13 de marzo de 2012

La lactancia: necesidad humana y divina

Autor: Manuel Juaneda Magdalena

Tomado de: Amigos de la Egiptología, 28 de noviembre de 2002.



Duplica los panes que debes dar a tu madre.
Llévala como te ha llevado.
Ha cargado muchas veces contigo,
Y no te ha dejado en el suelo.
Luego que te dio a luz tras tus meses,
Ha ofrecido su pecho a tu boca durante tres años, con paciencia
Te ha llevado a la escuela,
Y mientras te enseñaban a escribir,
Ella se sostenía durante tu ausencia, cada día, con el pan y la cerveza de su casa.
Ahora que estás en la flor de la edad, que has tomado mujer y que estás bien
establecido en tu casa, dirige los ojos a cómo se te dio a luz, a cómo fuiste
amamantado, como a obra de tu madre.
¡Qué no tenga que vituperarte,
ni levantar las manos a Dios!
¡Y qué Dios no tenga que oír su queja!

Máximas de Ani (Imperio Nuevo)

Los exorcismos y los amuletos profilácticos rodean y afianzan la potencia del entorno mágico de la mujer con la firme esperanza de que los malignos espíritus retornen los pasos hacia su lugar de origen. Los gemidos se interrumpen o se inician, se vigorizan o se debilitan al ritmo de las contracciones; las voces cálidas de las mujeres, las manos de ellas que la ungen de bálsamos y aceites untuosos de cualidades prodigiosas que empapan los músculos implicados, suavizan el duro trabajo de expulsión del nuevo ser.

El momento culminante llega cuando el dolor de la madre alcanza su máxima intensidad y cuando el llanto agudo, hálito vital y mágico que sale de sus entrañas anuncia enérgicamente su presencia. Es cómo si fuera la llamada al desafío a la vida; el anuncio del reto con el que se enfrenta a la dura lucha por la supervivencia.

Una vez más las preces y los amuletos de protección han funcionado. ¡Oh divinas protectoras Mesjenet y Shai o divinas hadas que marcáis el destino de los niños!

La madre agobiada y agarrotada por el dolor pero satisfecha por la dulzura del momento, recoge de las manos de las mujeres al liviano ser todavía abotargado, todavía caliente y húmedo que es su hijo. La superación del miedo ancestral instigado por la experiencia trágica de la muerte durante el parto, se ha disipado y más aún, cuando los signos físicos del niño y los buenos augurios, superan con creces los exámenes y las consultas médicas de los expertos abrigando la esperanza de una larga y saludable vida.

Por fin, la madre con su primer retoño en el regazo, con el rostro de él contra el rostro de ella, en entrañable aposición, le impondrá el nombre secreto: el nombre de la madre, algo tan importante que quedará como un estigma imborrable como una parte constituyente y capital de su personalidad humana y que ya nunca debería abandonarle. Es sin duda el primer lazo maternofilial que se establece entre el neonato y la madre después de abandonar la vida intraútero.

Ella, dichosa y consciente ante la perspectiva del ascenso en la consideración familiar y social, sabedora de que el esposo la mirará con ojos amorosos y de agradecimiento, y éste, sabedor del nacimiento de un hijo varón quien sostendrá algún día la memoria de su padre, espera impaciente alejado de la tienda del parto.

Las comadronas solícitas alaban la entereza y gallardía de la recién parida y su exitoso esfuerzo mientras continúan con el aseo. Y ya la incorporan del soporte mágico: de los ladrillos, símbolos de la diosa del parto Mesjenet que otrora sostuvieran a su madre y a la madre de su madre, generación tras generación.

Ya ha comido el pan del nacimiento que ella ha fabricado según la tradición. Y han pasado los catorce días de purificación establecidos por la ley. Y del apéndice carnoso del pezón materno y de la vecindad pigmentada de su areola, de entre el ambiente cálido y protector de la madre, emana el rico calostro, el líquido precioso que presagia el comienzo de una excelente tetada y de una leche pródiga en nutrientes de dulce sabor. El lactante animado por el rico néctar succiona con glotonería hasta con cierta avidez, que sólo sacia cuando el líquido caliente rellena su estómago y el cansancio se apodera de los carrillos.

Con el tiempo la leche será más espesa, grasa, untuosa, y él se convertirá en un experto succionador y conocedor de la geografía anatómica de la madre que todavía vislumbra brumosa pero que con el tiempo se hará nítida y precisa.

Pero ahora, en este instante, el pequeño de pocos días es a duras penas conocedor de un estrecho universo de sensaciones casi primarias e instintivas que obligadamente le vinculan con su madre. En este momento, él ya ha olvidado el dolor del nacimiento en cambio ella lo recuerda cada vez que los labios de su hijo la succionan cómo si un cordón de dolor uniera el vientre y el pecho.

