de cuidadoras-nutridoras, y dedicarnos a la búsqueda de los alimentos y productos más sanos posibles para el niño, y a la vez, para toda la familia.
  • Madres foreras y blogueras: el uso de las nuevas tecnologías, la nueva cultura en red. El debilitamiento de las redes familiares tradicionales (madres, abuelas, hermanas, vecinas...) que vivieron la "cultura del biberón" y que no coinciden con nuestro modo de entender la maternidad, y que muchas veces viven a largas distancias, ha sido sustituido por la aparición de gran cantidad de sitios web dedicados a la maternidad, foros, blogs, redes sociales, y modos de apoyo en red que permiten a las madres de similares inquietudes compartir conocimientos y experiencias, formando "tribus virtuales".
  • Madres en solitario, homosexuales, con matrimonios sucesivos o en parejas de hecho, con modelos familiares distintos del matrimonio tradicional, y en familias nucleares muy reducidas.
  • Influencia política. Hoy es posible, desde dentro del sistema económico-productivo, la exigencia de nuevos derechos laborales y de nuevas formas de organización del trabajo (que no podían permitirse las feministas de los años 60 y 70, cuando lo importante era lograr la incorporación de la mujer al sistema) , que permitan bajas maternales remuneradas más largas, protección de la vuelta al trabajo de las madres, una verdadera conciliación de la maternidad y el trabajo, y una consideración social más alta de las labores de la crianza.
  • Orgullo renovado del cuerpo maternante, no como mero "mecanismo reproductor", sino como sentido primario de la sociedad, como derecho femenino, y como experiencia enriquecedora y única, que no tiene por qué ser "obstáculo" para el desarrollo laboral ni intelectual de las mujeres, sino todo lo contrario. Varios estudios científicos recientes (muchos de ellos citados por la premio Pulitzer Katherine Ellison en su conocido libro "El cerebro de mamá") demuestran que el cerebro femenino se ve altamente beneficiado por la maternidad. Si se tomaran las medidas sociales protectoras necesarias, que a su vez redundan en beneficio de los bebés (o sea, de toda la sociedad y su futuro), la maternidad y la capacidad laboral de las mujeres son perfectamente compatibles.

20 de mayo de 2009

Lo que el llamado método Estivill NO ES.




Por Ileana Medina Hernández


No voy a dedicar un post al llevado y traído método conductista de adiestramiento para "enseñar a dormir" a los bebés, desarrollado inicialmente por un tal Dr. Ferber, y publicado en España por el Dr. Estivill y la periodista Silvia de Béjar (Si Ferber lo desarrolló y De Béjar escribió el libro, ¿por qué lo llamamos Estivill?)

Mejor pronuncio lo que este método NO ES:

No es compañía, no es afecto, no es presencia, no es comprensión, no es tolerancia, no es generosidad, no es complicidad, no es saber ponerse en lugar del otro, no es respeto, no es naturaleza, no es conocimiento, no es amor...

Así que ya sabemos de qué lado está el famoso método. No merece más comentarios.

No hay que demonizar el método, ni el libro, ni a sus autores. En todo caso tendríamos qué preguntarnos cuáles son las causas por las que tantos padres consideran que esa manera de hacer las cosas, encaja con sus necesidades y su forma de criar. Preguntarnos en qué tipo de sociedad triunfa un método como ese.

De todos modos, creo que hay razones para ser optimistas.

Al fin y al cabo, en fechas tan recientes como el siglo XIX, en Europa hasta un tercio de los recién nacidos eran asesinados o abandonados por sus propios padres (Wissow, L.S., 1998). El filicidio, el infanticidio, la sodomización y el maltrato físico a los bebés y niños ha sido hasta hoy algo frecuente en casi todas las culturas.

Ante un panorama histórico tan desolador, un método conductista para enseñar a los bebés a dormir solos porque su llanto no va a ser atendido, parece un mal menor. Parece que efectivamente, nos vamos acercando a una sociedad cada vez más respetuosa con los bebés, o sea, consigo misma.

