De Casilda Rodrigáñez Bustos.
Fragmento de La sexualidad y el funcionamiento de la dominación, 2008, pp. 155-159.
(...) El malestar psíquico individual debiera ser contemplado
en paralelo y de manera correlativa al cuestionamiento de la
sociedad en la que vivimos, teniendo en cuenta el impacto de la
represión en el mismo nacimiento, a lo largo de la crianza y durante
toda la vida humana. No hay otro modo de abordar el malestar
individual que el de entender las causas que en última instancia lo
producen: la represión sexual, el desquiciamiento psicosomático
consiguiente, y las relaciones de dominación-sumisión. Porque si
se oscurece y se desvincula el malestar del proceso represivo que
lo origina, y si no se contempla en tanto que secuelas de dicho proceso,
nada podremos hacer por remediarlo.
El bienestar interior se recupera con la reconexión del neocórtex
con las pulsiones corporales, cuando nos ponemos a favor de la
autorregulación orgánica, cuando se reestablece la conexión entre
la conciencia, la epidermis y el mundo visceral, cuando todo el
cuerpo sigue armónicamente el ritmo unísono sinérgico y desarrolla
su capacidad orgástica.
Para evitar la recuperación del acorazamiento establecido a lo
largo de la socialización, se nos oculta lo que realmente nos ocurre
desde que nacemos, y tan sólo reconocemos sus efectos. Si no
sabemos de donde nos vienen los males, difícilmente podremos
remediarlos.
Además, haciendo invisible o descafeinando el proceso represivo
de la socialización, sus consecuencias se pueden atribuir a algún
tipo de fallo individual, del que se nos hace individualmente responsables
o culpables, y que la psicología debe ayudarnos a resolver:
somos las personas las que tenemos que cambiar, madurar,
crecer, alfabetizarnos, controlar nuestras emociones, ser positivas,
desahogarnos, comunicarnos emocionalmente, recolocar las emociones,
etc., para dejar de 'sentirnos mal'. El mundo es maravilloso
y ser felices depende sólo de que 'hagamos los deberes'. Ahora
somos 'culpables' de no hacer los deberes, de no madurar, de no
crecer emocionalmente etc.; hablando en plata, de no retorcernos
las tripas para adaptarnos. Así como siempre, la culpa es de la víctima,
no del Poder que inflige el sufrimiento a la víctima. Con la
culpabilización de la víctima, el proceso represivo se hace invisible
al tiempo que se invisibiliza el Poder y el tipo de sociedad patológica
en el que nos socializamos.
La ocultación de la represión es quizá su aspecto más dañino: el
no saber de las secuelas de la presión y re-presión ejercida desde
afuera, hace posible que nos sintamos culpables del malestar interior
que sufrimos. Si el proceso de represión fuese visible, evidentemente
no nos sentiríamos culpables del malestar interior.
El sentimiento de culpabilidad que subyace en nuestra psique,
es entonces, ante todo, una consecuencia inmediata de la ocultación
de la represión inicial, que es también una ocultación del tipo
de sociedad a la que nos tenemos que adaptar.
La ocultación de la sexualidad y de su represión desde el inicio
de nuestras vidas, es pues imprescindible para que no se descubra
el tipo de sociedad en la que vivimos, y para que la crítica social se
desplace hacia el cuestionamiento de la persona; y entonces, que la
lucha social deje paso al mercado de terapias individuales.
La socialización patológica convierte el mundo en un Estado
terapéutico: ¡Vaya pedazo de mercado que se ha creado para los
expertos de la psicología! ¡La conquista de territorios ya no es
requisito imprescindible para colonizar personas y buscar consumidores!
Porque esta nueva institución de expertos en psicología
tiene la ingente tarea de enseñarnos las maneras de adaptarnos y de
que aguantemos la represión, la sumisión y la dominación; es decir,
de estabilizar la patología apuntalando la construcción psíquica
adecuada (el ego), afinando nuestra capacidad de auto-represión y
de control de nuestra vitalidad, para un mejor manejo y contención
de nuestras pulsiones, de nuestras emociones y demás aspectos
propios de la integridad humana, cuyo desarrollo espontáneo sería
un impedimento para andar por este mundo.
A esta habilidad en este tipo de represión, es lo que algun@s llaman
'educación emocional', o incluso 'inteligencia emocional'. La
'inteligencia emocional' que propugna la psicología adaptativa consiste
en controlar y re-codificar desde el neocórtex las emociones
una vez que han quedado desvinculadas de las pulsiones o impulsos
que han sido inhibidos más o menos inconscientemente.
La codificación falaz de las emociones evidentemente refuerza
su desvinculación con la pulsión corporal y su inhibición. Las
emociones y los sentimientos, vinculados a la pulsión corporal y
reconocidos como tales, nos dan fuerzas para permitir su expansión;
pues el neocortex entonces intervendría a favor en lugar de
en contra de las pulsiones.
Hace años, por mi propia experiencia, llegué a la conclusión de
que no había en este mundo nada más subversivo del orden social,
que ser consecuente con los sentimientos, cuando éstos están
anclados y enraizados en el latido visceral.
Las emociones, en la medida en que originariamente se producen
para acompañar las pulsiones de nuestros sistemas orgánicos,
y para facilitar y contribuir al comportamiento más conveniente
para los cuerpos; es decir, en la medida en que forman
parte de la autorregulación de la vida humana, resultan inconvenientes
para el sistema social represivo, y por eso su producción,
empezando por la misma emoción erótica y terminando por
la cólera y la rabia más profundas, deben ser controladas y re-codificadas.
Así pues, eufemismos aparte, la 'educación emocional' son una
serie de estrategias psicológicas para consolidar los egos, blindar el
sistema de inhibición inconsciente que se va adquiriendo, mantener
desarraigadas las emociones y los sentimientos de sus correspon-
dientes pulsiones viscerales, impedir el restablecimiento de la autorregulación
psicosomática, y hacer que el ser humano se adapte al
acatamiento, cuanto más inconsciente mejor, de la dominación, y a
la aceptación de la sumisión al orden represivo.
Se trata de alcanzar un equilibrio psíquico (un ego) en el que se
borre el anhelo de la capacidad orgástica del cuerpo, en el que las
emociones que se perciben en la conciencia se desconecten, tanto
de las pulsiones corporales como de las relaciones sociales que las
originan, evitando que salgan a la luz las verdaderas causas del
malestar psíquico, y evitando por tanto la rebeldía. Porque a la
conciencia se la puede engañar diciendo que lo bueno es malo y
viceversa; pero el mundo visceral es todopoderoso, y es ciego y
sordo frente a las mentiras, y no le pueden engañar ni arrebatar su
sabiduría filogenética, y siempre sabe lo que es bueno y lo que es
malo para el cuerpo humano. Por eso, el funcionamiento de la
dominación requiere la doble desconexión interna del cuerpo
humano.
La psicología, en tanto que metodología de adaptación al funcionamiento
de la dominación, debe fortalecer las corazas psíquicas
y somáticas que se construyeron en la primera infancia y que
cerraron ciertos sistemas de autorregulación y de in-formación;
porque estas corazas con frecuencia son defectuosas o insuficientes
para contrarrestar las pulsiones vitales que tienden al restablecimiento
de la autorregulación y a la reconexión entre los sistemas,
y a la conciencia de las mismas.
Evidentemente no hay emociones negativas o malas, sino que
todas forman parte de nuestra autorregulación psicosomática; son
sabias y benefactoras y esclarecen lo que verdaderamente nos sucede;
pero también son improcedentes en nuestra sociedad porque
incitan a la rebeldía frente al orden establecido. Como dice Alice
Miller, el cuerpo se rebela contra la represión, y además, nunca
miente (1).
En realidad, si supiéramos la capacidad de autorregulación psicosomática
que tiene nuestro cuerpo, si conociéramos la función de
la sexualidad y del placer en dicha autorregulación, si fuéramos
conscientes de la represión social y corporal, del daño ocasionado
por esta represión, y la masacre que supone nuestra forma de nacer
y de socializarnos, si pudiéramos tener conciencia de nuestras pulsiones
y de nuestra capacidad orgástica, nuestras biografías personales
dejarían de ser un misterio, nuestros cuerpos serían un libro
abierto y entenderíamos lo que nos ocurre. Y cuando entendemos
lo que ocurre, la situación da un giro de 180º.
Sentiríamos la transparencia interior, la vinculación de las emociones
y de los sentimientos con las pulsiones viscerales, una coherencia
interna, y por tanto una actitud hacia lo externo, que desharía
los sentimientos de culpa, liberaría la energía anímica, las 'ganas
de hacer', la pasión por las cosas que nos mueven y nos conmueven;
y esta pasión nos haría de guía para establecer la mejor
conducta, la mejor adaptación posible ante las relaciones sociales.
En cambio, la incomprensión y confusión sobre lo que nos sucede,
y el creernos responsables o culpables de los efectos patológicos
de la represión, es una fuente permanente de desasosiego y
angustia; de hecho es una parte muy importante del malestar psíquico
individual que desaparece cuando recuperamos la percepción
de nuestra integridad psicosomática. Lo 'negativo' no son las
emociones; lo 'negativo' es no entender a qué responden, o creerse
que responden a algún tipo de pecado o de culpa propia, o, como
se dice ahora, a no haber hecho los deberes; culpables como en la
historia de Edipo que se hizo a sí mismo culpable de una tragedia
que habían ocasionado su madre y su padre al condenarle a morir
y al abandonarle."
Páginas
Somos mamíferos: nacemos en la intimidad, mamamos, y nos acurrucamos...
31 de enero de 2011
29 de enero de 2011
Senos, de Ramón Gómez de la Serna
Gracias a Susana Moo, que me pasó este texto. Clásico, genial, divertido y pertinente con la temática de este blog, ¡lo comparto!
Renoir ya lo dijo rotundamente: "Si no hubiese tetas, yo no pintaría".
"Los senos son los salvavidas de la muerte"
Prólogo de Ramón Gómez de la Serna a su libro Senos (1917).
Este libro está escrito en plena videncia juvenil, por lo que al releerle, después de toda la experiencia acumulada, creo que hice lo que debí hacer cantando a pleno cantar la belleza indecible de los senos, lo que más suavemente eleva a la mujer sobre la bestia, pues solo la esfinge se ha atrevido a tener senos como ella.
Lo mórbido que palpita y siente, lo mórbido que puede hablar de lo que experimenta, es lo supremo de lo supremo: el salmismo del ensalmo sumo.
Quizá por eso el segundo libro que publiqué casi en la infancia se llamo Morbideces y, siendo un libro de confidencias espirituales, se amparó de ese título porque ya había en él barruntos de la idealidad de los senos, cuya palabra cumbre no me atreví a escribir sinceramente sino años después. Dignificadores del deseo, son ellos la consecución mas importante de las que alientan la vida.
Desde luego, necesitaban para ellos solos un Cantar de los cantares que trasluciese la obsesión más decantada del joven, la indeshinchada ilusión del hombre aun en su vejez, siendo por eso por lo que en las casas mas hipócritas se eligió el cuadro en que el anciano mártir, condenado al hambre en la cárcel, se acucia en los senos de su hija.
En los senos se guarece el alma femenina, y quien asciende en un afán sólo hasta ellos, irá a la mujer con un romanticismo que podrá ser duradera galantería y fiel cortesía en el trato hasta la muerte.
Intenté almibarar y acicalar el estilo como los místicos, pero sin mentir el desasosiego juvenil que será eterno en el mundo.
Sé que estuve alumbrado por el fervor global de una luz potente y que no sentí arrepentimiento mientras escribía mis letanías, pues trazaba palabras consagrativas al Arte y la Vida.
Sinceras oraciones de un afán que sigue vivo en mí, pues creo que, si se establece contacto real con la metafísica, es solo gracias a ellos, que en plena realidad siempre son irreales.
La salud de la rectitud de los sentimientos varoniles está en la superación de su idea, pues solo gracias a los senos se eleva sobre la pornografía.
Lo paradisíaco, lo inlogrado, lo que revela la ilusión, lo que hace que el hombre se revuelva contra lo efímero, lo que permite que sienta una caricia del alma en el alma, está en los misteriosos senos, en que se supera la delicadeza de la materia manteniendo intacto su secreto.
Yo bien sé que si rehiciese ahora este libro lo llenaría de mas verbosidad, encontraría mas extraños matices, pero al mismo tiempo debilitaría aquel ardimiento que me hizo tirar por el camino de en medio, por el camino peligroso de la vía láctea. Con abrasadora sed juvenil y con una fe en la mujer que nunca perdí, sorbía en el cuenco de mi mano la forma del agua que se desvanece al instante por los resquicios de ese cuenco entreabierto que es la mano. ¡Solo somos pobres escultores de agua!
Es un libro orientador como señal del camino en el que está el nombre y las señales del pueblo del tesoro.
Significan cerca del pensamiento lo divino sensible y basta que esté señalado su sitio por el botón femenino para que sean esenciales.
Son el dorado tirador glorioso que da a la habitación en que se reúne la vida y la muerte.