Desde arriba la madre sonríe con dulzura y el lactante le devuelve la mirada con complicidad e interés. Gozosa o molesta, generosa o sufrida, pero siempre pacientemente, coloca una y otra vez la boca del niño en el pezón, porque o bien la precipitación o porque el aprendizaje de aquél todavía es incipiente, el acoplamiento de ambos se interrumpe con incómoda frecuencia.

El jadeo del niño, el sudor de ambos, el gracioso aleteo de la nariz, el chasquido de la lengua contra el velo del paladar, los movimientos compulsivos de los labios en círculo que se aceleran en ráfagas ansiosas. Y el niño persiste en su provechosa y dulce tarea ignorante de que la maceración de su lenguecilla, la saliva y la leche, provocará en la glándula mamaria de la madre, en algún momento, un infinito escozor rebelde y recurrente, que se traducirá en malvadas grietas que surcarán de no ponerse remedio, el seno materno.

El hartazgo hace su aparición finalmente. Instantes antes, la madre ya advirtiera con el gesto el cuidado de que el lactante no ocluyera con su minúscula nariz la entrada de aire ante la a veces amenazante proximidad del pecho.

La voz susurrante, melódica y maternal, induce a ambos a un efecto hipnótico y, finalmente ambos, se entregan como un único organismo a un sueño reparador y reconfortante.

Esta descripción maternofilial me suscita el recuerdo de escenas antiquísimas gravadas en la memoria de los hombres antiguos. Compendia el significado biológico -antropológico- y lo transciende hasta el mundo de las emociones y de los afectos que surgen desde las más profundas raíces de la Humanidad. Es algo más que el nexo o la dependencia biológica del hombre con su madre.

Una vez que el desgarro carnal se ha roto entre los dos se producirá otra nueva relación, en otra dimensión, otro tipo de contacto también íntimo: la lactancia; pero no sólo hay que ver en ella únicamente el mantenimiento o la continuidad de la promisión de alimentos imprescindibles para el niño. Hay algo más profundo e inmensurable físicamente; es claramente el punto de partida de la dependencia psicológica, afectiva al principio, ciertamente, pero es también el inicio hacia un desarrollo pleno para la madurez de la personalidad del ser humano en su totalidad. Porque en definitiva, con el parto comienza la separación de dos Universos que se van distanciando paulatina e inexorablemente, y de aquella afinidad o cohabitación biológica de ambos en el útero materno, quedará un cúmulo de sentimientos que se percibirán definitivamente en el futuro. ¿Se puede encontrar una afinidad más estrecha en la Naturaleza?

Y ya que un mundo extraño y nuevo se cierne sobre él, benévolo y pérfido a la vez, estas primeras experiencias marcarán definitivamente el viaje vital del ser humano. Más allá de la sección del cordón umbilical, sin la dependencia placentaria, es cuando se fragua el primer capítulo del drama humano en la definición del ser. Y cuando el niño egipcio concluya el destete después de tres años, un nuevo paso surgirá hacia su próxima independencia, y él empezará a estar preparado para que con confianza y seguridad un día decida proseguir su propia andadura. Es un rasgo común extrapolable a toda la humanidad.

- Probablemente no dejará de añorar entre las brumas del inconsciente la unión con la madre perdida -.

Tan alta y estimada era la consideración de la figura de la madre para el hombre egipcio o tal vez sería más exacto afirmar de la propia mujer - que no se ha encontrado deferencia más alta en toda la historia humana hasta nuestros días - que bien merece el esfuerzo de reunir en este espacio el significado biológico, cultural, y la simbología religiosa inclusive, o si se quiere y por añadidura aún más, en el sentido más amplio y más antropológico del término. Este es mi discreto homenaje a la mujer en general y a la madre en particular.

La leche materna aportaba el alimento básico y el líquido del niño en condiciones de esterilidad natural. Las madres egipcias eran muy conscientes de ello por su experiencia, considerando que sus conocimientos de puericultura no tenían parangón con los actuales; aún así, nos es muy dificultoso hallar esqueletos infantiles con lesiones de raquitismo, lo que manifiesta que la dieta infantil era bien equilibrada. Es bien conocido y lo era entonces, porque hay fuertes evidencias, de que en condiciones favorables la crianza prolongada puede dar lugar a intervalos entre partos de tres o cuatro o más años, y ello con un grado de fiabilidad comparable al que poseen los modernos anticonceptivos químicos y mecánicos. (Short, 1.984)

Era muy frecuente, y el arte egipcio nos lo enseña con relativa frecuencia, ver a la mujer ofreciendo su pecho al niño sin que hubiera falsos remilgos, era un gesto en el que el pudor se pasaba por alto. La imagen de la mujer sentada sobre los talones o en actitud genuflexa, o sobre un taburete, cuajó por fuerza de la costumbre en el símbolo de la fertilidad por antonomasia, y por añadidura en emblema o galardón de la maternidad más fecunda. Por esta razón el arte egipcio la adoptó de forma permanente en sus representaciones iconográficas.

