Por Ileana Medina Hernández
Las violaciones recientes a dos niñas en las que participaron otros menores, ocurridas en Andalucía, han puesto a la opinión pública a favor de rebajar la edad penal hasta niños de 12 años.
Los lectores, tanto del periódico
El País como de
El Mundo, opinan mayoritariamente que los menores sí deben ser castigados. Esto es en parte normal, cuando un acontecimiento así se produce, la opinión pública en caliente siempre es partidaria del linchamiento.
Por suerte, los jueces y algunos políticos que mantienen la cabeza en su sitio, han opinado que no se puede cambiar la legislación por casos aislados, y qué lo que hay que preguntarse es qué pasa en una sociedad para que estos hechos ocurran. Es fácil pensar en el castigo, lo difícil es pensar en las causas.
En primer lugar, creo que no debe cundir el pánico. El mundo no "se está acabando". La violencia sobre los menores (y posiblemente también desde los menores) ha existido siempre. Los estudios científicos que intentan estudiar los grados de violencia doméstica y familiar en siglos anteriores, arrojan cifras escalofriantes. Luis Rojas Marcos, en su ensayo Las semillas de la violencia, abunda en citas de estudios que demuestran que las violaciones sexuales y la violencia en todas sus formas "domésticas" ha sido hasta bien entrado el siglo XX algo "común", que se consideraba incluso "normal". No es hasta mediados del siglo pasado que en los países con democracias consolidadas hemos empezado a mirarnos nuestras propias lacras e intentar luchar contra ellas. Pero este tipo de crímenes aún existe, y existirá, no hay sociedad libre de crímenes.
Más peligroso me parece el miedo en que vivimos, que nos hace reaccionar tan exageradamente ante cualquier forma de delito, ante nuestros propios demonios. Sí, nos estamos volviendo una sociedad ñoña, tiquis-miquis, atemorizada, susceptible... y esos miedos nos hacen volvernos paradójicamente a la vez más deseosos de castigos, de venganza, de policía, de control.... en lugar de detenernos a analizar racionalmente qué es lo que sucede y por qué.
El diario digital
El Mundo analiza hoy cuáles pueden ser las causas psicológicas por las que un niño de 12 años se puede convertir en violador:
"Los psiquiatras consultados por elmundo.es se inclinan por pensar que no existe ningún trastorno mental detrás que sirva como atenuante. Simple maldad, falta de educación en respeto y valores, machismo de grupo y el envalentonamiento de los más indecisos siguiendo a un líder son algunas de las causas que podrían explicar lo ocurrido."
Por otra parte, los jueces entrevistados por el diario
El País, opinan que la legislación no puede cambiarse cada vez que ocurra un caso aislado, y que es una cuestión que merece un análisis sereno y no "en caliente". Muy sensata sobre todo la opinión del Magistrado Ramón Sáez:
«Otro juez, Ramón Sáez, de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, se mostró muy contundente en contra de la reforma. "Castigar a los menores de 14 años es superar los límites de la civilización, porque cualquier persona razonable sabe que lo que necesitan esos chavales es educación y no castigo", explicó.»
Que existe una falta de respeto y de educación en valores parece algo evidente, en lo que todos estamos de acuerdo. Sin embargo, me llama poderosamente la atención que nadie hable de amor.
Los psiquiatras citados en el reportaje de El Mundo, hablan de psicopatología, de falta de educación, incluso de una "hipererotización" de la sociedad (válgame Dios, a estas alturas), de "machismo de grupo"... No se menciona la palabra autoestima ni la palabra afecto por ninguna parte.
El amor no tiene buena reputación entre científicos, intelectuales y leguleyos. La civilización occidental, construida desde el paradigma racionalista, ilustrado, científico e industrialista, ha relegado al amor y a las emociones como algo "menor", cursi, sensiblero, campo de poetas y juglares, de novelitas rosa y canciones pop.
Sin embargo, en las últimas décadas, la comunidad científica se ha volcado de pleno en las emociones, la inteligencia emocional, la autoestima, e incluso la felicidad como objeto de estudio, reivindicando unas parcelas de la personalidad que han permanecido desconocidas o sumergidas en el misterio y la poesía.
Aún así, cuando un fenómeno como este sucede, se hecha de menos la voz pública de psicólogos, psiquiatras, neurocientíficos y filósofos que hablen de lo que ya mucha gente sabe: a estos chavales lo que les ha faltado es cariño, atención, comunicación, apoyo emocional, sentirse queridos y atendidos por parte de sus familias. No solo educación sexual (que también), educación en valores de solidaridad y respeto al prójimo (que también)... el problema de estos chavales es básicamente un problema afectivo y un problema de autoestima, que se construye a partir del afecto.
Cada vez los maestros se quejan más de casos de violencia y agresividad que ya llegan hasta las aulas de primaria. ¿Qué les está faltando a los niños cada vez más temprano?
Se ha dicho que estos chavales violadores habrían seguido a un "líder" grupal, y ya sabemos que el seguimiento ciego de un liderazgo de este tipo, sólo es posible por la pobre autoestima de sus seguidores.
No son sólo normas, ni "mano dura" lo que falta a los niños. Es amor, comprensión, presencia paterna, tiempo compartido en la familia desde que son bebés. Que les permita saberse queridos, atendidos, e ir construyendo, desde la cuna, una autoestima y un esqueleto emocional sanos que les permita la empatía con los demás.
Las jornadas laborales hasta las 8 de la noche tanto de madres como de padres, la entrada temprana en guarderías, la falta de capacidad de los padres para comunicar y dedicar tiempo a sus hijos.... son temas que salen tirando de este hilo, y que no sé por qué tenemos miedo de encarar y analizar. Los padres "ausentes" no sólo no pueden constituirse en autoridad, tampoco pueden dar el amor y la presencia que los niños necesitan para crecer sanos y seguros.
Los delitos infantiles son un grito desesperado pidiendo auxilio, amor y atención.
No sé por qué tenemos tanto miedo de enfocar el fenómeno desde este punto de vista, por demás evidente en cualquier manual de psicología elemental.
Será porque nos encontramos con el propio niño desesperado que cada uno de nosotros tiene dentro.