15 de mayo de 2009

El gen de la "mala leche"

Por Ileana Medina Hernández





Para Marga V y Miriam R,
madres sabias.

Según el dogma católico (Catecismo de 1992, CEC 404-419), "el pecado original, en el que todos los hombres nacen, es el estado de privación de la santidad y de la justicia originales. Es un pecado «contraído» no «cometido» por nosotros; es una condición de nacimiento y no un acto personal. A causa de la unidad de origen de todos los hombres, el pecado original se transmite a los descendientes de Adán con la misma naturaleza humana, «no por imitación sino por propagación». Esta transmisión es un misterio que no podemos comprender plenamente."

Como vemos, la doctrina de la Iglesia Católica, basada en el mito bíblico del pecado original, defiende que el "mal", el pecado, la violencia, es una "condición de nacimiento", un estado en el que nacemos todos los hombres. Los seres humanos seríamos innatamente malos.

El sacramento del bautismo cristiano tiene su fundamento precisamente en esta creencia, ya que el bebé, nacido pecador, necesitaría el antídoto del bautismo -la presencia de Dios, el bien- para no desarrollar ese mal que innatamente ha contraído.

Esta postura, muy extendida en la civilización occidental, ha sido defendida por muchos filósofos y pensadores a lo largo de la historia: desde la conocida frase de Hobbes: «el hombre es lobo para el hombre», hasta Freud o Malthus. La larga historia de guerras, genocidios y terrorismo parece además darles la razón.

Sin embargo, el Catecismo no puede explicar cómo ese pecado original se transmite a todos los descendientes de Adán, lo cual sería un «misterio».

Desde el punto de vista científico, pensaríamos inmediatamente en una transmisión genética. Existiría un gen responsable de ese mal, que todos heredaríamos. Algo biológico, que estaría presente también en los animales.

Todos los defensores de la "violencia innata" han buscado sus orígenes en la naturaleza, en el mundo animal. Otros analistas recalcan que las formas de violencia organizada y gratuita que se ve en los seres humanos, no existe en el resto del reino animal. El ensañamiento y la violencia gratuitas, el placer de matar o de dominar al otro (un adolescente que apalea a un mendigo en la calle, por ejemplo), parece algo propio únicamente del ser humano, de algunos seres humanos. "La razón engendra monstruos", dijo Goya. Y de hecho, el propio mito bíblico relaciona el conocimiento (la razón) con el mal, serían adquiridos al mismo tiempo.

Probablemente separar el análisis entre mundo "animal" y mundo "humano", sea falso. No hay quizás ninguna cualidad que sea única y exclusivamente humana. Los científicos descubren cada día más cualidades supuestamente humanas que también están presentes en otros animales, sobre todo en otros primates. Los antrópologos tienen cada vez más dificultad para definir cual puede ser "el primer hombre" (cada vez lo encuentran más "atrás"). Al final, será un "convenio": a "esto" le vamos a llamar hombre. En realidad, la evolución de las especies es un continuum, y probablemente sea más correcto decir que las cotas más alta de violencia se ven entre los humanos, aunque también exista en otros animales.

Además, si abrimos la definición de violencia más allá del maltrato físico, y aceptamos la existencia de una violencia psicológica, mucho más frecuente y base de aquella, tendremos que reconocer que los hombres tenemos entonces muchas más posibilidades de ser violentos.

Apropiándonos de la definición de violencia que da Laura Gutman en su libro Crianza. Violencias Invisibles y Adicciones (Editorial Del Nuevo Extremo, 2006), podemos entender por violencia "la imposibilidad de que coexistan dos deseos diferentes", lo que le da una dimensión inequívocamente humana.

Supongamos incluso que pudiera haber un componente genético. Que todos los seres humanos naciéramos con un gen del "bien" y otro del "mal, o con la predisposición para hacer el bien y el mal, venga de donde venga. ¿Qué sería entonces lo que permite que esa predisposición se expanda y se desarrolle? El entorno. La crianza.