Los papiros médicos exigentes con la importancia de la calidad y cantidad de la leche materna como fuente de vida no se cansan de pregonar estas características.

Al respecto de la calidad dice el papiro de Ebers:

Examen de una leche mala: tú deberás examinar su olor semejante a la peste del pescado. (Eb 788, 97, 17-18

Examen de una leche buena: su olor es semejante al de la harina de algarroba. (Eb 796; 94, 8-10).

O la cantidad:

Para hacer subir la leche de una nodriza que amamanta a un niño: espina dorsal de la Perca Nilótica. A cocer con aceite. Se untará su espalda. (Eb 836)

El pequeño infante estaba permanentemente al lado de la madre quien con abnegación y cariño llevaba a todas partes metido en una especie de bolsa que le pendía del cuello, dejándole las manos libres en las labores del hogar y en las faenas cotidianas, y a su vez, el niño podría satisfacer su frecuente apetito con cierta despreocupación y tranquilidad por parte de ella. De esta guisa gozamos de múltiples representaciones populares; citaremos las más representativas: en la tumba gemelar de Ni-anj-Jnum y Jnum-hotep(V Dinastía- Saqqara) una madre amamanta al niño mientras cuece el pan; o aquella otra de Menna(TT 69) del Reino Nuevo o la de Mentuemhat de la XXVI Dinastía, no menos famosa igualmente; ambas imitan el mismo detalle de una madre colaborando en la recolección del fruto que cuelga del árbol mientras se ocupa de los menesteres de su maternidad.


Pero en ocasiones el niño era remiso como ha sucedido siempre y no aceptaba el pecho. En previsión, no cabría otra cosa que recitar la fórmula mágica que se esboza en el Ramesseum III B, 10-11:

Horus engullirá y Seth masticará(...)

Otras de las preocupaciones eran que no se produjeran gastroenteritis que provocaban grandes bajas entre la población infantil. Interés que por su conocimiento nos causa asombro hoy en día. El "National Institute of Child Health and Human Development de Bethesda", Maryland-USA, observó en un estudio reciente desarrollado en el entorno rural de Egipto, que la iniciación precoz de la lactancia se asociaba a una reducción importante de diarreas durante los seis primeros meses de la vida del niño y por ende de la mortalidad infantil. Posiblemente a causa de los efectos protectores y promotores de la inmunidad de las primeras secreciones del pecho materno.

Es curioso encontrar figuras-recipientes que provistas de poderes mágicos fomentaban ciertamente, según su creencia, la producción de leche en momentos en los que su cantidad fuera escasa, o para que de forma profiláctica su producción no decayera o también para conceder al precioso líquido poderes mágicos.

Tenemos célebres ejemplos en el propio Museo del Louvre de una vasija de terracota vidriada - AF. 1660 -, entre otras, representando a imágenes de mujeres amamantando que nos parecen recordar la archisabida frase repetida hasta el cansancio: leche de mujer que ha parido un hijo varón.

¡Es una frase que encontraremos repetida tantas veces en los viejos tratamientos médicos egipcios!.

Para su ilustración detengámonos en este viejo encantamiento - uno más entre tantos - para curar unas quemaduras, un ejemplo entre muchos donde se habla de las cuantiosas aplicaciones y el protagonismo que la leche de una mujer de reciente parto, sobretodo si siendo su hijo varón, tenía en remedios cada cual más curioso:

(Diálogo entre un mensajero y la diosa Isis)

- ¡Tu hijo Horus ha sido quemado en el desierto!
- ¿hay agua(allá abajo)
- No hay agua(allá abajo)
- (Pero) hay agua en mi boca así como un Nilo entre mis piernas.
- Yo apagaré el fuego.


Palabras para decir sobre la leche de una mujer que haya echado al mundo a un hijo varón, goma, pelos de gata(*). (Esto) será colocado sobre el lugar quemado.

(Ebers 499 y Londres 47)

(*) O de un carnero según la versión del papiro de Ebers

No debemos olvidar que la leche materna contiene una gran cantidad de componentes hormonales, algunos de ellos muy similares en su estructura química a los utilizados en la moderna cosmetología.

