1 de noviembre de 2010

Ciencia, libertad y naturaleza

Por Ileana Medina Hernández




Después de siglos en que nos ha parecido que "ser humano" era algo que consistía fundamentalmente en separarnos del reino animal, hoy en día parecemos vislumbrar que la armonía con la naturaleza, el conocimiento y la libertad deberían ir de la mano.

En general soy contraria a la prohibición, me encanta aquel slogan hippie de Prohibido Prohibir. Me ha disgustado siempre la ética judeo-cristiana basada en los mandamientos, el pecado y el castigo. La prohibición y el castigo no van a la causa, a la raíz de los problemas, sólo los reprimen.

El exceso de control como respuesta ante el auge de la violencia (la ciencia y la tecnología no sólo nos hace más libres, también puede permitir un mayor control sobre la gente: "el ojo del Gran Hermano te vigila"), nos convierte en una sociedad paranoica, si no totalitaria.

Uno de los grandes beneficios que siempre le concedemos al desarrollo científico es la posibilidad cada vez mayor de curar enfermedades, pero hay un peligroso límite donde a la ciencia, o mejor dicho, a la industria que la patrocina, empieza a convenirle que estemos enfermos.
Hoy en día, en Escocia, se consumen grandes cantidades de pan blanco, margarina, dulces y otros alimentos basura, hasta el punto de que casi el 40% de la población de 25 años ha perdido toda su dentadura. La respuesta homeotélica, adaptable o normal, sería mejorar la dieta escocesa. Sólo una reacción de ese tipo podría resolver el problema. En cambio, la reacción heterotélica, pseudoadaptable o anormal, consiste en proporcionar a los afectados dentaduras postizas. (Goldsmith, Edward: El Tao de la Ecología, cap. 42, tomado de la Revista The Ecologist).
Creo que exactamente lo mismo sucede con la lactancia. Si en torno al 70% de las mujeres, a los 3 meses de nacidas nuestras crías, tenemos que alimentarlos con biberón porque "nuestra leche no es buena", habrá qué preguntarse qué le sucede a nuestros pechos que no pueden funcionar. Claro que siempre podemos recurrir a la "dentadura postiza", es decir, al biberón y a la leche de vaca adaptada para el consumo infantil.

Como explica Goldsmith, la sustitución de la 'biosfera' por la 'tecnosfera' es un peligro cuando deja de ser lo excepcional y se convierte en lo habitual. El destino de ese modelo podría llegar a ser una protésis total, o sea, un robot.

[El problema mayor lo veo en que la ciencia/tecnología para desarrollarse necesita del dinero de la industria, y la industria se sostiene sobre la lógica mercantil (vender cada vez más), por lo que una "tecnosfera" minoritaria, que pueda ayudar -me refiero al menos en el ámbito de la salud- a los pocos que lo necesiten prácticamente no existiría (los laboratorios no investigan sobre aquello que no es rentable). Por otra parte, el desarrollo tecnológico parece imparable, y él mismo, bien encauzado y equilibrado, podría llevarnos de vuelta a la salud, o eso quiero pensar. Es un problema complejo que desborda las pretensiones de este artículo.]

En el ámbito de la salud reproductiva la irrupción de la "tecnosfera" puede ser especialmente delicada, dado que, aunque por un lado satisface las necesidades de los progenitores, por otra parte tiene influencias en el período crítico de la formación de los seres humanos.

Desde mi punto de vista, y con Michel Odent, Nils Bergman, y los últimos avances de la neurociencia, los principales riesgos se darían con aquellas invasiones tecnológicas que contribuyen a normalizar lo que por otra parte ha sido costumbre antigua en casi todas las culturas patriarcales: la separación del recién nacido de su madre.

Estoy a favor de los tratamientos de reproducción asistida, una de las grandes magias de la ciencia que recibió este año el Nobel de Medicina. Pero no por ello debemos dejar de preguntarnos, como grupo humano, como sociedad, como especie, como sistema, qué nos ocurre cuándo nuestro esperma está cada vez peor, nuestros ovarios se vuelven de "acero", y aumenta en general la infertilidad, incluso sin causa aparente.

También es indiscutible el beneficio que puede tener una cesárea, cuando de verdad puede salvar la vida de un bebé o de una madre, pero no por ello debemos dejar de preguntarnos por qué nuestros hijos ya no nacen los domingos.

Estoy a favor de la investigación para mejorar cada vez más las leches de fórmula, pero no por ello debemos dejar de preguntarnos por qué la mayoría de las mujeres no podemos o no deseamos proveer de la mejor alimentación a nuestros bebés, más allá de unos pocos días o unos pocos meses. Por qué llegamos a creer que la leche de nuestra especie ya no sirve, y que sí es necesario un vaso de leche de vaca por la mañana y otro por la noche, cuando nuestros hijos tienen, por ejemplo, seis meses o un año.

Estoy a favor de la adopción de niños por parte de familias amorosas, incluidas las homosexuales (creo que una vez que la separación primal se ha producido, ya sí da igual una madre que un padre que dos padres, presuponiéndoles -como hay que presuponer- la misma capacidad de cuidado). Pero está claro que mejor sería que ese abandono primario no se hubiera producido, que lo óptimo sería que cada bebé fuera deseado y amado desde el primer minuto de su concepción y de su vida.

Estoy sin embargo en contra, como única excepción, de los vientres de alquiler, de la mercantilización del útero. No me parece bien que se traigan niños al mundo sabiendo de antemano todas las partes implicadas que la separación primal va a producirse. Menos aún existiendo la posibilidad de la adopción.

No es estar en contra de la ciencia, de la tecnología ni de la libertad, sería absurdo. Pero sí es preocupante que, como grupo, perdamos nuestras capacidades biológicas -nuestra salud-, y perdamos el control sobre los procesos reproductivos. Es preocupante que perdamos la posibilidad real de elegir estar sanos, y por ende, poder concebir, parir, amamantar, fisiológicamente. Y que, en nombre de la libertad, se minimicen o se oculten los riesgos que ello tiene para los bebés, o sea, para todos.

El equilibrio para mí no consiste en creer que todo es "igual", que todo tiene ventajas y desventajas, sino que toda desventaja (acción no deseada) puede ser compensada con todavía más amor, más cuerpo, más afecto, más contacto físico, más tiempo, más vínculo, más comunicación; más, en fin, humanidad.

4 comentarios:

  1. Comparto tu reflexión. De eso se trata de detenernos a pensar y darle unas vueltas a lo que nos sucede.
    Un abrazo
    leslie

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  2. Muy muy de acuerdo con tu enfoque y tu visión de las cosas..... La tecnología y la ciencia están ahí para cuando se necesitan pero no deberían dedicarse a sustituir lo insustituible e innecesario de ser sustituído.

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  3. Muy interesante y acertada visión de cómo es más ventajoso para las empresas curar que prevenir. Me lo llevo al resumen semanal de Bebés y más.

    Un saludo!

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