El psiquiatra Luis Rojas Marcos, uno de los mayores expertos en gestión de salud pública del mundo (conocido además por ser el responsable del sistema sanitario de Nueva York en el momento del atentado contra las Torres Gemelas) en su libro Las semillas de la violencia, Premio Espasa de Ensayo 1995, explica:

"Un dato a considerar a la hora de estudiar las semillas de la violencia es la gran plasticidad del cerebro humano, o la capacidad de transformarse en respuesta a estímulos del entorno, en especial durante los primeros doce años de vida. En este período de tiempo, el cerebro casi se cuadriplica de tamaño.

(...)A los pocos días de nacer, las criaturas normales ya se relacionan activamente con su entorno y se adaptan a los estímulos externos. Desde estos primeros instantes, si sus necesidades biológicas y emocionales se satisfacen razonablemente, los pequeños comienzan a desarrollar el sentido de seguridad en sí mismos y en los demás. Si, por el contrario, sus exigencias vitales son ignoradas, muchos tienden a adoptar un talante desconfiado, temeroso y agresivo."

He destacado los primeros 12 años de vida. El cerebro del niño crece cuatro veces de tamaño en ese tiempo. El cerebro se está formando, y en su formación incidirán todos los estímulos que el bebé reciba desde el primer minuto del nacimiento, incluso desde la etapa prenatal (es lo que se conoce como neuroplasticidad). Si esos estímulos son violentos contra sus necesidades básicas (que como hemos reiterado para un bebé son muy simples: leche y contacto maternos), es lógico que la formación de ese cerebro no sea igual en un niño que ha recibido amor y ha visto sus necesidades satisfechas, que en un niño que es criado fuera de ese espacio cálido maternal.

"El amor satisfecho conduce a la autoestima, a la generosidad y a la capacidad de amar. El amor frustrado produce inadaptación, amargura y odio." dice en otro lugar Rojas Marcos.

El amor para los bebés es la presencia de su madre, el cuerpo materno, el contacto y el cariño que recibe cada día. Eso es lo que establece las bases para que vaya madurando seguro, para que a los 5 años sea un niño tranquilo, a los 12 no sea un adolescente problemático, a los 20 sea un joven solidario, a los 40 sea un adulto centrado y generoso. Las bases de todo están en la primera infancia, cada etapa se construye sobre lo que se ha recibido en la anterior.

Muchos otros autores y estudios (Michel Odent, Casilda Rodrigáñez, Rosa Jové, Nils Bergman, Margaret Mead, J W Prescott, A N Schore, Lloyd de Mause...) han demostrado la importancia de la neuroplasticidad, y han hecho notar la correlación entre la "ausencia de unión con la madre" y diferentes trastornos psicológicos y el comportamiento criminal y violento.

El bautismo cristiano como "antídoto" de la maldad tiene un fuerte componente simbólico. Efectivamente, los bebés necesitan un ritual que los proteja del mal. Ese ritual es el amor. Y fundamentalmente el amor y el cuerpo de la madre. De hecho, el cristianismo exime a María del pecado original, la redime y la deja "inmune de toda mancha de pecado original".  La poner virgen y pura, tergiversando el sentido original y a la vez ocultándolo, como casi todo en las sagradas escrituras.

Muchas expresiones populares demuestran la relación de la violencia con la falta de cariño y cuidado maternos: fulano "no tiene madre" o fulano es un "hijo de puta" (suponiendo que las putas no tienen tiempo para atender a sus hijos), o "se armó tremendo desmadre".

En España, la frase "mala leche" significa mal humor, mal carácter, predisposición a la violencia. En varios países latinoamericanos significa tener mala suerte. La palabra "leche" no es inocente en ninguno de los dos casos. Esa leche es la leche materna. Para los españoles, el que tiene "buena leche" es una persona con buen carácter, generosa, bondadosa. Para los latinoamericanos, el que tiene "buena leche" o "mucha leche" es un afortunado.