Ser el dominador de unos bellos y sensibles senos es más que tener genio.
Arpegios materializados, señal anticipada de la felicidad, es el único anclaje sensorial con el mas allá paradisíaco. Todo el estilo del lenguaje se pronuncia ante ellos y muere inútil, pues si vuelan son como una sombra.
Son del más puro lirismo interno y son la única mano con que nos quiere salvar la naturaleza de la anonadación total, las únicas boyas flotantes cuando nos vamos a la deriva.
No podían escaparse por eso a la especulación de la palabra holgada y libre.
El horror de los celos a su desamor, es como el que toma el ave a los huevos que empolla cuando alguien los ha tocado en el nido.
Son como la cúpula vista desde fuera, la umbela secreta, el floripondio anatómico, lo que ya está muerto y, sin embargo, vive.
Toda la danza, lo más fino de ella, son unos senos bailarines.
Renoir ya lo dijo rotundamente: "Si no hubiese tetas, yo no pintaría".
Cuando los poetas aluden a la muerte la llaman "la sin senos".
Nadie más que el genial Creador podía escultorizar tan suaves quimeras.
Los senos son los salvavidas de la muerte. Sólo agarrándonos a un seno nos podremos salvar.
Ese algo que cae lento pero pesado es la comprobación de la dulzura de la materia, de lo que está más allá de lo sensual, lo sensorio.
Lorca supone "los dorados senos de las cubanas" y los "senos de cristal arañado" de las rameras.
He llegado a suponer que las guerras, las revoluciones, la política, toda violencia que se hace la disimulada, solo trata de cobrar unos senos en el botín final de su victoria.
Los senos rubios de las rubias y los blancos de las morenas, parece que van a fundirse alguna vez, pero no se funden nunca. ¡Pobre de la que no tiene más que la sombra de los senos, el ciprés del nacimiento muerto !
El reclamo de los senos es a veces demasiado orgulloso, pero entonces la vida les para en su soberbia y en su movimiento y quedan como juguetes muertos sobre los que llora una niña.
Casi todos los senos son frígidos, pero si se llegan a conquistar senos enterados, el más allá del placer está logrado. Esa es la suerte mayor de la vida, el hallazgo sumo y todo lo demás resulta pecaminoso y brutal.
Solo se sabe cómo habla la mujer cuando sus senos saben hablar.
El seno avizor responde, ha sido dotado por la divinidad de un especial permiso para que pueda estar el delirio cerca del pensamiento. No se necesita más. El amor ha ascendido. Ya no hace dengues de vanidad la mujer, sino que se deja decir hasta las más hondas palabras de amor y se siente la respuesta deliciosa. ¡Tesoro, verdadero tesoro!
Solo no responden los senos de timbre muerto, en los que, cuando más, hay una respuesta de dolor.
El camino de los senos es largo, largo, con mucha espera y años que se pierden en la espera; pero si la esperanza es grande, un día sucede lo inaudito.
Estaban en reserva y se logra que la pierdan.
El milagro es lento, pero seguro. En su nínfea de seda se escucha la voz del alba y de la noche, reunidas, sin quererse desenlazar, prendiendo los días unos a otros, como en un simulacro de inmortalidad.
En ellos está la palabra como antes de pacer el mundo, y la copa que les sirvió de modelo está como fue antes de endurecerse, cuando no era revés de copa aún, cuando eran el principio de todas las caracolas de nácar.
Se está en la madurez cuando encontramos el más perfecto cáliz en que poder hacer el resumen de lo vivido y de lo que no se pudo vivir, de lo buscado en vano.
Todos ya no eran ninguno, es decir, sólo eran esa sombra blanca y sobrenatural que respondía al ahondamiento, que decía lo que la nube no puede decir y la estrella dice quizá, pero no se oye.
Senos lustrales, con recepción del más allá en el mas acá, pilas benditas con reposo en su delicadeza acorcaban el amor y salvaban en flotación de cielo.
Todas las palabras abombadas y exultantes resultan procaces ante esas esquinas de altar, en que el amor se ahorra para el más allá.
Al caer hacia el cielo o al caer hacia el infierno el caso es tener su asidero y sólo eso salvará de interminable trayectoria.
Hacen el silencio a su alrededor y solo hablan ellos, y la degollada deja que se sepa donde había escondido su alma, donde la guardará siempre y desde donde podrá resucitar.
Son vanos todos los esfuerzos por decir qué se ha hecho en la vida hasta que la flecha de la palabra encuentra su blanco y se abren cenadores en la sombra.
¡Cómo habrán sido de inútiles todas las palabras como rosas de cera pronto rotas!
En ellos resulta que los círculos que crean las palabras al caer en el espacio, en vez de retirarse cada vez más de su centro, se centran y sólo paran cuando, amontonándose, forman el pequeño capacete del alma, su fanal.
Gracias a ellos, se saben al fin cosas secretas que parecía no ser posible saber nunca, como dónde está el ángulo íntimo en que las paralelas se reinen.
Lo mismo da que en ese momento del hallazgo se apague la luz, pues quedarán como joyas encendidas, ágatas antes de petrificarse, frutas que hablan en el momento de entregarse a la fuerza de gravedad, vislumbres en la negrura concedida. Horacio los ponderó y definió genialmente:
Que el cuenco de la mano palpe en hondo
la redondez del seno y su latido,
hemisferio de amor, mundo redondo
a dimensión de beso reducido.
Novalis dijo de ellos palabras excelsas:
"El seno es el pecho elevado a estado de misterio, el pecho moralizado."
En los senos hay un recuerdo de los primeros que nacieron del mármol.
Entre todo el tostado de la piel blanquea algo con blanco de pan: ese es un seno.
En ellos está todo el peso de la naturaleza, del aire, y del arte.
La vida está adornada con farolillos de senos.
El cascarón de los senos está en los hombros.
No cabe duda que Dios quiso dignificar con ellos la figura de la mujer y por eso los puso en lo alto del pecho y los desnudó de pelo.
Invertidos y colganderos son como el embudo por el que se filtra y pasa la delicia de la vida.
Son ventosas del deseo para ella y para él.
En un seno ya se sabe que esta el corazón, pero ¿y en el otro? En el otro estará el alma.
Todos los deseos se pueden sentir ante ellos, hasta el deseo del poeta moderno, ante los de la quinceañera, de cascarlos con cucharita como si fuesen unos huevos duros.
Los senos idealizan el pecado y por eso es casto ver el seno alto de las vírgenes, como si aquellos pintores quisieran que les saliese de la propia garganta.
Cuando el escultor ve aparecer el seno en el mármol, cree que fue un milagro, y eso que aparece sin areola, la sombra morada de la llaga de amor.
Los senos son las dos grandes lágrimas que llora la belleza por ser tan efímera.
Péndulos sin ritmo o movidos una vez como para no volverse a mover nunca, son presagios de la muerte acariciada. La naturaleza es plurimama y hasta Napoleón todo lo hizo por encontrar al final de sus victorias unos senos como tope del mundo que acabará cuando se hundan los dos últimos senos como las dos bovedillas del misterio y del descanso.
Los senos que responden son los ósculos entre lo finito y lo infinito, las vueltas de llave en la puerta del deposito de alegría, la serena complacencia de estar entre tanto retrato y momia, desmentidas las sombrillas, abandonados los palcos, huidos de las playas frías en que se bañan engañosas mujeres.
Ya ha pasado el índice de todos los senos de bazar, está cerrada la cubierta y prologado el libro por última vez.
Nadie más que el genial Creador podía escultorizar tan suaves quimeras.
Los senos son los salvavidas de la muerte. Sólo agarrándonos a un seno nos podremos salvar.
Ese algo que cae lento pero pesado es la comprobación de la dulzura de la materia, de lo que está más allá de lo sensual, lo sensorio.
Lorca supone "los dorados senos de las cubanas" y los "senos de cristal arañado" de las rameras.
He llegado a suponer que las guerras, las revoluciones, la política, toda violencia que se hace la disimulada, solo trata de cobrar unos senos en el botín final de su victoria.
Los senos rubios de las rubias y los blancos de las morenas, parece que van a fundirse alguna vez, pero no se funden nunca. ¡Pobre de la que no tiene más que la sombra de los senos, el ciprés del nacimiento muerto !
El reclamo de los senos es a veces demasiado orgulloso, pero entonces la vida les para en su soberbia y en su movimiento y quedan como juguetes muertos sobre los que llora una niña.
Casi todos los senos son frígidos, pero si se llegan a conquistar senos enterados, el más allá del placer está logrado. Esa es la suerte mayor de la vida, el hallazgo sumo y todo lo demás resulta pecaminoso y brutal.
Solo se sabe cómo habla la mujer cuando sus senos saben hablar.
El seno avizor responde, ha sido dotado por la divinidad de un especial permiso para que pueda estar el delirio cerca del pensamiento. No se necesita más. El amor ha ascendido. Ya no hace dengues de vanidad la mujer, sino que se deja decir hasta las más hondas palabras de amor y se siente la respuesta deliciosa. ¡Tesoro, verdadero tesoro!
Solo no responden los senos de timbre muerto, en los que, cuando más, hay una respuesta de dolor.
El camino de los senos es largo, largo, con mucha espera y años que se pierden en la espera; pero si la esperanza es grande, un día sucede lo inaudito.
Estaban en reserva y se logra que la pierdan.
El milagro es lento, pero seguro. En su nínfea de seda se escucha la voz del alba y de la noche, reunidas, sin quererse desenlazar, prendiendo los días unos a otros, como en un simulacro de inmortalidad.
En ellos está la palabra como antes de pacer el mundo, y la copa que les sirvió de modelo está como fue antes de endurecerse, cuando no era revés de copa aún, cuando eran el principio de todas las caracolas de nácar.
Se está en la madurez cuando encontramos el más perfecto cáliz en que poder hacer el resumen de lo vivido y de lo que no se pudo vivir, de lo buscado en vano.
Todos ya no eran ninguno, es decir, sólo eran esa sombra blanca y sobrenatural que respondía al ahondamiento, que decía lo que la nube no puede decir y la estrella dice quizá, pero no se oye.
Senos lustrales, con recepción del más allá en el mas acá, pilas benditas con reposo en su delicadeza acorcaban el amor y salvaban en flotación de cielo.
Todas las palabras abombadas y exultantes resultan procaces ante esas esquinas de altar, en que el amor se ahorra para el más allá.
Al caer hacia el cielo o al caer hacia el infierno el caso es tener su asidero y sólo eso salvará de interminable trayectoria.
Hacen el silencio a su alrededor y solo hablan ellos, y la degollada deja que se sepa donde había escondido su alma, donde la guardará siempre y desde donde podrá resucitar.
Son vanos todos los esfuerzos por decir qué se ha hecho en la vida hasta que la flecha de la palabra encuentra su blanco y se abren cenadores en la sombra.
¡Cómo habrán sido de inútiles todas las palabras como rosas de cera pronto rotas!
En ellos resulta que los círculos que crean las palabras al caer en el espacio, en vez de retirarse cada vez más de su centro, se centran y sólo paran cuando, amontonándose, forman el pequeño capacete del alma, su fanal.
Gracias a ellos, se saben al fin cosas secretas que parecía no ser posible saber nunca, como dónde está el ángulo íntimo en que las paralelas se reinen.
Lo mismo da que en ese momento del hallazgo se apague la luz, pues quedarán como joyas encendidas, ágatas antes de petrificarse, frutas que hablan en el momento de entregarse a la fuerza de gravedad, vislumbres en la negrura concedida. Horacio los ponderó y definió genialmente:
Que el cuenco de la mano palpe en hondo
la redondez del seno y su latido,
hemisferio de amor, mundo redondo
a dimensión de beso reducido.
Novalis dijo de ellos palabras excelsas:
"El seno es el pecho elevado a estado de misterio, el pecho moralizado."
En los senos hay un recuerdo de los primeros que nacieron del mármol.
Entre todo el tostado de la piel blanquea algo con blanco de pan: ese es un seno.
En ellos está todo el peso de la naturaleza, del aire, y del arte.
La vida está adornada con farolillos de senos.
El cascarón de los senos está en los hombros.
No cabe duda que Dios quiso dignificar con ellos la figura de la mujer y por eso los puso en lo alto del pecho y los desnudó de pelo.
Invertidos y colganderos son como el embudo por el que se filtra y pasa la delicia de la vida.
Son ventosas del deseo para ella y para él.
En un seno ya se sabe que esta el corazón, pero ¿y en el otro? En el otro estará el alma.
Todos los deseos se pueden sentir ante ellos, hasta el deseo del poeta moderno, ante los de la quinceañera, de cascarlos con cucharita como si fuesen unos huevos duros.
Los senos idealizan el pecado y por eso es casto ver el seno alto de las vírgenes, como si aquellos pintores quisieran que les saliese de la propia garganta.
Cuando el escultor ve aparecer el seno en el mármol, cree que fue un milagro, y eso que aparece sin areola, la sombra morada de la llaga de amor.
Los senos son las dos grandes lágrimas que llora la belleza por ser tan efímera.
