Por Ileana Medina Hernández
"Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera.
Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro,
y quiere disimular lo poco.
Quien siente su belleza, la belleza interior,
no busca afuera belleza prestada:
se sabe hermosa, y la belleza echa luz."
José Martí
Parece que la expresión "crianza con apego" es la traducción al castellano del "attachment parenting" acuñado por el pediatra norteamericano William Sears, a partir de la "attachment theory" (también traducida como "teoría del vínculo") de John Bowlby.
Desde finales del siglo pasado, compartiendo contexto con la posmodernidad, los posfeminismos, el activismo ecologista... una significativa cantidad de psicólogos, pediatras y sobre todo de madres y padres, nos hemos adscrito a la filosofía de la "crianza con apego", o más bien, hemos comprobado que nuestra forma de entender la crianza encaja con los preceptos de estas teorías.
El fenómeno es llamativo y cobra gran auge en internet donde portales en castellano como Crianza Natural o Dormir sin llorar se han convertido en verdaderos referentes donde muchas madres compartimos dudas, inquietudes, lecturas y aprendizajes sobre la crianza con apego y el respeto a las necesidades afectivas de los bebés y los niños pequeños.
Lo nuevo no es que haya padres que criemos con apego, que esos han existido toda la vida, lo nuevo es la reflexión y el debate teóricos que se está produciendo, teniendo como soporte los portales y foros de internet, y como inspiradores teóricos los libros ya convertidos en best-sellers de autores como el pediatra español Carlos González, la psicóloga española Rosa Jové y la psicoterapeuta argentina Laura Gutman, entre otros (también Michel Odent, Isabel Fernández del Castillo, Casilda Rodrigáñez, Jean Liedloff, Alice Miller...). Es una nueva forma de asumir la maternidad y la crianza que en otro lugar he llamado posmaternidad.
Aunque la teoría del apego, o del vínculo, tiene sus orígenes en el psicoanálisis, las últimas investigaciones de la neurología (con el concepto de "neuroplasticidad" a la cabeza) han venido a confirmar la importancia del apego en los primeros años del niño para la correcta maduración de su sistema cerebral y neuronal.
Sin embargo, el debate está servido. Cuando arrastramos en nuestra propia biografia humana y familiar con historias de desamparo o de crianza rígida y autoritaria, es fácil recelar de este tipo de crianza, y defender otros modelos y métodos conductistas de educación de los niños.
También otros padres, y médicos, psicólogos o filosófos, ante la "crisis de autoridad" que parece abrirse en las sociedades democráticas maduras con el fin de los autoritarismos, añoran viejas formas de educación autoritaria (aquello del "cachete" a tiempo) o nuevas fórmulas para recuperar la autoridad de la familia y de la escuela, como remedio ante los problemas de violencia escolar o familiar de los niños y adolescentes actuales. (Sobre el problema de la autoridad volveré en otro artículo).
Bien. Es curioso que las filosofías y religiones orientales (también de moda en Occidente en el mismo contexto que describí más arriba) utilicen el concepto contrario, el concepto de "desapego" como la clave para obtener la felicidad personal y la iluminación.
Dicen que Buda dijo: "El mundo está lleno de sufrimientos; la raíz del sufrimiento es el apego;
la supresión del sufrimiento es la eliminación del apego."
El "desapego" puede definirse como "carencia de sed". Es estar saciados. Es no depender de cosas externas para ser felices y sentirnos realizados. Es autosuficiencia y riqueza interior. El "desapego" total es casi imposible -a menos que seamos iluminados anacoretas- pero las necesidades y adicciones constantes que tenemos de dinero, de objetos materiales, de éxito, de trabajo, de fama, de reputación, de sexo, de relaciones personales dañinas, de sustancias narcotizantes... o en el peor de los casos, de reafirmarnos a través del autoritarismo y la violencia, es el punto más lejano del "desapego" que podamos imaginar.
El apego a las cosas externas, la adicción, la dependencia a algo externo a uno mismo -que es lo contrario de la libertad- están basados en el miedo y en la inseguridad, en esos agujeros de nuestra autoestima que necesitamos rellenar para sentirnos plenos, momentáneamente.
Como explica de modo insuperable Laura Gutman en el fragmento que reproduje por aquí hace unos días, es la falta de maternaje, la falta de vínculos amorosos que nos llenen en la primera infancia, la causante de que arrastremos esas necesidades infantiles toda la vida.
Cuando somos niños satisfechos, niños saciados, no de cosas materiales, sino de amor, de presencia, de mirada, de juego -que no es lo mismo que juguetes-, de comprensión, de corporalidad materna... podremos, al llegar a adultos, ser individuos más desapegados, menos necesitados, más independientes y seguros de nosotros mismos.
En la misma medida en que tengamos una infancia satisfactoria, en que podamos construir una autoestima fuerte, un esqueleto emocional seguro, un sistema neuronal moldeado por el afecto y no por la hostilidad en nuestra infancia; en que desde el mismo instante de nacer nos encontramos con un mundo fértil de naturaleza, cuidados y cariño; en esa misma medida maduraremos como adultos centrados, con riqueza interior, satisfechos de nosotros mismos, y por tanto, menos apegados a la riqueza material, a factores externos que siempre perseguimos infinitamente y que siempre necesitamos más sin saciarnos nunca.
El único modo de criar personas "saciadas", libres, emocionalmente llenas, que no tengan sed y avaricia perenne, y tengan mucho que dar y que ofrecer a los demás, es respetando sus necesidades de niños pequeños.
La sociedad de consumo desarrollada es una sociedad colmada materialmente, pero empobrecida emocional y espiritualmente, por lo que necesita crear cada vez más y más falsas necesidades, que no nos llenan nunca ni nos hacen felices ni mejores, y que al final se vuelven contra el planeta, contra la naturaleza y contra la propia vida humana.
El camino más sencillo, sin tener que desandar lo andado, para alcanzar el "desapego" en la vida adulta, es habiendo tenido el privilegio del "apego" en la infancia.