13 de mayo de 2009

La culpa de Eva


(Una respuesta al Doctor Carlos González)

Por Ileana Medina Hernández

"Y el Señor Dios dijo a la mujer:
Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos;
darás a luz a tus hijos con dolor.
Sentirás atracción por tu marido,
y él te dominará".

Génesis 3:16



En el capítulo 22 de su libro Un regalo para toda la vida. Guía de la lactancia materna (Editorial Temas de Hoy), el pediatra Carlos González hace un magnífico análisis sobre el hecho por él constatado de que las madres siempre nos sentimos "culpables".

Reproduzco aquí el fragmento, para que podamos tener una idea:

(...) Cuando la mujer se convierte en madre, parece que el sentido de culpabilidad se agudiza, y no solo en lo referente a la lactancia. Atiendo el consultorio de una revista, y muchas de las cartas hablan explícitamente de culpabilidad. Muchas madres se sienten culpables no por cosas que han pasado, sino que podrían haber pasado.

(...)Según el proverbio, quien hace lo que puede, dice lo que sabe y da lo que tiene, no está obligado a más. Pero el sentimiento de culpa no entiende de lógica; Beatriz se siente culpable de haber estado mal informada (en vez de echarle la culpa a quienes la informaron mal): “Soy una mamá de una niña de un mes que amamanto a pecho y a biberón, por una falta clara de información a tiempo (mea culpa)”

(…) Las madres consiguen sentirse culpables por lo que hacen mal, pero también por lo que no hacen, por lo que hacen otras personas e incluso por lo que hacen bien: Julia ha recibido tantas críticas por coger a su hijo en brazos y malcriarlo "que incluso me he llegado a sentir culpable de quererle tanto".


"Si se sienten culpables por casi todo, ¿a quién sorprende que se sientan culpables por no dar el pecho? Laura ha llegado a sentirse culpable porque sí da el pecho: "No sería mejor suspender la lactancia, a mi pesar, porque realmente la niña esté alimentándose de mis nervios, depresiones, etc. y no la estoy favoreciendo nada con mi leche?" Isabel, porque le da a su hijo pecho siempre que quiere, a pesar de que el pediatra le ha dicho que dé el pecho sólo dos veces al día: “El caso es que me siento un poco culpable por desobedecer a mi pediatra”. Montse, que mete a su hijo en la cama cuando llora por la noche, se alegra de haber leído mi libro Bésame Mucho: "Tras leer su libro, me siento menos culpable (maldita palabra)". Pero no me atribuyo ningún mérito; me consta que otras madres, que habían dejado llorar a su primer hijo, se han sentido culpables al leer mi libro."

"El caso es que las mujeres en general, tienden a sentirse culpables de muchas cosas, al menos en nuestra cultura. Ignoro si una cosa es genética o puramente cultural (es decir si son realmente así, o las enseñamos desde pequeñitas), pero algo hay.

La pregunta clave sería entonces: ¿Por qué nos sentimos culpables con tanta facilidad las mujeres, y más aún las madres? González se pregunta si es algo biológico o cultural. Y deja la pregunta abierta.

Pensar la culpabilidad femenina nos impulsa fácilmente a "caer en la tentación" de partir de la culpa de Eva, de la culpa primigenia y femenina por antonomasia.

¿De qué fue culpable Eva?

Como es conocido, según el mito bíblico, Eva fue culpable de desobedecer a Dios, probando el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal.

El pecado sería pues el conocimiento, la conciencia, la cultura... todo aquello que nos separa de la naturaleza. El pecado original sería inherente al ser humano, desde el mismo momento en que SABE, que adquiere conciencia de sí mismo, y por tanto se separa de la naturaleza para entrar en la CULTURA, y con ello en las reglas sociales, las normas, el "bien" y, por tanto también, el "mal". Al ganar el conocimiento el hombre quiso "ser Dios" (esa es la culpa) pero a la vez, pierde la inocencia, y gana también la maldad (es la propia serpiente, el maligno, quien la induce a ello).