Péndulos sin ritmo o movidos una vez como para no volverse a mover nunca, son presagios de la muerte acariciada. La naturaleza es plurimama y hasta Napoleón todo lo hizo por encontrar al final de sus victorias unos senos como tope del mundo que acabará cuando se hundan los dos últimos senos como las dos bovedillas del misterio y del descanso.
Los senos que responden son los ósculos entre lo finito y lo infinito, las vueltas de llave en la puerta del deposito de alegría, la serena complacencia de estar entre tanto retrato y momia, desmentidas las sombrillas, abandonados los palcos, huidos de las playas frías en que se bañan engañosas mujeres.
Ya ha pasado el índice de todos los senos de bazar, está cerrada la cubierta y prologado el libro por última vez.
28 de enero de 2011
La historia de mi nacimiento
"En los años 70, el entorno del nacimiento había llegado a un grado de masculinización sin precedentes. De entrada el número de especialistas en obstetricia -hombres en su mayoría- había crecido hasta tal punto de que muchos de ellos tenían tiempo suficiente para atender todos los partos de su hospital, incluso los más fáciles. Al mismo tiempo, otros médicos especializados, concretamente anestesistas y pediatras, empezaron a estar presentes en las salas de parto (...) a esto le añadimos la invasión electrónica de las salas de parto (... ) Si tuviera que definir la palabra "sagrado" lo haría explicando su término opuesto, es decir, una sala de partos de los 70".
"En 1973, Karl von Frish, Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen compartieron el premio Nobel de Fisiología y Medicina; gracias a ellos aprendimos que en los mamíferos existe un corto período de tiempo inmediatamente después del nacimiento que no volverá a repetirse jamás a lo largo de la vida y que es crítico en la creación del vínculo entre madre y bebé. El trabajo de estos etólogos (y de otros como Harlow), impulsó a otros médicos como Bowlby en Reino Unido y Marshall Klaus y John Kennell en EEUU a examinar la teoría del vínculo entre humanos".
Michel Odent: Las funciones de los orgasmos, Editorial Obstare, 2009.
Soy Ileana; hija de María Antonia; hija de Domitila; hija de Julia; hija de Domitila...
Y esta es la historia de mi (traumático) nacimiento en Pinar del Río, Cuba, 1973, escrita por mi madre, María Antonia, profesora universitaria de Física, tenía 33 años, y yo fui su tercer -y último- bebé.
Creo que menciona todas las "aberraciones" posibles que se hacían a las parturientas, y que aún se hacen: proposiciones indecentes de inducción, ginecólogos prepotentes, Kristeller, episiotomía, enemas, esperas, abandonos, separación del bebé, fracaso en la lactancia, reincorporación inmediata al trabajo... El pack completo de la violencia obstétrica y del desamparo primal. (El detalle de la película de terror es tremendamente significativo).
Fui, fuimos, víctima de todas ellas. Quizás por eso, inconscientemente, he reaccionado tanto al darme cuenta de que las cosas pueden y deben ser de otra manera. Aunque muchas de estas cosas las oí desde niña, no ha sido hasta ahora que soy consciente y puedo ponerles nombre, y darme cuenta de la dimensión que tienen.
Aquí os dejo el relato:
"El tercer parto:
Los dos partos anteriores yo los había hecho con un médico particular, que me atendió todo el tiempo cada barriga y que en el momento del parto lo mandabas a buscar y estaba contigo todo el tiempo. Además, parí esas dos primeras veces en el Policlínico, al lado de la casa. Yo tenía miedo de que me tocara parir la tercera vez en Maternidad y a merced de cualquier médico que me correspondiera. Así que hablé con mi compañero de trabajo, cuya esposa era gineco-obstetra para que me atendiera en este tercer parto. Ella me hizo un reconocimiento y me dijo que yo debía parir para fines de febrero, que ella el 25 estaría de guardia y que me ingresaba para inducirme el parto y dejarme parida durante su guardia. Así que dejé para el día antes el arreglo de pelo y manos y en esa semana acabaría de preparar el ajuar para el parto, todo como si fuera un turno para parir, jeje.
El domingo 18 habíamos hablado de salir a comer fuera, porque cuando pariera no íbamos a poder salir en mucho tiempo y nos fuimos a la pizzería, nos pusimos a esperar que abriera, para comer temprano y el personal que debía atender el establecimiento no llegó, así que como a las 8 y media de la noche nos fuimos a El Pavito, nos dimos a esa hora un atracón de todo lo bueno que despachaban allí y nos fuimos al cine a ver "Terror en el bosque" una peli de un violador de niñas que tenían que atravesar el bosque para ir de la escuela a su casa.
Cuando llegamos a la casa, ya pasadas las 12, comenté con tu padre lo bien que me sentía, que a pesar de la llenura tenía como una felicidad, me dieron ganas de orinar y en el tránsito hacia el baño rompí la fuente. A esa hora me metí a darme un baño y tu abuela me decía que no me pusiera nerviosa, pero ella intentó buscar el número de teléfono para llamar a un taxi y no lo encontraba. Tu padre salió a la calle y encontró que un vecino (yerno de Elisa Arias, una dentista amiga nuestra que vivía al doblar) tenía parqueado su carro frente a la casa.
El amigo no se hizo esperar y como a la una y media de la madrugada llegamos a maternidad. El que estaba de guardia era Noda (creo que una hija de él fue compañera tuya en la escuela), nos conocíamos de toda la vida, fue compañero nuestro de estudios, porque él hizo el bachillerato y la Escuela Normal a la par. Cuando me reconoció, me dijo que tenía toda la dilatación, pero que la criatura no bajaba. Esas fueron las mismas palabras que me dijeron cuando el parto de tu hermano y se lo hice saber: "Dr., yo no soy primeriza, ya en el segundo parto me dijeron eso y era que el niño tenía el cordón umbilical enredado en el cuello y hubo que empujarlo para que naciera" (creo que se llama "cristelier" a esa operación). Me contestó que el que sabía de eso era él y que debía irme a la habitación y esperar. Hubiera parido sin un dolor, me fueron a poner enema, pero me dieron deseos de defecar y no terminaron de ponerlo; al acostarme en la habitación, me empezaron los pujos, me cagué toda en la cama y allí estaba dentro de aquella mierda, prieta y apestosísima por demás, sin nadie que me atendiera, hasta que pasó una negrita empleada de limpieza y me limpió con esmero, se lo agradeceré toda la vida.
Al Dr. Noda lo mandé a buscar como tres veces, para decirle que yo creía que ya estaba lista para el parto y no vino, estaba haciendo una cesárea, me dijeron. Como a las 8 y pico de la mañana entró por él el Dr. Rigoberto García de los Ríos y al fin vino a verme. Me reconoció y enseguida armó el corre-corre. Me picaron un poco, cosa que yo pensé que en el tercer parto no me harían y te sacaron, cuando empezaron a sacudirte no llorabas y yo pregunté: ¿Qué pasa que no llora? _ No es nada_ me contestaron. Pero yo sabía que pasaba algo, estaba casi segura de que tuvieron que desenredarte el cordón umbilical, pero no me dijeron nada; así que te sacaron de allí a la carrera y te pusieron en el cunero en una cámara de oxígeno.
Lo único que compensa todo el trabajo del parto es tener al bebé al lado, revisarlo, ver que tiene todo su cuerpecito completo, acunarlo, acariciarlo, disfrutar de su calorcito y de su belleza (escribiendo esto se me saltan las lágrimas y ya han pasado casi cuarenta años). Esa noche la pasé muy triste y desolada, solamente te había visto de lejos, a través del cristal del cunero y sin saber la magnitud del peligro en que estabas. Ya pariste, ya puedes valorar mi estado de ánimo.
Hasta las 24 horas no pude tenerte en mis brazos. En cuanto me dejaron la historia clínica al alcance, la revisé y efectivamente, decía que habías nacido cianótica, o lo que es lo mismo, que por poco te asfixias. Esperé que Noda pasara visita y me lo comí con papas fritas, le dije hasta del mal que iba a morir y le advertí que si tenías alguna secuela, que hasta los tribunales no paraba. Lo único que hizo fue llamar a la enfermera para regañarla porque me había dejado la historia clínica al alcance. Y este médico tenía fama de ser el mejor.
La lactancia:
Lo que sigue es la rutina de todos los partos, las curas, el intentar amamantar después de casi 8 años del parto anterior y tú chupabas con los labios hacia adentro, cubriendo las encías. Me dolía mucho cuando te prendías, más que en los partos anteriores, o así me lo parecía y un día se me hizo como una cortada, por la parte de adentro del pezón de la teta izquierda, no fueron grietas, ya llevaba varios días amamantándote, sin grietas. Corrí al médico y me mandó antibióticos; ya no pude darte más de mamar, no recuerdo qué tiempo de nacida tenías, pero de todas formas, en ninguno de los tres partos yo amamanté más de 45 días; tenía que trabajar..."
27 de enero de 2011
Hadas de lactancia materna
"En la India un anciano se paseaba por el centro de la ciudad con un vistoso hilo de color púrpura sobre el hombro de su shari. Una joven le advirtió sobre el hecho y sin darse cuenta ambos se enfrascaron en una agradable conversación, tras finalizar la cual cada uno partió hacia su destino. La mujer se sintió de algún modo reconfortada y aliviada tras su charla con el hombre.
Al dar la vuelta a la esquina el hombre sacó de el hilo púrpura y lo colocó de nuevo sobre su hombro."
Tomando esta fábula como inspiración, los miembros de la asociación vasca Izan Leike pensaron y pensaron qué hacer para contribuir al fomento de la cultura de la lactancia hasta que dieron con una genial idea: un broche artesanal que representa a una mujer amamantando a su bebé. Un "hilo sobre el hombro" que invite a quienes lo vean a sentirse en confianza de hablar de crianza y de lactancia, de los niños y de la vida.
Cada hadita de lactancia es única, hecha a mano, sobre arcilla polimérica, con todo detalle (pendientes, collares, fulares, bebé mamando). No hay dos iguales. Tienen un número de serie, y podemos ponerle nombre, enviarles la ficha, y pasar a formar parte del Club del hilo sobre el hombro.
La página y la tienda de Izan Leike son una inspiración de buen gusto, sencillez y belleza.
Yo acabo de recibir la mía, es preciosa y se llama Chabela.
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En Facebook: Proyecto Hada.
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En Facebook: Proyecto Hada.
Tus hijos no son tuyos
Vía| Bebés y Más (2008)
Este texto extraído de “El profeta” la obra cumbre de Khalil Gibran, novelista y poeta libanés (1883-1931), expresa muy bien algo que los padres solemos olvidar: que nuestros hijos no son propiedades nuestras sino que llegan a la vida a través de nosotros y nuestra responsabilidad es acompañarles y respetarles en el camino.
Por MMar
Esto también implica que debemos educarles con mucha más libertad (que no permisividad) de lo que hacemos: libertad para ser bebés y exigir tiempo, brazos, calor y teta aunque nosotras estemos exhaustas; libertad para descubrir el mundo aunque abran todos los cajones de la casa; libertad para ser niños, moverse y destartalarlo todo (sin medicarles); libertad para gritar y expresarse a su manera, etc.
La función de los padres no es adiestrar a sus hijos a que encajen en unos estandares sociales cada vez más cuestionables, sino respetar su personalidad, hacer florecer sus talentos innatos y no permitir que la familia, la escuela y la vida en general los anule y los uniformice como ha pasado con casi todos los adultos.
Disfrutemos con estas bellas palabras:
Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.
Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.
No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.
Tenemos útero
Por Ileana Medina Hernández
No sólo tenemos tetas, también tenemos útero. ;-)
El útero tiene la importante función vital de ser "el primer hábitat" de todos los seres humanos, lo que lo convierta quizás en el órgano vital por excelencia, junto al cerebro y el corazón.
La importancia de la vida intra-uterina la hemos intuido siempre, asociándola al "paraíso perdido", y hoy la ciencia comienza a demostrar -aún apenas vislumbrando- el importante impacto que las condiciones uterinas van a tener en nuestras vidas.
Sin embargo, mucho es lo que ignoramos sobre él, y muchísimas mujeres ni siquiera nos acordamos de que lo tenemos dentro de nosotras, hasta que nos da algún problema.
Cuando comencé a leer a Casilda Rodrigáñez, lo primero que me conmocionó fueron las importantes revelaciones que, a partir de una ardua investigación histórica y científica, nos hace sobre el útero. He aquí algunas de ellas (a riesgo de que en resumen tan breve y generalizado puedan perder precisión):
-El útero es un órgano que puede latir y moverse. En la antigüedad, el útero se representaba siempre a través de animales que se mueven y laten: como el pez, la medusa, la rana, los pulpos...
-Las mujeres actuales tenemos prácticamente todas el útero rígido, contraído, espástico. Durante más de dos mil años hemos perdido la conexión con nuestro útero, y todas las prácticas destinadas a relajarlo y ejercitarlo: trabajar en cuclillas, danzar con el vientre, conectarnos con nuestro ciclo menstrual, sentirnos felices de ser mujeres, compartir sabiduría con otras mujeres, represión sexual, acorazamiento, etc...
