25 de enero de 2010

La madre del mundo

Por Ileana Medina Hernández



Aquí os presento a su majestad, la vaca. La madre que carga a su bebé al fondo también la reverencia. Se supone que lo mejor que esa madre pueda ofrecer a su hijo no es su propia leche, sino la leche de otro animal, explotado, encerrado y maltratado, para obtener su leche y luego manipularla industrialmente para que pueda ser digerida por los bebés humanos (y por los adultos).

En menos de 100 años, la fuerza de las industrias ganaderas y lácteas, unidos a otros factores sociales y culturales, lograron implantar en la conciencia de nuestras madres y abuelas la importancia de que los niños tomen leche de vaca durante toda su infancia, y además que incluso la "leche de fórmula" (que aún hay quien piensa que es leche obtenida en laboratorio sin ser consciente de que es leche de vaca modificada) es superior a la leche materna:
«Pues bien, eso es lo que se ha perdido: la cultura del amamantamiento, de la crianza natural y, posiblemente, el vínculo afectivo natural entre madres e hijos. En esa pérdida intervienen fundamentalmente tres componentes:

1. Modificaciones de la leche de vaca: hasta fines del siglo XIX poco se sabía de la composición de la leche y de sus diferencias con las de otros mamíferos. Se conocen desde la antigüedad recipientes en forma de biberón que hablan de los intentos de alimentación de niños con leches de animales, pero no es hasta finales de 1800 en que el progreso de las ciencias, de la química en concreto, hizo que se empezasen a realizar modificaciones aceptables de la leche de vaca: hasta entonces la mortalidad de niños alimentados con leches distintas a la de mujer era altísima (de orden superior al 90% en el primer año de vida).

2. Cambios sociológicos ocurridos en la era moderna de la sociedad industrial a lo largo de los siglos XIX y XX, entre ellos:

• La incorporación de la mujer al trabajo asalariado hace ver el amamantamiento como un problema, derivándose inicialmente (siglo XIX) hacia la lactancia mercenaria, que se extiende hasta los estratos más humildes de la sociedad y posteriormente (siglo XX) hacia la lactancia artificial.

• Un cierto espíritu de modernidad con creencia ciega en avances científico-técnicos, que hace que el pensamiento dominante acepte que todo lo artificial es mejor que lo natural, encuadrándose en esto la llamada “maternidad científica”.

• Pensamiento feminista inicial con pretensión de la mujer de todos los comportamientos y valores del otro género, incluso los perjudiciales para la especie. La lactancia artificial es considerada como una liberación.

• Enormes intereses económicos industriales.

• Una participación activa de la clase sanitaria, fundamentalmente, médica, convencida inicialmente de las maravillas de la maternidad científica aunada a una cierta prepotencia que negaba cualquier posibilidad de intervención válida de las propias mujeres en su parto y en la crianza de sus hijos.

3. Desde hace millones de años, la especie a la que pertenecemos (homínidos) empezó a basar su triunfo adaptativo en una sutil y lenta modificación evolutiva de su cadera que le conduciría de la condición de cuadrúpedo a la bipedestación, con liberación de sus patas anteriores: lo que en términos adaptativos globales supone una mejora para la supervivencia de los homínidos, hace que el parto, de poca distocia en los primates, suela necesitar asistencia en los humanos, convirtiéndolo en una actividad social más que en un comportamiento solitario. Esa asistencia, a lo largo del último siglo y según países, se viene prestando en hospitales coincidiendo con la implantación de la maternidad científica y el predominio de alimentación artificial: una serie de rutinas erróneas han sido difundidas por nosotros los sanitarios y, la mayor parte de ellas, contribuyen a dificultar enormemente la lactancia materna.

Hoy día, sobre todo en los países ricos, no podemos invocar ni el feminismo, ni el trabajo asalariado de la mujer, ni la presión de la industria de sucedáneos como excusa para no aumentar la prevalencia de la lactancia. Por otra parte, tras los desastres causados por empleo perverso de la ciencia, lo artificial es denostado en beneficio de lo natural.»
(Paricio Talayero, José María en: Guía de Lactancia Materna para Profesionales. Asociación Española de Pediatría, 2003.)
Es increíble como la suma de todos estos factores en tan poco tiempo, logró lavar nuestras conciencias hasta el punto de convertir la leche de vaca (y sus derivados: la nata, la mantequilla, el yogur, los helados...) en alimentos imprescindibles en las neveras de todas los hogares del mundo occidental.

Incluso las personas que no quieren o no pueden tomar leche de vaca (para digerir la leche de vaca se necesita una enzima específica, la lactasa, que la mayoría de los seres humanos no tienen, y que se desarrolló como cambio adaptativo entre tribus ganaderas de Europa hace unos 7 mil años) siguen buscando "un líquido blanco para beber" en forma de leche de soja, o de cualquier otra leche de granos, como si tuviéramos permanente nostalgia por aquel manantial blanco materno que no nos dejaron disfrutar a nuestro antojo en la infancia. Somos los únicos animales que bebemos leche de otra especie, y que además continuamos haciéndolo durante la vida adulta.

Son muy diversas las voces incluso dentro del ámbito científico que se levantan hoy denunciando las desventajas que puede tener para la salud humana esa enorme ingesta de leche de otra especie, con sus hormonas, su exceso de grasa, sus proteínas de difícil digestión...

Incluso está prácticamente comprobado que la leche de vaca produce mucosidad en el organismo humano y que su consumo puede estar directamente relacionado con ese hecho tan misterioso de que nuestros niños siempre tengan mocos y catarros. "Por eso les llaman mocosos" -me dijo mi pediatra una vez, refiriéndose a la supuesta normalidad de que los niños tengan mocos. ¿Es que tenemos que aceptar como algo "normal" que nuestros niños estén siempre con catarros, bronquitis, bronquiolitis, otitis y otras infecciones similares? ¿Qué hay detrás de esas epidemias que azotan a nuestros niños?

Las madres del mundo no son las vacas Foster que muestra ese cartel publicitario de los años 50 del siglo pasado. Las madres del mundo somos las mujeres, que todas podemos -sí, todas podemos- amamantar a nuestros hijos.

2 comentarios:

  1. Te voy a contar una anécdota que no tiene nada que ver con lo que dices, pero sí. Este verano, en el prado de enfrente de casa (nosotros vivimos en el campo) había media docena de vacas pastando, con tres terneritos. Mi hija Idoia, de tres años me preguntaba sobre qué vaca era la mamá de cada ternero, y al rato me preguntó: "¿y el papá dónde está?" "el papá es el toro y no está aquí, vive en otra casa" "¿y no viene nunca?" "pues no, no hace falta" " ¿y si la mamá tiene que ir a trabajar?"

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  2. jajja, muy bueno, sí señor!!! Gracias por compartir esta anécdota!!!

    TEnías que haberle respondido:

    Pues si la mamá tiene que ir a trabajar, para eso están las guarderías!!!!

    Gracias, un abrazo!!!

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