La otra interpretación habitual que se ha dado al pecado original es la sexual, la conciencia de la desnudez, de la atracción por el otro sexo, y por tanto, la sexualidad convertida en "deseo", la libido, la lujuria, el sexo más allá del fin meramente reproductivo.

La pecadora es, sin embargo, Eva, la atrevida, la que toma la iniciativa. (¿El varón hubiera seguido sumiso a Dios, y por tanto, ignorante?). Curiosamente es también la que tiene el vientre para parir. Tal actitud de seguridad no parece digno de una novata, más bien parece aludir a un camino antiguo, a un tiempo anterior a la escritura (anterior a la "sagrada" escritura, al propio antiguo testamento) en que la mujer ostentara la iniciativa, ascendiera hasta "retar a Dios", hasta querer apropiarse del conocimiento sagrado y compartirlo con el varón (¿se entera entonces el varón de cuál es su papel en la reproducción?).

¿Sería entonces el instante en que comparte ese conocimiento con el varón, en el que surge su culpa, y como consecuencia su castigo: el hombre te dominará, sufrirás en el embarazo, y parirás con dolor?

Es evidente que el momento del surgimiento del relato bíblico (que no del surgimiento del mundo) es el mismo instante de tiempo en que se fundan los cimientos de nuestra "civilización": la escritura (la historia), el patriarcado y la religión monoteísta.

Es el conocimiento (entendido como separación de la naturaleza, escritura, lógica, historia, racionalidad...), de la mano del patriarcado, el que separa a Eva de la comunión con su propio cuerpo y con la naturaleza, pierde el control sobre sus ciclos femeninos, y comienza su declive: el sometimiento al varón, la esclavitud, la cacería de brujas... La polarización total del mundo hacia el lado masculino, racional, científico, productivo y, también, violento.

Las mujeres perdimos nuestra autoestima, y en su lugar, se instaló la inseguridad, y por tanto la culpa (como sensación de que podías haberlo hecho "mejor"). Cuando se actúa según la naturaleza, no hay "mejor" ni "peor", que son valoraciones racionales.

No es pues genética (natural) la culpabilidad de la mujer, es el síntoma de un malestar (podríamos decir que de un "malestar en la cultura" para tomarle el título a Freud, aunque la interpretación es exactamente la contraria, como analizaremos en otro post). De un malestar en la cultura -machista-, que no nos permite conectarnos con nuestro cuerpo, ni con nuestros procesos reproductivos de la forma en que la naturaleza ha previsto para nosotras.

Como bien dice González, la culpabilidad aumenta cuando somos madres. Biológicamente, la responsabilidad de la crianza es y sigue siendo de la mujer (es la única que tiene útero y pechos). Pero culpa no es lo mismo que responsabilidad. Si somos responsables, y hacemos las cosas como queremos, o como mejor sabemos, no existe la culpa.

Creo que la culpa viene de que la madre no pueda precisamente desarrollar ese vínculo biológico, no pueda ser dueña de su parto (el parto ha quedado en manos de hombres "científicos" que controlan, nos ponen en posición horizontal, abren, pican y nos separan inmediatamente del bebé... "parto con dolor"), que la madre no pueda ser libre para cuidar a su cachorro como desea, hayamos "olvidado" amamantar, sentirnos libres para seguir nuestro instinto.

Las mujeres nos hemos "masculinizado", entrado en el mundo racional del conocimiento, la ciencia, la productividad, la competencia, el ascenso social... Todo eso que se interpretó por los primeros feminismos como "liberación". Y que es un paso necesario para el desarrollo social, pero no puede ser el definitivo.

No puede ser definitivo porque, tal como está organizado el mundo social-laboral-productivo, nos incapacita para atender a las crías, para darles el cuerpo, la leche, la presencia, la mirada, el calor que los bebés necesitan para nutrirse, para formarse como seres seguros, que puedan ser personas plenas e independientes en el futuro, llenos de amor que luego puedan ofrecer a su vez a sus descendientes.