-La verdadera causa del dolor en el parto radicaría en esa rigidez del útero y en el miedo al parto. De esa manera, lo que deberían ser movimientos armónicos y placenteros que terminaran en el reflejo de eyección materno-fetal, se convierten en contracciones resistentes y dolorosísimas. Lo que se conoce hoy como contracciones "normales" del parto en realidad serían algo así como calambres (patológicos). La represión de la sexualidad femenina y la negación del placer uterino es pues la verdadera causa del "parirás con dolor" que ha presidido a las culturas de dominación que conocemos históricamente.
-Los orgasmos femeninos realmente ocurren en el útero, como demostraron en una investigación los famosos sexólogos Masters & Johnson. Con un útero "entrenado" en los orgasmos, relajado y conectado con la conciencia femenina, traído a la conciencia, disfrutado, los partos pueden también llegar a ser orgásmicos. Recuperar la condición fisiológica normal de nuestros úteros puede aumentar en proporciones cósmicas el placer sexual de las mujeres.
-Respetando el principio del placer y la capacidad de autorregulación de los seres humanos, el embarazo, el parto y la lactancia ocurrirían con total placer, desde un cuerpo maternal pleno y no acorazado, que hoy no podemos ni imaginar, que inaugura la vida de las crías humanas desde un entorno primal propicio para la no dominación, la no neurosis, la no violencia y el derramamiento amoroso hacia nuestros semejantes. La relación de esta "normal fisiología femenina" con la salud primal de los seres humanos es evidente.
-El verdadero centro de expansión del placer y por tanto del amor humano, sería el útero -y la sexualidad en general, tanto femenina como masculina- y no el corazón como habitualmente pensamos. La glorificación del corazón (el "corazón de Jesús") sería una sublimación (concepto psicoanalítico), una negación-renuncia-desplazamiento de la verdadera función de las pulsiones libidinales.
La cesárea y la histerectomía, dos formas de "utericidio", son las principales operaciones quirúrgicas a que nos sometemos hoy las mujeres, como bien explica la ginecóloga Christiane Northrup en su libro Cuerpo de Mujer, Sabiduría de Mujer.
Existe por un lado, una aparente "facilidad" en el sistema sanitario para agredir, cortar y extirpar el útero como si eso no trajera mayores consecuencias para las mujeres; y por otro, la realidad de que enfermamos con mucha frecuencia de cáncer de útero, miomas, pólipos, quistes, hemorragias... Si entendemos la enfermedad en su dimensión psico-somática esto demostraría una vez más las consecuencias patológicas de la desconexión, la rigidez y la disfuncionalidad de nuestros úteros.
La revelación de que esta disfunción uterina no está determinada biológicamente, sino que es cultural y socio-psicológica, nos abre puertas infinitas a caminos de auto-conocimiento y de reencuentro con nuestras infancias, con nuestras madres, con nuestras antepasadas, con nuestro inconsciente... y a la vez un reto para descubrir las prácticas socio-culturales tenidas por "normales" que atentan contra nuestra integridad cuerpo-mente.
La terapeuta transpersonal Mónica de Felipe, creadora del espacio Grupo Maternal, acaba de abrir también un espacio para estudiar, conocer y compartir información sobre el funcionamiento de nuestro útero, al que podemos sumarnos, desde el anonimato si así lo preferimos, para compartir nuestras experiencias.
Comencemos a conocer y a amar a nuestro útero, nuestro cuerpo. Es un buen modo de comenzar a amarnos y aceptarnos a nosotras mismas.
23 de enero de 2011
¿Conocéis a alguna...
... a alguna mujer que, ahora mismo (sin que haga falta siquiera irnos al pasado, a su historia clínica), en este mismo instante, no padezca de alguna, de al menos una, de las siguientes enfermedades?
-síndrome premenstrual
-dolores menstruales (dismenorrea)
-menstruación muy abundante o muy escasa
-desarreglos menstruales (reglas irregulares)
-engrosamiento excesivo del revestimiento uterino (hiperplasia endometrial)
-dolor pelviano crónico
-problemas ovulatorios
-menopausia precoz
-síndrome de ovarios poliquísticos
-desajustes hormonales
-infertilidad
-esterilidad
-abortos de repetición
-problemas en las Trompas
-miomas
-endometriosis
-cáncer de ovarios, útero o mamas
-quistes de ovarios, útero o mamas
-frigidez
-sequedad vaginal
-infecciones vaginales
-enfermedades de transmisión sexual
-papilomavirus humano
-herpes
-cervicitis
-incontinencia urinaria
-problemas de suelo pélvico
-anorgasmia
-embarazos complicados (anemia, diabetes, hiperemesis, hipertensión...)
-partos por cesárea
-partos problemáticos (inducidos, fórceps, ventosas...)
-problemas para establecer la lactancia
-mastitis
-imposibilidad de lactar, lactancia mixta, lactancia breve
-trastornos de la menopausia
Y el resto de las enfermedades del aparato genital-reproductor. ¿Conocéis alguna mujer, de cualquier edad, con su sistema reproductivo completamente sano? ¿De verdad debemos creer que la naturaleza previó que cursáramos todo nuestro ciclo reproductivo con dolor y malestar? ¿De verdad las hembras humanas somos tan imperfectas?
Dice la Dra. Christiane Northrup que la segunda operación más frecuente en Estados Unidos entre las mujeres es la histerectomía. La primera es la cesárea.
-síndrome premenstrual
-dolores menstruales (dismenorrea)
-menstruación muy abundante o muy escasa
-desarreglos menstruales (reglas irregulares)
-engrosamiento excesivo del revestimiento uterino (hiperplasia endometrial)
-dolor pelviano crónico
-problemas ovulatorios
-menopausia precoz
-síndrome de ovarios poliquísticos
-desajustes hormonales
-infertilidad
-esterilidad
-abortos de repetición
-problemas en las Trompas
-miomas
-endometriosis
-cáncer de ovarios, útero o mamas
-quistes de ovarios, útero o mamas
-frigidez
-sequedad vaginal
-infecciones vaginales
-enfermedades de transmisión sexual
-papilomavirus humano
-herpes
-cervicitis
-incontinencia urinaria
-problemas de suelo pélvico
-anorgasmia
-embarazos complicados (anemia, diabetes, hiperemesis, hipertensión...)
-partos por cesárea
-partos problemáticos (inducidos, fórceps, ventosas...)
-problemas para establecer la lactancia
-mastitis
-imposibilidad de lactar, lactancia mixta, lactancia breve
-trastornos de la menopausia
Y el resto de las enfermedades del aparato genital-reproductor. ¿Conocéis alguna mujer, de cualquier edad, con su sistema reproductivo completamente sano? ¿De verdad debemos creer que la naturaleza previó que cursáramos todo nuestro ciclo reproductivo con dolor y malestar? ¿De verdad las hembras humanas somos tan imperfectas?
Dice la Dra. Christiane Northrup que la segunda operación más frecuente en Estados Unidos entre las mujeres es la histerectomía. La primera es la cesárea.
21 de enero de 2011
¡Hay algo que se puede hacer!
Por Ileana Medina Hernández
En el blog De Mamás y de Papás, Cecilia Jan escribió el pasado diciembre un excelente artículo en el que intentó analizar objetivamente el conflicto sobre la lactancia materna que se plantea continuamente en todos los espacios donde se habla del tema.
Hay algo que he dicho en otras ocasiones: lo cierto es que la lactancia ha de ser algo muy importante, cuando la reacción de un lado y de otro, es siempre tan enérgica y furibunda. ¿Por qué nos sentimos siempre tan "atacadas" las unas y las otras? ¿Por qué nos sentimos culpables, heridas o frustradas, o al contrario, otras tan plenas, tan felices en la maternidad que son capaces de abandonarlo todo, tan recalcitrantemente orgullosas?
Cecilia termina su artículo haciéndose esas mismas preguntas:
En el blog De Mamás y de Papás, Cecilia Jan escribió el pasado diciembre un excelente artículo en el que intentó analizar objetivamente el conflicto sobre la lactancia materna que se plantea continuamente en todos los espacios donde se habla del tema.
Hay algo que he dicho en otras ocasiones: lo cierto es que la lactancia ha de ser algo muy importante, cuando la reacción de un lado y de otro, es siempre tan enérgica y furibunda. ¿Por qué nos sentimos siempre tan "atacadas" las unas y las otras? ¿Por qué nos sentimos culpables, heridas o frustradas, o al contrario, otras tan plenas, tan felices en la maternidad que son capaces de abandonarlo todo, tan recalcitrantemente orgullosas?
Cecilia termina su artículo haciéndose esas mismas preguntas:
¿Qué se puede hacer para que una recomendación de salud no acabe siendo una fuente de frustración y de culpabilidad? ¿Para que algo que a muchas nos apetece hacer porque sale de nosotras, porque es natural, porque es una experiencia vital que queremos sentir, no sea atacado gratuitamente por ignorancia o en aras de un feminismo trasnochado? ¿Para que a las que no quieran o no puedan dar el pecho por cualquier causa no las hagan sentir peores madres?Ante tan bien planteadas preguntas, modestamente creo que sí, que hay algo que se puede hacer:
¡RECONOCER QUE LA LACTANCIA MATERNA
ES PARTE DE LA SEXUALIDAD FEMENINA!
La lactancia materna es, sí, una recomendación de salud, tanto para los bebés como para sus madres. La lactancia materna es, sí, el mejor alimento que podemos ofrecer a nuestros hijos. Pero la lactancia materna es, ante todo, sexualidad femenina, igual que el coito, el embarazo y el parto. Todos son parte del mismo PROCESO.
Reconocer toda la SEXUALIDAD NO COITAL que los seres humanos tenemos, y sobre todo las mujeres. Recuperar esa parte de la sexualidad que nos ha sido robada a las mujeres (y a todos, porque criaturas somos todos) progresivamente durante cientos y miles de años.
De ahí que haya tantos tabúes, de ahí que haya tanta dificultad para hablar claro. De ahí que no salgamos nunca del mismo círculo vicioso en los debates y discusiones. De ahí que tantas mujeres, a pesar incluso de informarse y de buscar y de leerse de punta a cabo a Carlos González , sientan que no pueden amamantar, que no pueden soportar la succión sobre el pezón, o que no son capaces de amamantar en público, ejemplos que cita la misma Cecilia.
De ahí también que haya mujeres que pueden llegar a sentir orgasmos amamantando. Y otras que se asustan cuando sienten un cosquilleo (el útero como una medusa danzante, que diría Casilda Rodrigáñez) cuando están dando de mamar. No es nada grave, no es nada peligroso, es simplemente algo PLACENTERO. Y así tiene que ser.
La lactancia es cuerpo. Y las mujeres tenemos problemas -y muchos- con nuestro cuerpo. La lactancia es libido. Durante el amamantamiento, la oxitocina y la prolactina, las hormonas del amor, del sexo y de la felicidad, están dirigidas hacia la criatura.
Durante los partos medicalizados y más o menos violentos que sufrimos la mayoría de las mujeres, ese desborde de hormonas de la felicidad la mayoría de las veces se interrumpe. Vivimos el embarazo, el parto y el puerperio llenas de miedos, con el equilibrio hormonal roto, con el útero espástico, con la cabeza llena de presiones sociales, estereotipos y prejuicios secularmente cultivados. Todo eso atenta contra la sexualidad, y por tanto, atenta contra la lactancia.
"Son las hormonas", solemos decir para justificar ese malestar que muchísimas mujeres sienten tras el parto. Y no. Es precisamente la falta de hormonas. Las que nos arrebataron durante un parto no natural, durante la separación de nuestros bebés, con la cesárea o con la oxitocina artificial, con los sueros, los fórceps y los nidos para bebés... incluso con la mera rigidez y frialdad de un salón de operaciones.
Para recibir un bebé sin derrumbarnos nuestro cuerpo tiene que estar engrasado. Bien engrasado. Engrasado por el PICO MÁS ALTO DE OXITOCINA que la especie humana puede sentir jamás. Cuando nuestro cuerpo es invadido por ese "chute" de oxitocina natural, flotamos, flotamos en la felicidad de amamantar y de permanecer piel con piel con nuestras criaturas. Todo lo contrario a lo que ocurre en los partos intervenidos rutinariamente.
"Son las hormonas", solemos decir para justificar ese malestar que muchísimas mujeres sienten tras el parto. Y no. Es precisamente la falta de hormonas. Las que nos arrebataron durante un parto no natural, durante la separación de nuestros bebés, con la cesárea o con la oxitocina artificial, con los sueros, los fórceps y los nidos para bebés... incluso con la mera rigidez y frialdad de un salón de operaciones.
Para recibir un bebé sin derrumbarnos nuestro cuerpo tiene que estar engrasado. Bien engrasado. Engrasado por el PICO MÁS ALTO DE OXITOCINA que la especie humana puede sentir jamás. Cuando nuestro cuerpo es invadido por ese "chute" de oxitocina natural, flotamos, flotamos en la felicidad de amamantar y de permanecer piel con piel con nuestras criaturas. Todo lo contrario a lo que ocurre en los partos intervenidos rutinariamente.
