«El cuerpo de la madre actúa como una segunda piel, una envoltura que ejerce un papel de contención. Sirve, entre cotras cosas, para frenar las tendencias escisivas que se producen como consecuencia de una sobrestimulación sensorial y cumple para nosotros una función de soporte que ayudará a favorecer la integración, como si energéticamente nos "agrandáramos" en ella y en ella estuvieran los límites que impiden que nos desbordemos. Los brazos del adulto nos sujetan en su más profundo sentido.
El cuerpo del bebé tiene que existir para el otro, pues depende del otro para cobrar realidad. Necesitamos ser tocados para ser reales. Es imprescindible que se produzcan encuentros tangibles, en el aquí y ahora presente, en la permanencia de lo concreto. La fortaleza, la maduración y la seguridad sólo se alcanzan a través de un amor experiencial.-.-
La seguridad no surge por la visión, y mucho menos por el hecho de que tú me veas o me pienses, sino por el contacto. Para tener la experiencia de sentirse querido, hay que salir de la abstracción. En general, los adultos abusamos de esto: Tú sabes que mamá te quiere mucho. Pero ¿cómo lo sé? Experimento que me quieres cuando estás a mi lado si te necesito, me consuelas con tus brazos, me escuchas si te hablo, protestas si te molesto y cosas así, que en el fondo demuestran que tú estás conmigo, que yo te importo.
Nos sentimos queridos si disponemos de una serie de experiencias ubicadas en nuestra memoria corporal, en nuestro registro de sensaciones pero es imposible que éstas lleguen sólo por la vía del pensamiento. El contacto en la infancia va muy unido a dos factores: hace falta sensibilidad para el tacto y hace falta tiempo para estar. Es decir, la presencia física y emocional, auténtica, de los padres, y la dedicación de un tiempo para establecer la relación. Las cosas ocurren en el tiempo, requieren de un tiempo para suceder. Si no estás horas con tus hijos... Tú podrás saber que los quieres mucho, sin embargo ellos no pueden sentirse queridos, pues no es en tu pensamiento donde viven, se encuentran en otra dimensión. Se hace necesario bajar la mirada y encontrarlos exactamente donde están: existen en sus cuerpos, en una realidad concreta y palpable. No conozco a nadie que haya conseguido llegar a disponer de esta sensación desde la cabeza de sus padres.
Para el niño pequeño, que no tiene capacidad de abstraer, únicamente cuenta la presencia física y emocional de los padres, ya que sólo puede establecer un contacto físico e inmediato con el mundo. Conforme vaya creciendo, las cosas cambiarán, pero para cuando ya pueda entender que mientras tú trabajas también lo estás cuidando, necesitará encontrar dentro de su cuerpo, en sí mismo, un entramado de sensaciones que evoquen cómo le has cuidado anteriormente, pues deberá apoyarse en ellas mientras vuelves de la oficina.»
*Montero-Ríos Gil, María: Psicóloga Clínica y Pedagoga. Especialista en Prevención, Audio-Psico-Fonología y Mediación con Lenguajes Artísticos. Este es un pequeño fragmento de su libro Saltando las olas, Editorial Obstare, 2da. edición, 2008.
Querida,
ResponderEliminarQue lindo lo que escribes. Pero me surge una consulta.. cómo saber cuando es tiempo para poder volver al trabajo sin que sea traumático para nuestro hijo?.
Besos!
Eso cada madre debe valorarlo según sus propias condiciones.
ResponderEliminarSe dice que el bebé vive una extero-gestación de otros 9 meses tras el parto, así que nunca debería ser antes de esos primeros 9 meses. Pero un bebé de 9 meses tampoco está preparado para separarse de su cuidador(a) principal.
Yo creo que esto es como la lactancia: ¿hasta cuándo estar con él? Todo el tiempo que te puedas permitir el inmenso lujo.
Mejor 3 años que 1, mejor 1 año que 9 meses, mejor 9 meses que 6 meses...
Pero si las circunstancias te obligan a trabajar tempranamente, la teta y el colecho son grandes aliados para disminuir el impacto de la separación y mantener el apego seguro de tu hijo.
Un abrazo!