Como consecuencia, los bebés frágiles y necesitados van a guarderías desde los 45 días, son alimentados con leches artificiales, son expulsados a dormir en solitario desde el primer día de nacido, pasan el día en cochecitos, hamaquitas y artefactos de plástico, carentes de la corporalidad materna que es el único signo que ellos pueden entender del amor... Y lo que es peor, seguirán siendo adultos necesitados y pobres de autoestima, buscando salvarse siempre en el consumismo, en la violencia, en las adicciones o en la feroz competitividad social.

Las madres - muchas madres tardías, profesionales, que antes de serlo hemos construido nuestro propio "yo" en el mundo de la universidad o la competitividad productiva- nos sentimos perdidas y desbordadas cuando tenemos un bebé en brazos que solo demanda todo el día leche y brazos, fuera del tiempo y del espacio sociales. Y en medio de nuestro desvarío, de nuestra propia inseguridad, de nuestro maltrecho espacio emocional, incluso llegamos a defender como propias las teorías que propugnan "dejar llorar a los niños".

Es precisamente la frustración, la imposibilidad de construir sanamente ese vínculo madre-bebé, vivido como conexión biológica, lo que hace que aflore la CULPA. La incomodidad que sentimos entre lo que dicta la sociedad, y lo que sentimos nosotras. La contradicción naturaleza-cultura se vuelve terriblemente insoportable en la madre puérpera.

Por eso nos sentimos culpables -o atacadas, que es lo mismo- todas: las que amamantamos, las que decidimos o podemos quedarnos en casa, las que optamos por una crianza más natural y conectada con nuestro bebé (y vemos que un amplio sector social nos critica por ello, y nos vemos obligadas de mil maneras a reincorporarnos de inmediato al mundo laboral), y también las que deciden "voluntariamente" no amamantar y reincorporarse inmediatamente al trabajo, porque incluso sin saberlo, a nivel inconsciente, algo profundo, muy profundo, se remueve en su interior.

6 de mayo de 2009

Amamantar y autoestima (I)


Por Ileana Medina Hernández

El otro día me tropecé este artículo, publicado por la COPE. Tienen toda la razón (por una vez), aunque la foto de ese enrejado solitario invita a pensar que quizás hubiera sido mejor decir: la falta de autoestima comienza en la cuna (que es lo mismo, pero no es igual).

La autoestima es la percepción y valoración que tenemos de nosotros mismos, y se construye a lo largo de la vida -desde el primer minuto del nacimiento- a partir del cariño, el afecto y la valoración que recibimos de los demás. No es tener un gran "ego", como algunos piensan (una persona narcisista en realidad tiene una pobre autoestima que necesita reforzar constantemente demandando la atención de los demás, probablemente porque no recibió suficiente atención de pequeño). Autoestima es tener una psiquis saludable, apreciarnos, saber que somos tan valiosos como cualquier otro, amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás.

Ya explicamos en otro post, que para un bebé, el único modo de saberse querido es recibiendo atención, contacto físico directo con su madre y familiares, para un bebé amor es igual a corporalidad. Un bebé no puede interpretar otros signos de amor que no sean el apego constante de su cuidador, estar en brazos, sentirse seguro y protegido en contacto con el cuerpo de su madre.

Si habláramos de una "semiótica del amor", los únicos signos a los que el bebé puede dar sentido son los signos corporales: presencia, contacto, sonrisas, caricias, masajes, movimiento, calor corporal, voz de mamá... El maravilloso decorado de la habitación, o que mamá "se sacrifica por él" yendo a trabajar cada mañana, o lavando su ropa, o comprándole muchos juguetes, pueden ser también "signos de amor", pero que el bebé aún no puede comprender, no puede darles sentido.

Es lo que el bebé espera: continuar en un ambiente lo más parecido al vientre materno. Todo acto diferente, desde que lo lleven en el paritorio a hacerle pruebas médicas, hasta que lo dejen llorar "porque ahora no puedo atenderte", o porque "ya estás limpio y comido, qué más quieres", son interpretados por el bebé como abandono, como carencia, que empieza a darle indicios de que el mundo no es un lugar bueno para él, de que las demás personas no son buenas con él, y que insisten constantemente para que en lugar de estar en el regazo de su mami chupando una teta calentita, permanezca tranquilo en una cuna succionando un pedazo de plástico.