La lactancia, igual que el resto de la sexualidad femenina, está muy dañada por prácticas socio-culturales dañinas, invisibles de tan normales, y además atravesada por REPRESIONES INCONSCIENTES, represiones que hemos sufrido a la vez desde nuestro nacimiento y primera infancia, y que muchas veces no podemos -ni queremos- reconocer.
Hay aspectos culturales, sociales, familiares e individuales, que influyen en esa represión, que no nos permiten relajarnos y disfrutar con algo que sólo puede hacerse desde el placer, y que está previsto por la naturaleza que así sea.
Por eso, no se puede obligar ni presionar a ninguna mujer a amamantar. Por eso, nos sentimos tan mal y tan culpables cuando sabemos que la leche materna es lo mejor, pero no hemos podido ofrecerla a nuestros bebés. Por eso, hay mujeres que incluso les produce rechazo, como nos producen rechazo nuestros fluidos corporales, porque estamos alejadas de nuestros cuerpos. Por eso, tanta culpabilidad que no sabemos de dónde sale ni cómo remediar.
Si nos tomamos la lactancia como sexualidad, nos daremos cuenta rápidamente de cuál es el tratamiento que hay que darle. Pero... nos topamos con que tratamos MUY MAL al resto de nuestra sexualidad. No hablamos claro, vivimos en la ignorancia y la represión, en una falsa "libertad sexual" desconectada de nuestras emociones y nuestros sentimientos. Y ahí está el Tabú.
Si nos tomamos la lactancia como sexualidad, nos daremos cuenta rápidamente de cuál es el tratamiento que hay que darle. Pero... nos topamos con que tratamos MUY MAL al resto de nuestra sexualidad. No hablamos claro, vivimos en la ignorancia y la represión, en una falsa "libertad sexual" desconectada de nuestras emociones y nuestros sentimientos. Y ahí está el Tabú.
Así que sí: hay varias cosas que podemos hacer para que tanto conflicto, tanta culpabilidad, tanto rencor y tanta "mala leche" desaparezca o se minimice. Esto es lo que yo haría (e intento hacer):
1.- Revisar, leer, comprender, explicar y difundir la importantísima obra de Casilda Rodrigáñez, donde explica y argumenta la sexualidad femenina NO COITAL, dirigida hacia la criatura; y cómo la lactancia, el piel con piel con el bebé, el deseo maternal, es parte de ella. Casilda se basa en la obra de importantes científicos, médicos y psicólogos, como Wilhem Reich, Nils Bergman, Michel Odent, James Prescott, Masters & Johnson, Michael Balint, Serrano Vincens, Merelo Barberá, Frederick Leboyer, etc... para demostrar sus hipótesis, que según ella misma, nadie ha refutado hasta ahora.
2.- Difundir y aumentar todas aquellas acciones que vayan encaminadas a aumentar la AUTOESTIMA de las mujeres; nuestra liberación real (la de nuestros cuerpos, no sólo la de nuestros salarios); el conocimiento sobre el funcionamiento de nuestra fisiología, nuestra sexualidad, nuestra libido y nuestro poderío interno.
3.- Recuperar el respeto a la fisiología de nuestros partos. La labor de Asociaciones como El Parto Es Nuestro, y todo el movimiento creciente de acompañamiento y apoyo a los partos, a la maternidad y a la lactancia, doulas, matronas, mujeres sabias, conectadas con nuestras capacidades más ancestrales, que pueden ayudarnos a recuperar la confianza en nosotras mismas y en nuestros cuerpos, porque el parto es poder. En el momento del parto, si se deja a la naturaleza actuar, y no se separa a la madre de los bebés, la avalancha hormonal de oxitocina y de prolactina hará por sí sola todo el trabajo para que el parto sea soportable (hasta orgásmico puede llegar a ser) y la lactancia sea fácil y placentera.
4.- El respeto a la naturaleza, innegable hoy para salvar el planeta, pasa en primer lugar por el esencial respeto a nuestros propios cuerpos, a los de las mujeres y a los de las criaturas, por conectar con nuestra condición de mamíferos y reconocer las prácticas culturales erróneas que nos impiden que nuestra fisiología funcione. Igual que reconocimos en su momento las que impidieron durante milenios que las mujeres tuviéramos orgasmos.
5.- Aumentar las bajas maternales y las políticas oficiales de apoyo a la maternidad y la crianza, que son incluyentes (y no excluyentes) para todo tipo de crianza.
El día que los medios de comunicación, los poderes públicos, los centros sanitarios, los púlpitos de conocimiento (universidades y centros de investigación) trabajen todos juntos en este sentido, quieran de verdad aprender y comprender qué está sucediendo, quizás comencemos a entender por qué a las mujeres occidentales no nos funcionan las tetas (y claro está, nos sentimos mal por ello).
19 de enero de 2011
Problemas alimentarios que no existirían...
Por Ileana Medina Hernández
La prensa británica -sensacionalista como pocas, o como muchas- se ha hecho eco en estos días de un supuesto estudio científico que cuestiona la bondad de la lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses , recomendada por la OMS, por la AEPED y por casi todas las autoridades sanitarias.
La prensa británica -sensacionalista como pocas, o como muchas- se ha hecho eco en estos días de un supuesto estudio científico que cuestiona la bondad de la lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses , recomendada por la OMS, por la AEPED y por casi todas las autoridades sanitarias.
En su excelente blog Una maternidad diferente, la periodista Eloísa López hace una revisión de estos titulares, en los que puede comprobarse la facilidad con que los medios de comunicación enseguida arman un escándalo donde no lo hay.
La introducción de alimentos diferentes a la leche materna (o a la artificial) es uno de los temas que más suele preocupar a las madres y padres, y en la que, debido a nuestra ignorancia y falta de guías culturales o interiores, solemos seguir lo que nos pauta el pediatra.
Los mismos pediatras, sin embargo, como es natural, suelen tener criterios diferentes. De modo que si te toca el pediatra de la Puerta 1, le das papilla de cereales a tu hijo a los cuatro meses; y si te toca el pediatra de la Puerta 2, se los das a los siete. Yo, como me niego a que el azar de la Puerta 1 o la Puerta 2 sea lo que determine de qué manera crío a mi hija (ya bastante tengo con mis propias limitaciones), creo que lo mejor es informarse, leer, investigar y sobre todo, conectar con nuestro profundo, bombardeado y reprimido "instinto" maternal, antes de tomar las decisiones sobre la crianza de nuestros hijos.
La alimentación es algo fundamental en nuestras vidas. Somos lo que comemos, y cómo lo comemos. La alimentación conecta con nuestras emociones, con nuestros sentidos, con nuestra sensibilidad, con nuestros estados de ánimo, con nuestro inconsciente, con nuestra alegría y nuestros placeres.
De ahí que uno de los principales males de la sociedad moderna occidental sean los trastornos alimentarios, tanto el sobrepeso como la anorexia y la bulimia, verdaderas epidemias actuales. Y las dietas y los tratamientos conductistas no suelen arreglarlos, precisamente porque la alimentación conecta con nuestras emociones más profundas y con nuestros miedos y rechazos inconscientes, que se forjan en esta fundamental etapa primaria.
Durante los últimos milenios (la única historia que conocemos y que a menudo confundimos con la condición humana), la alimentación no ha merecido debate: cuatro comían hasta reventar, y el resto comían lo que buenamente podían para no morirse de hambre. Así es todavía en buena parte del mundo. O sea, que apenas hemos podido saber lo que la naturaleza, y nuestros organismos en equilibrio con ella, hubieran elegido para comer en situación de abundancia natural y no explotación. Pero podemos intuirlo.
Para empezar, lactancia materna. Un mecanismo mágico perfeccionado durante millones de años de evolución mamífera, que es un fluido vivo que no sólo se adapta a lo que el bebé necesita en cada momento, sino que además ES el sistema inmunitario del bebé, su protección, su seguridad, su placer, su sexualidad, su gozo, y su autorregulación emocional.
Para que la lactancia materna tenga éxito, como sabemos, ha de ser el bebé el que decida cuándo y cuánto quiere alimentarse.
Y por eso el respeto a la lactancia materna a demanda significa en sentido amplio un cambio de paradigma en la crianza (o un retorno al paradigma original como dice Nils Bergman): ES EL BEBÉ MISMO EL QUE ES CAPAZ DE AUTORREGULARSE.
La Teoría de la Autorregulación de Reich, que hoy comienza a ser confirmada por la neurobiología, implica un cambio de tal magnitud en nuestro concepción de la vida, que por eso tanta gente está interesada en negarla. La vida se abre paso a sí misma, los organismos vivos son capaces de autorregularse por sí mismos, y es el PLACER el que regula su funcionamiento fisiológico y corporal.
Como bien ha explicado Casilda Rodrigañez, la dominación de unos hombres sobre otros, de los adultos sobre los niños, de los ricos sobre los pobres, de los hombres sobre las mujeres... no sería posible si la crianza y la educación se basaran en la autorregulación, en el placer y en la iniciativa propia de los niños y de los seres humanos. Sólo podemos vivir de una de dos maneras: desde el placer expansivo y autorregulador, o desde la dominación/sumisión. Ese es el gran dilema de nuestra cultura.
¿Y que tiene que ver Reich con la alimentación complementaria? Ay, Ileana, es que tú todo lo vuelves filosofía.
Pues tiene que ver y mucho. Así mismo como la lactancia materna es a demanda, y es el bebé el que sabiamente decide cuándo tiene hambre y cuándo quiere comer (y puede ser cada 15 minutos o cada una hora, o cada tres), la misma lógica debería aplicarse para empezar a comer otro tipo de alimentos.
Laura Gutman y Carlos González, en sus respectivos e indispensables libros La Revolución de las Madres: el desafío de nutrir a nuestros hijos, y Mi niño no me come, lo dicen claro: la papilla en realidad es un alimento poco apropiado para los niños.
El debate sobre cuándo introducir alimentos y cómo introducirlos NO EXISTIRÍA, si simplemente el niño, alimentado con lactancia materna durante los primeros años de vida, fuera él mismo quien eligiera qué alimentos se quiere llevar a la boca, cuándo y cómo.
Puede que un niño de 4 ó 5 meses ya se interese por los alimentos que comen los adultos, y quiera llevárselos a la boca, exactamente igual que se quiere llevar a la boca la crema del cuerpo o un juguete de plástico. Para jugar y explorar. Poquito a poco irá descubriendo sabores, texturas, colores y placeres, de la misma mesa y costumbres de sus progenitores... lo cual es la única función de la comida en el primer año de vida. La función nutritiva la cubre la leche materna.
Como bien dice el dr. Caettano (citado por Eloísa) "los niños no se levantan un día diciendo a partir de hoy tengo que comer alimentos sólidos". Es un proceso, que transcurre poco a poco, en la misma medida que la curiosidad del niño vaya creciendo, su desarrollo físico, su madurez neuro-muscular y sus necesidades nutricionales lo vayan preparando para ello.
Para eso, ciertamente, la integridad emocional del niño y su capacidad de autorregulación han de estar intactas. También la madre y la teta deben estar disponibles todo el tiempo mientras el proceso ocurre (el primer año de vida). Algo difícil en esta sociedad donde con demasiada frecuencia les negamos a los bebés los brazos, la compañía para dormir, la leche materna, el contacto físico... La mayoría de nuestros bebés para cuando tienen 6 meses de vida ya han sufrido amargas experiencias de separación (muchos en el mismo hospital al nacer) y han aprendido a acorazarse, a ponerse "en modo defensa", a callarse y a esperar a que la iniciativa la tome el adulto.
Está el problema de las alergias, también creciente en las sociedades actuales. (¿Alguien se ha preguntado por qué la leche de vaca, el trigo y el huevo se han convertido en peligrosos alergenos y van a más? ¿No será, entre otras cosas, por lo que abusamos de ellos?) Uno de los argumentos por los que se insiste en no introducir tempranamente alimentos, es precisamente para evitar el riesgo de alergias. Pero incluso ahí me temo que un niño criado con su sistema de autorregulación intacto, tampoco desarrollará alergias, aunque se le antoje probar la fruta que mamá está comiendo cuando tiene 5 meses.
Carlos González habla del problema del hierro (el único problema que puede existir para un bebé con más de 6 meses que no coma otros alimentos parece ser cierto déficit de hierro en algunos casos), y dice que en última instancia, a un niño que se niegue a comer otros alimentos se le pueden suministrar unas gotitas de suplemento de hierro, pero yo aún estoy esperando que la ciencia demuestre dónde está el problema del déficit de hierro, porque creo que ahí también debe haber alguna consecuencia de la forma en que nacemos y nos criamos en nuestros primeros meses de vida. (Algunos sugieren que puede estar relacionado con el pinzamiento temprano del cordón umbilical, como bien apunta Eloísa en un comentario a este post.)