La lactancia materna no es el único modo de dar contacto a un bebé, pero su mecanismo garantiza que el bebé permanezca el tiempo suficiente, el que el bebé desee, junto al cuerpo de su madre. La producción de leche depende de la succión, y la demanda de succión del bebé es continua, no cada 3 horas ni cada 4, el bebé no sabe de horas, puede que quiera dormir a la hora que le "toca" comer, y se despierte media hora después buscando mamar... El alimento y el contacto son inseparables. Alimento y afecto son para el bebé la misma cosa: la teta de mamá.

Y es la satisfacción de esa necesidad en la primera infancia lo que hace que el niño vaya madurando seguro, independiente, con una autoestima bien construida, sin problemas alimenticios ni afectivos, porque ha visto satisfechas desde el primer momento sus necesidades, porque el alimento y el afecto son cosas "naturales". No necesitará rechazarlos ni atiborrarse de ellos en el futuro, porque los ha ido recibiendo con naturalidad desde el primer día de nacido.

Lo ideal sería pues que bebé y madre permanecieran en contacto la mayor cantidad de tiempo posible. ES DECIR: TODO EL TIEMPO, hasta que el bebé mismo vaya demandando su autonomía, lo cual no sucede antes de que el bebé aprenda a gatear y a caminar, a separarse por sí mismo del cuerpo de su madre.
Sin embargo, tal cosa no deja de ser una utopía (la utopía tan ancestral de permanecer para siempre en el vientre materno) pues la madre evidentemente tiene que alimentarse, asearse, preparar los alimentos, etc.

Todos tenemos carencias, y límites, y falta de disponibilidad. Ninguna madre puede dedicar el 100% de su tiempo a un bebé ni aunque quisiera, pero sí puede, por lo menos, amamantarlos, no dejarlos llorar "para que aprendan", acompañarles a dormir, mecerles, cantarles nanas... hacer todo lo posible por atender sus necesidades afectivas, que son tan importantes como las necesidades de alimento o higiene.

Quizás, tratados así, los bebés sean más tranquilos, más confiados, incluso menos demandantes, y también sea más fácil para nosotras la crianza, que no tenemos que estar luchando con las "medidas" (¿quién las pone?), sino simplemente dar todo el amor que podamos y ya está....

La autoestima se forma del amor que hemos recibido. Y al tener autoestima, podemos dar más amor a los demás. Quien más amor ha recibido, más amor puede dar. Todos damos lo que tenemos. La autoestima es la vasija que se va llenando del amor que recibimos hasta que se desborda para poder darlo a los demás.

Claro que no es idílica la vida, claro que la vida dará golpes, pero no se los vamos a dar los padres de antemano "para que se vayan acostumbrando". La vida les puede "llevar recio", pero si hay un verdadero apoyo familiar, el niño podrá hacer frente a esas "agresiones externas", sin que le deje demasiadas lesiones a la larga. El cariño, el apoyo y la confianza que recibimos de los que sabemos "nuestros", nos ayudan a enfrentar luego el mundo más protegidos. No importa demasiado que nos agreda alguien "extraño", si las personas que deben querernos nos quieren y nos respetan. En eso se basa la construcción de una verdadera autoestima (y de paso, de la paz).

El amor no hace hombres más débiles ni dependientes, hace hombres más fuertes. Sin miedos, más seguros de sí mismos, capaces de aguantar los golpes que luego dé la vida, porque se saben queridos, y por tanto, no tendrán necesidad de devolverlos. El amor hace hombres que no necesiten pegar para demostrar quienes son. Hombres que no necesitan reafirmarse a través de la violencia. Hombres que respetan al otro. Hombres que no hacen a los demás lo que no quieren que les hagan a ellos. El hombre es primariamente bueno, si se cría con amor. Eso quiero creer.

Eso es lo que para mí significa la frase "Dios es amor".