Muchos de los problemas en que la ciencia se desgasta hoy no existirían... si el ser humano no hubiera llegado al grado de desconexión interna tan grande al que ha llegado. Gastar recursos en demostrar científicamente la bondad de la lactancia, del contacto físico o del placer es altamente estúpido, si se piensa bien.
18 de enero de 2011
Si la teta hablase...
Comparto un video creado por la Asociación El Parto es Nuestro, en homenaje a la teta ;-)
Muchas Gracias a las creadoras y a quienes cedieron las imágenes.
Muchas Gracias a las creadoras y a quienes cedieron las imágenes.
17 de enero de 2011
La ciencia de las madres, por Ibone Olza
Ibone Olza, 2010
Psiquiatra infanto-juvenil y perinatal, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, investigadora y escritora.
Artículo Publicado en: Maternidad, ciudadanía y cuidadanía. Ed. Maria Jesús Blázquez
García. Prensas Universitarias de Zaragoza. 2010. ISBN: 978-84-15031-38-3
Tomado de su página web.
Nacemos para amar. Y para ser amados. El amor no es un capricho ni un lujo. Por el contrario es algo central para la supervivencia de nuestra especie. La naturaleza ha previsto que las madres se enamoren de sus bebés desde el nacimiento y que sea este amor el que modele el crecimiento de la criatura. En base a esta primera relación amorosa se irá desarrollando el cerebro y con él la personalidad del recién nacido. Lo que la naturaleza ha diseñado para la supervivencia de nuestras criaturas es una maravillosa y fascinante sincronía de madres y bebés.
Cuando el ambiente es respetuoso con las necesidades de ambos la crianza se convierte en una experiencia del más profundo y verdadero amor. Ahora sabemos que es la química de ese amor la que permite a los bebés crecer confiando en la vida y disfrutando al máximo. Esa química amorosa que se traduce en salud y placer.
Sin amor no crecemos. O crecemos maltrechos. Es la otra cara de la misma moneda. Cuando el vínculo falla, cuando por diversas razones los bebés no consiguen apegarse a sus madres y padres todo resulta mucho más difícil. Cuando se obstaculiza la química y no se permite la construcción natural de los cimientos del apego el resultado es dolor, dificultad, sufrimiento, desconfianza y en el peor de los casos desapego. Desapego que también se traduce en alteraciones cerebrales, crecimiento patológico, problemas de salud e incluso patologías mentales.
Nacemos para amar y sin amor no crecemos. Pero esto no se suele enseñar en las facultades de medicina. A los médicos no nos inculcan la importancia del amor, ni como afecta a la salud. Es más, raramente se menciona el efecto del amor en los cuidados o en la relación con los pacientes. Dedicamos años al estudio de la química de la vida y del funcionamiento del cuerpo humano pero apenas aprendemos nada sobre la necesidad de amor para el crecimiento y la salud.
A mí no me explicaron la teoría del vínculo en la facultad de Medicina. Tampoco me contaron nada sobre las necesidades amorosas de los bebés. Durante mi especialización como psiquiatra no oí hablar de lo importantes que son las caricias, el placer o la alegría para la salud mental. Aunque me formé como psiquiatra infantil poco o nada me explicaron durante la residencia sobre la lactancia materna o las consecuencias de cómo se desarrolla el nacimiento.
Pero resulta que además de médico soy madre. Creo que esa es la razón por la que escribo que necesitamos nacer (y morir) rodeados de amor. Lo siento, lo pienso, lo escribo convencida y busco en la ciencia la confirmación de lo que para mi –y para tantos- resulta evidente. Sin embargo al recurrir a la ciencia para encontrar la prueba que sostenga mi intuición los resultados son dispares. Por un lado me siento fascinada por los innumerables hallazgos que avalan la hipótesis. Por otro aumenta mi desconcierto: cuanto más leo menos entiendo como es posible que ese sólido conocimiento científico no se haya traducido en un mayor respeto a la fisiología y a la vida.
La teoría del vínculo, que el psiquiatra infantil John Bowlby formuló con brillantez entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado ha generado un amplio número de estudios e investigaciones científicas. En resumidas cuentas Bowlby afirmó que la relación que establece el recién nacido con sus padres es algo central para la supervivencia humana y añadió que dicha relación cálida, íntima y continuada tiene que estar caracterizada por la satisfacción y el goce mutuo. Desde entonces infinidad de profesionales de la psicología, medicina, etología y neurobiología entre otras ciencias han estudiado en las últimas la naturaleza esta relación. Los hallazgos coinciden en esta conclusión: nada más nacer todos los bebés esperan ser queridos. En las primeras horas y semanas de vida se producen acontecimientos extraordinarios desde el punto de vista de la química cerebral que nunca más se repetirán. El amor en los primeros momentos de la vida no se parece a una película romántica sino más bien a una droga dura. Es tal la intensidad que a veces asusta. Las sensaciones de placer, unión, entrega y transcendencia se mezclan entre los efectos que llevan a la construcción del apego. La neurobiología del apego ha demostrado como en condiciones idóneas las hormonas del amor (como la oxitocina) invaden el cerebro de la madre y de su bebé y dirigen la orquesta durante los primeros años de la vida. A más hormonas de amor, más receptores en el cerebro del bebé, más conexiones neuronales, más crecimiento en las áreas de la empatía y la sociabilidad, más inteligencia y también mayor tendencia a la bondad.
Lo que la ciencia del apego nos enseña es fácil de resumir: hay que cuidar a las madres para que puedan vincularse eficazmente con sus bebés. Cuidar a las madres significa respetarlas, escucharlas, sostenerlas. Pero ese respeto a las madres que debería ser el punto de partida todavía brilla por su ausencia en muchas facetas de nuestra sociedad, incluida la ciencia. A lo largo de décadas las madres y sus experiencias han sido desautorizadas, ninguneadas o incluso culpabilizadas desde la psiquiatría, la psicología, el psicoanálisis o la medicina. En vez de ser tomadas en cuenta como verdaderas expertas y conocedoras de sus hijos han sido excluidas, privadas en ocasiones incluso del contacto con sus hijos o bebés, tachadas de inmaduras o inconscientes e incluso maltratadas.
Desde que inicié mi formación profesional como psiquiatra infantil me resultó chocante esa actitud despectiva hacia las madres en el entorno médico y psiquiátrico. “Esa madre es una histérica” era una sentencia habitual. A lo largo de la historia de la psiquiatría a las madres tristemente se les culpó de enfermedades tan graves como el autismo, la esquizofrenia o la anorexia nerviosa. Esta actitud persiste en muchos ámbitos y a veces reaparece disfrazada. No es de extrañar que el sentimiento de culpa sea tan frecuente entre muchas madres occidentales.
Tuve la suerte de ser madre mientras me formaba como psiquiatra. Y aunque me encontraba lejos de mi familia y de mi ciudad de origen o tal vez por eso mismo recurrí a un grupo de madres, Via Láctea, que me enseñaron y me cuidaron de muchas formas. Inicialmente fue la ayuda que me brindaron con la lactancia. Pude comprobar que las madres sabían mucho más de lactancia que la mayoría de los médicos. Pero este conocimiento no se refería sólo a la lactancia o a la crianza. Con mi maternidad y el apoyo de estas madres expertas cambió mi manera de percibir a las madres. Lo que me habían enseñado como médico y como psiquiatra no me cuadraba con lo que vivía con mis hijos o con lo que me contaban otras madres. Empecé a ser consciente de hasta que punto se ha excluido a las madres o despreciado su experiencia en muy diversas áreas.
Me siento ilusionada y fascinada por los hallazgos, maravillada por la fuerza de la vida que percibo a diario en mi trabajo con los más pequeños y sus familias. Pero por otro lado me preocupa comprobar cómo a pesar de la enorme evidencia científica que hay ya sobre muchas de estas cuestiones se sigue haciendo un enorme daño a madres, bebés e incluso a los padres en nombre de la medicina. Siento la urgencia de compartir algunas de las cosas que aprendí en este camino, las preguntas que me voy haciendo y las pequeñas respuestas, consciente de que sigue siendo poco lo que sé. Todavía queda mucho por hacer.
Ahora parece una anécdota recordar como a mediados de los años cuarenta del siglo pasado cuando Bowlby era un joven psiquiatra infantil en formación en el Instituto Psicoanalítico de Londres su supervisora, Melanie Klein le prohibió que hablara con la madre del niño de tres años que estaban psicoanalizando al considerar que eso no era relevante (Bowlby 1987, citado por Bretherton). Afortunadamente Bowlby optó por romper con ese tipo de abordaje que excluía a las madres y escuchó libremente su experiencia. Junto con Mary Ainsworth y un amplio grupo de investigadores Bolwby comenzó a observar la relación entre madres e hijos y a compararla con lo que sucedía en otros mamíferos. Durante años acudió semanalmente como observador a un grupo de apoyo para madres recientes en Londres y esa experiencia le ayudó a elaborar posteriormente la teoría del vínculo.
Pero el pensar como hacía Melanie Klein que las madres no son interlocutoras válidas en lo que concierne a las emociones o a la salud de sus hijos ha sido tristemente frecuente en la medicina moderna. Basta recordar la dramática historia del cuidado de los recién nacidos prematuros. Durante décadas se excluyó a las madres –y a los padres- prácticamente del cuidado de los bebés nacidos antes de tiempo. Estos eran mantenidos aislados del mundo durante sus primeras semanas e incluso meses de vida en incubadoras que cada vez se volvieron máquinas más sofisticadas. Fue así hasta que los doctores Edgar Rey y Héctor Mártinez, pediatras colombianos agobiados por la carencia de incubadoras tuvieron la genial idea de dejar a los bebés prematuros semidesnudos sobre el pecho de sus madres la mayor parte del tiempo.
Observaron con asombro como estos bebés evolucionaban francamente mejor que los que estaban en las incubadoras. Este hallazgo dio pie al llamado “método canguro”. Comenzó así la nueva manera de cuidar a los prematuros sin separarlos de sus madres que ha supuesto toda una revolución en el cuidado de los recién nacidos más vulnerables. Revolución no sólo porque ha mejorado notablemente la supervivencia y el pronóstico de los prematuros, sino porque las investigaciones que se han hecho a partir del método canguro han permitido dar un salto de gigante en la comprensión de los mecanismos por los que se establece el vínculo en los primeros momentos de la vida. Ahora se llama “método canguro” al abrazo prolongado entre madres y recién nacidos que fue la norma a lo largo de la mayor parte de la historia humana, pero esta etiqueta afortunadamente ha generado un enorme volumen de investigaciones y un cambio profundo en la comprensión de la necesidad de amor que tienen todos los bebés. La medicina ha empezado a reconocer que las madres son las que mejor pueden cuidar a sus bebés y por fin la ciencia está empezando a escuchar lo que las madres tienen que decir.
Los resultados de las investigaciones recientes son preciosos y nos enseñan la importancia de respetar la fisiología del vínculo, es decir, permitir o favorecer que cada madre y cada recién nacido se encuentren en condiciones ideales. ¿Cuáles son esas condiciones?
Probablemente sea menos lo que sabemos que lo que ignoramos. Nos parece que hemos progresado mucho y que los humanos que vivimos ahora sabemos o somos más avanzados que los que nos precedieron. Pero una característica muy humana es la osadía con que el hombre se ha puesto a manipular procesos naturales sin conocer las consecuencias a largo plazo de estas manipulaciones. Resulta chocante el paralelismo entre el trato que hemos dado a la naturaleza con el que se ha dado durante décadas a parturientas y recién nacidos. No es de extrañarentonces que conforme crece la preocupación por el futuro de nuestro entorno y avanza el movimiento ecologista también sean más las voces que reclaman un mayor respeto a la fisiología de la reproducción y la crianza. Nuestra relación con la naturaleza es un reflejo de cómo tratamos nuestra propia naturaleza y fisiología, de cómo tantas veces manipulamos los procesos naturales sin tener idea de las consecuencias a más largo plazo. Sólo ahora estamos empezando a intuir la importancia del periodo perinatal. Cuando Bowlby desarrolló la teoría del vínculo no tuvo en cuenta las circunstancias que habían transcurrido en torno al nacimiento. Tampoco en los primeros estudios sobre el apego y la separación se recogió la información sobre si los bebés habían sido separados de sus madres rutinariamente al nacer o si habían sido amamantados a demanda.
En medicina, en psicología, en psiquiatría, todavía es difícil encontrar el respeto profundo a la vida y a la maternidad. Cuando he intentado avanzar en el estudio y la comprensión de la psicología del embarazo o de la fisiología de la crianza me he encontrado con que en textos célebres y clásicos (casi siempre marcados por el psicoanálisis) se sacan conclusiones seudocientíficas basadas en las interpretaciones de algunos autores que sostenían sin rubor afirmaciones francamente misóginas, como detallaré en los siguientes capítulos. Estos autores que han marcado el desarrollo en algunas de estas áreas también percibían a los bebés como seres “manipuladores” “egoístas” o como simples “espejos” de las proyecciones y deseos de sus madres, que para los mismos investigadores a menudo se caracterizaban por su inmadurez y dificultad para diferenciar la fantasía de la realidad. La sensibilidad y la capacidad no sólo de recibir sino también de dar amor de los bebés ha sido frecuentemente negada; el amor materno objeto de sospechas cuando no de juicios.
Mientras tanto a lo largo de los últimos sesenta años se ha deshecho lo que la naturaleza llevaba miles de años perfeccionando. La revolución industrial culminó con la industrialización de la crianza y el resultado último fue la destrucción de cultura de la lactancia y la separación rutinaria y sistemática de madres y bebés. Pero si queremos comprender la fisiología del vínculo no podremos partir de estudios hechos con bebés que han sido separados repetidamente de sus madres o que no han sido amamantados. Lo lógico sería estudiar inicialmente a bebés criados en las condiciones mas fisiológicas posibles, es decir, tal y como se crió la especie humana durante miles de años. Aunque se necesitan más estudios transculturales que comparen el desarrollo cognitivo y emocional de los bebés criados de distintas maneras parece haber suficiente evidencia desde la antropología y la etnopediatría de que los bebés que son criados de manera más fisiológica (cuyos nacimientos no son perturbados con sustancias químicas, que crecen sin ser separados de sus madres durante los primeros meses o años de vida, amamantados a demanda durante los primeros años, etc) no sólo crecen más sanos y enferman menos: son también más alegres, más empáticos, más amorosos. Además los pueblos que crían de manera más fisiológica son también más pacíficos y se caracterizan por desarrollar una relación con su medio ambiente natural mucho más sostenible y equilibrada que la del mundo occidental. Una relación que no está marcada por la dominación ni la destrucción de la naturaleza.
Las ciencias del inicio de la vida nos llevan no sólo a profundizar en la relación entre madres, padres e hijos. También nos hacen reflexionar sobre el vínculo que los humanos establecemos con la naturaleza. La experiencia es la madre de la ciencia y afortunadamente cada vez son más las madres que están construyendo en el campo de estas ciencias de la vida.
Madres que combinan el rigor científico con su experiencia maternal contribuyendo a sostener una nueva mirada respetuosa y equilibrada con la naturaleza. Como pequeña muestra baste mencionar a Gro Nylander (madre noruega que tras criar a sus cinco hijos estudió obstetricia y se convirtió en una de las mayores expertas en lactancia materna a nivel mundial), a Kristen Uvnas-Moberg (otra madre, esta vez sueca, que intrigada por lo placentero que le resultó amamantar a sus hijos pasó a liderar la investigación del reconocido Instituto Karolinska sobre oxitocina), o a Vandana Shiva, madre y física que lidera el movimiento ecofeminista.
La ecopsicología, la rama más joven de la psicología, se muestra crítica con la psicología tradicional que, argumenta, ha despreciado la necesidad profunda que tenemos los humanos de relacionarnos con la naturaleza. Los ecopsicólogos han comenzado a tratar el dolor y el sufrimiento que sienten muchas personas por la destrucción del medio ambiente. Afirman que para revertir el cambio climático es preciso conocer mejor el vínculo que los humanos establecemos con la naturaleza. Simultáneamente algunos pediatras también empiezan a utilizar el mismo lenguaje que los ecopsicólogos. El neonatólogo Nils Bergman, uno de los principales investigadores sobre el método canguro, recupera los términos “hábitat” para describir el ambiente en el que espera encontrarse el bebé (el contacto piel con piel con la madre) y “nicho”para la lactancia (o comportamiento pre programado para ese hábitat). También Bowlby utilizó estos términos y recurrió a la etología para entender algunas conductas de los bebés. Bergman afirma con rotundidad “lo peor que le puede pasar a un recién nacido es que le separen de su madre”. Sin embargo los efectos de esa separación temprana y repetida, las secuelas que la pérdida de la lactancia o del contacto piel con piel pueden dejar en los más pequeños y el cómo esto afecta al crecimiento cerebral sólo son en parte conocidos, aún queda mucho por investigar.
La medicalización de la infancia es consecuencia de esta manipulación temeraria de la crianza humana. La epidemia de niños medicados por hiperactividad y déficit de atención es sólo la punta del iceberg. Hace ya décadas que estamos alterando las circunstancias que marcan el desarrollo cerebral de nuestras criaturas cuando todavía no conocemos en profundidad cómo se desarrollan la atención o la orientación sexual entre otras muchas cosas. Tendremos que comenzar a investigar los efectos que produce la falta de oxitocina natural en la crianza o cuáles son las consecuencias del uso de oxitocina sintética en los partos (en los estudios con otros mamíferos como los ratoncillos se ha visto que puede cambiar la conducta sexual y reproductora en la edad adulta). Habrá que preguntarse por qué algunas madres tras una cesárea programada sienten que no quieren a su bebé y si esto tiene que ver con la falta de las hormonas del parto.
Las ciencias del apego y muy especialmente la neurobiología del apego están investigando en torno a estas cuestiones.
La naturaleza ha previsto una crianza fácil y gozosa pero son tan pocos los adultos de hoy en día que han sido criados de manera absolutamente fisiológica y respetuosa que todavía no podemos hacernos a la idea del potencial que tenemos todos y cada uno de nosotros. Cuando leemos a autores que estudiaron las costumbres de los pueblos primitivos con una crianza más fisiológica encontramos que entre ellos los adultos no conocen el término depresión o incluso ni siquiera tienen la idea del “trabajo” como algo opuesto al ocio (así lo recoge Jean Liedloff en sus observaciones de una tribu amazónica). Dormir con un bebé, llevar en brazos a un niño de dos años, amamantar a una de cuatro, y pasar la mayor parte de la infancia jugando libremente junto a los adultos son prácticas fisiológicas en la crianza de los humanos. Pero respetar la fisiología no significa volver a las cavernas sino entender las necesidades de los más pequeños para así poder colmarlas. Curiosamente colmar esas necesidades afectivas del bebé también influye en la salud de madres y padres para bien, incluso a largo plazo como iremos viendo.
Tal vez una las cosas más bonitas que tiene la vida sea la oportunidad que la maternidad o la paternidad nos ofrece de reparar las propias heridas. En ese dar a los más pequeños (que en ocasiones además son los más heridos, si hablamos de niños adoptados tras un abandono o maltrato) el adulto recibe más de lo que imagina y puede sanar las heridas de una infancia a veces más o menos traumática. Respetar el vínculo permite criar y crecer con amor y gozo, no sólo a los niños, también a sus progenitores y o cuidadores.
Se necesita una aldea para criar a un niño, dice el proverbio africano. Sostener y proteger a la díada madre bebé no es tarea exclusiva del padre sino que debe ser una prioridad de toda la sociedad. Mi intuición es que nacemos para amar y que amando podemos crecer hasta lugares insospechados pero que intuyo gozosos, creativos, llenos de alegría y tan ricos en matices como un paisaje de naturaleza virgen.
(Las negritas son mías. IMH)
Psiquiatra infanto-juvenil y perinatal, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, investigadora y escritora.
Artículo Publicado en: Maternidad, ciudadanía y cuidadanía. Ed. Maria Jesús Blázquez
García. Prensas Universitarias de Zaragoza. 2010. ISBN: 978-84-15031-38-3
Tomado de su página web.
“Preguntemos a cualquier madre acerca de qué
es aquello que considera esencial en el “ser madre” y
no vacilará en contestar: el amor ”
R. Schaffer
Nacemos para amar. Y para ser amados. El amor no es un capricho ni un lujo. Por el contrario es algo central para la supervivencia de nuestra especie. La naturaleza ha previsto que las madres se enamoren de sus bebés desde el nacimiento y que sea este amor el que modele el crecimiento de la criatura. En base a esta primera relación amorosa se irá desarrollando el cerebro y con él la personalidad del recién nacido. Lo que la naturaleza ha diseñado para la supervivencia de nuestras criaturas es una maravillosa y fascinante sincronía de madres y bebés.
Cuando el ambiente es respetuoso con las necesidades de ambos la crianza se convierte en una experiencia del más profundo y verdadero amor. Ahora sabemos que es la química de ese amor la que permite a los bebés crecer confiando en la vida y disfrutando al máximo. Esa química amorosa que se traduce en salud y placer.
Sin amor no crecemos. O crecemos maltrechos. Es la otra cara de la misma moneda. Cuando el vínculo falla, cuando por diversas razones los bebés no consiguen apegarse a sus madres y padres todo resulta mucho más difícil. Cuando se obstaculiza la química y no se permite la construcción natural de los cimientos del apego el resultado es dolor, dificultad, sufrimiento, desconfianza y en el peor de los casos desapego. Desapego que también se traduce en alteraciones cerebrales, crecimiento patológico, problemas de salud e incluso patologías mentales.
Nacemos para amar y sin amor no crecemos. Pero esto no se suele enseñar en las facultades de medicina. A los médicos no nos inculcan la importancia del amor, ni como afecta a la salud. Es más, raramente se menciona el efecto del amor en los cuidados o en la relación con los pacientes. Dedicamos años al estudio de la química de la vida y del funcionamiento del cuerpo humano pero apenas aprendemos nada sobre la necesidad de amor para el crecimiento y la salud.
A mí no me explicaron la teoría del vínculo en la facultad de Medicina. Tampoco me contaron nada sobre las necesidades amorosas de los bebés. Durante mi especialización como psiquiatra no oí hablar de lo importantes que son las caricias, el placer o la alegría para la salud mental. Aunque me formé como psiquiatra infantil poco o nada me explicaron durante la residencia sobre la lactancia materna o las consecuencias de cómo se desarrolla el nacimiento.
Pero resulta que además de médico soy madre. Creo que esa es la razón por la que escribo que necesitamos nacer (y morir) rodeados de amor. Lo siento, lo pienso, lo escribo convencida y busco en la ciencia la confirmación de lo que para mi –y para tantos- resulta evidente. Sin embargo al recurrir a la ciencia para encontrar la prueba que sostenga mi intuición los resultados son dispares. Por un lado me siento fascinada por los innumerables hallazgos que avalan la hipótesis. Por otro aumenta mi desconcierto: cuanto más leo menos entiendo como es posible que ese sólido conocimiento científico no se haya traducido en un mayor respeto a la fisiología y a la vida.
La teoría del vínculo, que el psiquiatra infantil John Bowlby formuló con brillantez entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado ha generado un amplio número de estudios e investigaciones científicas. En resumidas cuentas Bowlby afirmó que la relación que establece el recién nacido con sus padres es algo central para la supervivencia humana y añadió que dicha relación cálida, íntima y continuada tiene que estar caracterizada por la satisfacción y el goce mutuo. Desde entonces infinidad de profesionales de la psicología, medicina, etología y neurobiología entre otras ciencias han estudiado en las últimas la naturaleza esta relación. Los hallazgos coinciden en esta conclusión: nada más nacer todos los bebés esperan ser queridos. En las primeras horas y semanas de vida se producen acontecimientos extraordinarios desde el punto de vista de la química cerebral que nunca más se repetirán. El amor en los primeros momentos de la vida no se parece a una película romántica sino más bien a una droga dura. Es tal la intensidad que a veces asusta. Las sensaciones de placer, unión, entrega y transcendencia se mezclan entre los efectos que llevan a la construcción del apego. La neurobiología del apego ha demostrado como en condiciones idóneas las hormonas del amor (como la oxitocina) invaden el cerebro de la madre y de su bebé y dirigen la orquesta durante los primeros años de la vida. A más hormonas de amor, más receptores en el cerebro del bebé, más conexiones neuronales, más crecimiento en las áreas de la empatía y la sociabilidad, más inteligencia y también mayor tendencia a la bondad.
Lo que la ciencia del apego nos enseña es fácil de resumir: hay que cuidar a las madres para que puedan vincularse eficazmente con sus bebés. Cuidar a las madres significa respetarlas, escucharlas, sostenerlas. Pero ese respeto a las madres que debería ser el punto de partida todavía brilla por su ausencia en muchas facetas de nuestra sociedad, incluida la ciencia. A lo largo de décadas las madres y sus experiencias han sido desautorizadas, ninguneadas o incluso culpabilizadas desde la psiquiatría, la psicología, el psicoanálisis o la medicina. En vez de ser tomadas en cuenta como verdaderas expertas y conocedoras de sus hijos han sido excluidas, privadas en ocasiones incluso del contacto con sus hijos o bebés, tachadas de inmaduras o inconscientes e incluso maltratadas.
Desde que inicié mi formación profesional como psiquiatra infantil me resultó chocante esa actitud despectiva hacia las madres en el entorno médico y psiquiátrico. “Esa madre es una histérica” era una sentencia habitual. A lo largo de la historia de la psiquiatría a las madres tristemente se les culpó de enfermedades tan graves como el autismo, la esquizofrenia o la anorexia nerviosa. Esta actitud persiste en muchos ámbitos y a veces reaparece disfrazada. No es de extrañar que el sentimiento de culpa sea tan frecuente entre muchas madres occidentales.
Tuve la suerte de ser madre mientras me formaba como psiquiatra. Y aunque me encontraba lejos de mi familia y de mi ciudad de origen o tal vez por eso mismo recurrí a un grupo de madres, Via Láctea, que me enseñaron y me cuidaron de muchas formas. Inicialmente fue la ayuda que me brindaron con la lactancia. Pude comprobar que las madres sabían mucho más de lactancia que la mayoría de los médicos. Pero este conocimiento no se refería sólo a la lactancia o a la crianza. Con mi maternidad y el apoyo de estas madres expertas cambió mi manera de percibir a las madres. Lo que me habían enseñado como médico y como psiquiatra no me cuadraba con lo que vivía con mis hijos o con lo que me contaban otras madres. Empecé a ser consciente de hasta que punto se ha excluido a las madres o despreciado su experiencia en muy diversas áreas.
Me siento ilusionada y fascinada por los hallazgos, maravillada por la fuerza de la vida que percibo a diario en mi trabajo con los más pequeños y sus familias. Pero por otro lado me preocupa comprobar cómo a pesar de la enorme evidencia científica que hay ya sobre muchas de estas cuestiones se sigue haciendo un enorme daño a madres, bebés e incluso a los padres en nombre de la medicina. Siento la urgencia de compartir algunas de las cosas que aprendí en este camino, las preguntas que me voy haciendo y las pequeñas respuestas, consciente de que sigue siendo poco lo que sé. Todavía queda mucho por hacer.
Ahora parece una anécdota recordar como a mediados de los años cuarenta del siglo pasado cuando Bowlby era un joven psiquiatra infantil en formación en el Instituto Psicoanalítico de Londres su supervisora, Melanie Klein le prohibió que hablara con la madre del niño de tres años que estaban psicoanalizando al considerar que eso no era relevante (Bowlby 1987, citado por Bretherton). Afortunadamente Bowlby optó por romper con ese tipo de abordaje que excluía a las madres y escuchó libremente su experiencia. Junto con Mary Ainsworth y un amplio grupo de investigadores Bolwby comenzó a observar la relación entre madres e hijos y a compararla con lo que sucedía en otros mamíferos. Durante años acudió semanalmente como observador a un grupo de apoyo para madres recientes en Londres y esa experiencia le ayudó a elaborar posteriormente la teoría del vínculo.
Pero el pensar como hacía Melanie Klein que las madres no son interlocutoras válidas en lo que concierne a las emociones o a la salud de sus hijos ha sido tristemente frecuente en la medicina moderna. Basta recordar la dramática historia del cuidado de los recién nacidos prematuros. Durante décadas se excluyó a las madres –y a los padres- prácticamente del cuidado de los bebés nacidos antes de tiempo. Estos eran mantenidos aislados del mundo durante sus primeras semanas e incluso meses de vida en incubadoras que cada vez se volvieron máquinas más sofisticadas. Fue así hasta que los doctores Edgar Rey y Héctor Mártinez, pediatras colombianos agobiados por la carencia de incubadoras tuvieron la genial idea de dejar a los bebés prematuros semidesnudos sobre el pecho de sus madres la mayor parte del tiempo.
Observaron con asombro como estos bebés evolucionaban francamente mejor que los que estaban en las incubadoras. Este hallazgo dio pie al llamado “método canguro”. Comenzó así la nueva manera de cuidar a los prematuros sin separarlos de sus madres que ha supuesto toda una revolución en el cuidado de los recién nacidos más vulnerables. Revolución no sólo porque ha mejorado notablemente la supervivencia y el pronóstico de los prematuros, sino porque las investigaciones que se han hecho a partir del método canguro han permitido dar un salto de gigante en la comprensión de los mecanismos por los que se establece el vínculo en los primeros momentos de la vida. Ahora se llama “método canguro” al abrazo prolongado entre madres y recién nacidos que fue la norma a lo largo de la mayor parte de la historia humana, pero esta etiqueta afortunadamente ha generado un enorme volumen de investigaciones y un cambio profundo en la comprensión de la necesidad de amor que tienen todos los bebés. La medicina ha empezado a reconocer que las madres son las que mejor pueden cuidar a sus bebés y por fin la ciencia está empezando a escuchar lo que las madres tienen que decir.
Los resultados de las investigaciones recientes son preciosos y nos enseñan la importancia de respetar la fisiología del vínculo, es decir, permitir o favorecer que cada madre y cada recién nacido se encuentren en condiciones ideales. ¿Cuáles son esas condiciones?
Probablemente sea menos lo que sabemos que lo que ignoramos. Nos parece que hemos progresado mucho y que los humanos que vivimos ahora sabemos o somos más avanzados que los que nos precedieron. Pero una característica muy humana es la osadía con que el hombre se ha puesto a manipular procesos naturales sin conocer las consecuencias a largo plazo de estas manipulaciones. Resulta chocante el paralelismo entre el trato que hemos dado a la naturaleza con el que se ha dado durante décadas a parturientas y recién nacidos. No es de extrañarentonces que conforme crece la preocupación por el futuro de nuestro entorno y avanza el movimiento ecologista también sean más las voces que reclaman un mayor respeto a la fisiología de la reproducción y la crianza. Nuestra relación con la naturaleza es un reflejo de cómo tratamos nuestra propia naturaleza y fisiología, de cómo tantas veces manipulamos los procesos naturales sin tener idea de las consecuencias a más largo plazo. Sólo ahora estamos empezando a intuir la importancia del periodo perinatal. Cuando Bowlby desarrolló la teoría del vínculo no tuvo en cuenta las circunstancias que habían transcurrido en torno al nacimiento. Tampoco en los primeros estudios sobre el apego y la separación se recogió la información sobre si los bebés habían sido separados de sus madres rutinariamente al nacer o si habían sido amamantados a demanda.
En medicina, en psicología, en psiquiatría, todavía es difícil encontrar el respeto profundo a la vida y a la maternidad. Cuando he intentado avanzar en el estudio y la comprensión de la psicología del embarazo o de la fisiología de la crianza me he encontrado con que en textos célebres y clásicos (casi siempre marcados por el psicoanálisis) se sacan conclusiones seudocientíficas basadas en las interpretaciones de algunos autores que sostenían sin rubor afirmaciones francamente misóginas, como detallaré en los siguientes capítulos. Estos autores que han marcado el desarrollo en algunas de estas áreas también percibían a los bebés como seres “manipuladores” “egoístas” o como simples “espejos” de las proyecciones y deseos de sus madres, que para los mismos investigadores a menudo se caracterizaban por su inmadurez y dificultad para diferenciar la fantasía de la realidad. La sensibilidad y la capacidad no sólo de recibir sino también de dar amor de los bebés ha sido frecuentemente negada; el amor materno objeto de sospechas cuando no de juicios.
Mientras tanto a lo largo de los últimos sesenta años se ha deshecho lo que la naturaleza llevaba miles de años perfeccionando. La revolución industrial culminó con la industrialización de la crianza y el resultado último fue la destrucción de cultura de la lactancia y la separación rutinaria y sistemática de madres y bebés. Pero si queremos comprender la fisiología del vínculo no podremos partir de estudios hechos con bebés que han sido separados repetidamente de sus madres o que no han sido amamantados. Lo lógico sería estudiar inicialmente a bebés criados en las condiciones mas fisiológicas posibles, es decir, tal y como se crió la especie humana durante miles de años. Aunque se necesitan más estudios transculturales que comparen el desarrollo cognitivo y emocional de los bebés criados de distintas maneras parece haber suficiente evidencia desde la antropología y la etnopediatría de que los bebés que son criados de manera más fisiológica (cuyos nacimientos no son perturbados con sustancias químicas, que crecen sin ser separados de sus madres durante los primeros meses o años de vida, amamantados a demanda durante los primeros años, etc) no sólo crecen más sanos y enferman menos: son también más alegres, más empáticos, más amorosos. Además los pueblos que crían de manera más fisiológica son también más pacíficos y se caracterizan por desarrollar una relación con su medio ambiente natural mucho más sostenible y equilibrada que la del mundo occidental. Una relación que no está marcada por la dominación ni la destrucción de la naturaleza.
Las ciencias del inicio de la vida nos llevan no sólo a profundizar en la relación entre madres, padres e hijos. También nos hacen reflexionar sobre el vínculo que los humanos establecemos con la naturaleza. La experiencia es la madre de la ciencia y afortunadamente cada vez son más las madres que están construyendo en el campo de estas ciencias de la vida.
Madres que combinan el rigor científico con su experiencia maternal contribuyendo a sostener una nueva mirada respetuosa y equilibrada con la naturaleza. Como pequeña muestra baste mencionar a Gro Nylander (madre noruega que tras criar a sus cinco hijos estudió obstetricia y se convirtió en una de las mayores expertas en lactancia materna a nivel mundial), a Kristen Uvnas-Moberg (otra madre, esta vez sueca, que intrigada por lo placentero que le resultó amamantar a sus hijos pasó a liderar la investigación del reconocido Instituto Karolinska sobre oxitocina), o a Vandana Shiva, madre y física que lidera el movimiento ecofeminista.
La ecopsicología, la rama más joven de la psicología, se muestra crítica con la psicología tradicional que, argumenta, ha despreciado la necesidad profunda que tenemos los humanos de relacionarnos con la naturaleza. Los ecopsicólogos han comenzado a tratar el dolor y el sufrimiento que sienten muchas personas por la destrucción del medio ambiente. Afirman que para revertir el cambio climático es preciso conocer mejor el vínculo que los humanos establecemos con la naturaleza. Simultáneamente algunos pediatras también empiezan a utilizar el mismo lenguaje que los ecopsicólogos. El neonatólogo Nils Bergman, uno de los principales investigadores sobre el método canguro, recupera los términos “hábitat” para describir el ambiente en el que espera encontrarse el bebé (el contacto piel con piel con la madre) y “nicho”para la lactancia (o comportamiento pre programado para ese hábitat). También Bowlby utilizó estos términos y recurrió a la etología para entender algunas conductas de los bebés. Bergman afirma con rotundidad “lo peor que le puede pasar a un recién nacido es que le separen de su madre”. Sin embargo los efectos de esa separación temprana y repetida, las secuelas que la pérdida de la lactancia o del contacto piel con piel pueden dejar en los más pequeños y el cómo esto afecta al crecimiento cerebral sólo son en parte conocidos, aún queda mucho por investigar.
La medicalización de la infancia es consecuencia de esta manipulación temeraria de la crianza humana. La epidemia de niños medicados por hiperactividad y déficit de atención es sólo la punta del iceberg. Hace ya décadas que estamos alterando las circunstancias que marcan el desarrollo cerebral de nuestras criaturas cuando todavía no conocemos en profundidad cómo se desarrollan la atención o la orientación sexual entre otras muchas cosas. Tendremos que comenzar a investigar los efectos que produce la falta de oxitocina natural en la crianza o cuáles son las consecuencias del uso de oxitocina sintética en los partos (en los estudios con otros mamíferos como los ratoncillos se ha visto que puede cambiar la conducta sexual y reproductora en la edad adulta). Habrá que preguntarse por qué algunas madres tras una cesárea programada sienten que no quieren a su bebé y si esto tiene que ver con la falta de las hormonas del parto.
Las ciencias del apego y muy especialmente la neurobiología del apego están investigando en torno a estas cuestiones.
La naturaleza ha previsto una crianza fácil y gozosa pero son tan pocos los adultos de hoy en día que han sido criados de manera absolutamente fisiológica y respetuosa que todavía no podemos hacernos a la idea del potencial que tenemos todos y cada uno de nosotros. Cuando leemos a autores que estudiaron las costumbres de los pueblos primitivos con una crianza más fisiológica encontramos que entre ellos los adultos no conocen el término depresión o incluso ni siquiera tienen la idea del “trabajo” como algo opuesto al ocio (así lo recoge Jean Liedloff en sus observaciones de una tribu amazónica). Dormir con un bebé, llevar en brazos a un niño de dos años, amamantar a una de cuatro, y pasar la mayor parte de la infancia jugando libremente junto a los adultos son prácticas fisiológicas en la crianza de los humanos. Pero respetar la fisiología no significa volver a las cavernas sino entender las necesidades de los más pequeños para así poder colmarlas. Curiosamente colmar esas necesidades afectivas del bebé también influye en la salud de madres y padres para bien, incluso a largo plazo como iremos viendo.
Tal vez una las cosas más bonitas que tiene la vida sea la oportunidad que la maternidad o la paternidad nos ofrece de reparar las propias heridas. En ese dar a los más pequeños (que en ocasiones además son los más heridos, si hablamos de niños adoptados tras un abandono o maltrato) el adulto recibe más de lo que imagina y puede sanar las heridas de una infancia a veces más o menos traumática. Respetar el vínculo permite criar y crecer con amor y gozo, no sólo a los niños, también a sus progenitores y o cuidadores.
Se necesita una aldea para criar a un niño, dice el proverbio africano. Sostener y proteger a la díada madre bebé no es tarea exclusiva del padre sino que debe ser una prioridad de toda la sociedad. Mi intuición es que nacemos para amar y que amando podemos crecer hasta lugares insospechados pero que intuyo gozosos, creativos, llenos de alegría y tan ricos en matices como un paisaje de naturaleza virgen.
(Las negritas son mías. IMH)
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