Hallamos otras figuras de similares características en el Rijksmuseum Van Oudheden (Leyde) de diosas como Tueris, implicadas por el mito en el amparo o patrocinio de la maternidad. Una de las figuritas de esta diosa tenía en sus mamas un pequeño tapón-pezón que impediría merced a la magia simpática la detención de la producción de leche -auténtica "agua de vida"- Se comenta que dentro de ella se acostumbraba a guardar un pedazo de vestido de la mujer embarazada cuando se sospechaba un parto difícil.

A parte de estas funciones como curiosidad no desprovista de intimidad y simpatía por su rareza, se hace mención de dos figuritas contenidas en una misma pieza en la que una madre en el trance de amamantar a su hijo es peinada por una sirvienta que está situada a su espalda. XIID. -The Metropolitan Museum of Art, New York, nº 22.235-

La Sítula quedó asimilada en la memoria de los hombres - entre otras razones, seguramente - por la semejanza con la glándula femenina - y por esta connotación con el pecho de la diosa Isis, o tal vez sería más adecuado decir lo contrario ¿quién sabe?. En todo caso, por su valor simbólico fue enseguida atribuida a la diosa. Por su función de cántaro para almacenar agua o leche sirvió también como una parte consagrada de la diosa en los ritos de Osiris y como representación de su papel maternal como madre de Horus.

Pero no siempre las madres lactantes tenían la obligación de demostrar esta capacidad de sacrificio, y bien por la incapacidad de criarlos, o bien porque pertenecieran a familias de alta alcurnia, se podía recurrir a otras mujeres a las que se alquilaba con el beneplácito y el agrado de toda la comunidad a cambio de su servicio, asumiendo el papel de auténticas profesionales porque así eran consideradas realmente.

En otras ocasiones realmente especiales en virtud de este fenómeno se concedía el gran honor de ostentar el título de la "madre de leche" de un futuro faraón, lo que implicaban atributos, prebendas y consideraciones muy especiales en nada desdeñables, no sólo para ellas, sino también para sus propios hijos biológicos quienes en el futuro eran considerados hermanos reales con todas las consecuencias. Algunas, las afortunadas, eran elegidas entre las mujeres del harén y de las esposas de los altos funcionarios del palacio. Es evidente que estamos hablando de las nodrizas.

Algunas nodrizas adquirieron un rango altísimo en la corte de Egipto. La esposa del faraón Ay, Tiy II, quien a su vez fue nodriza de la reina Nefertiti, recibió el título de Gran Nodriza más los calificativos propios de la pompa tradicional: -de la que criaba y educaba al futuro rey, la que ha educado al dios, la del dulce pecho, vigorosa cuando amamanta, la de la piel tocada por Horus-

Un personaje llamado Paheri, en agradecimiento a sus nodrizas las inmortalizó haciéndolas representar en las paredes de su morada eterna. A su vez, Sitra, nodriza de la reina Hatshepsut, recibió el privilegio de serle erigida por su "hija de leche" una estatua dentro del recinto del templo de Deir el Bahari en un lugar muy especial del Santuario de Hathor. Se conserva a duras penas una estatua fragmentaria de la reina en el regazo de su niñera en el Museo egipcio de El Cairo(56264).

Merit, esposa de un jefe de tesoreros llamado Sebekhotep (TT 63) fue la nodriza de una hija del faraón seguramente Thutmose IV y el mismo faraón elogió los buenos servicios de esta mujer. El mismo agradecimiento sintió Amenhotep II por la madre de Kenamon, Jefe de los Porteros del Rey (TT 93), quien consintió ser eternizado sobre el regazo de la nodriza Amenemopet; encima de la escena se puede leer una inscripción que dice:

"Nodriza principal, quien alimentó al dios" (Metropolitan Museum o Art (30472)

Es destacable que estas nodrizas representadas no parece que cumplieran requisitos de representación ritual o que fueran asimiladas a diosas que cumplían con la misma finalidad (Hathor). Más bien parecen conmemorar por otra parte las relaciones muy humanas entre ellas y sus hijos de leche. Otro hecho curioso es que los hombres podrían ostentar títulos similares - Tutor Real - y ser representados en la misma pose excepto que aquéllas se veían en una actitud más cálida e incluso más próxima que la de éstos.

El tutor normalmente era un alto oficial y con el tiempo cuando el príncipe crecía pasaba a ser un consejero o un confidente. Seguramente a todos nos viene a la mente la figura del personaje Senenmut y su protegida la princesa Neferura. Otro ejemplo lo tenemos en la tumba tebana (TT 64) de Hekarneheh; el varón Hekareshu tutor de Thutmose IV sujeta en brazos al rey en una escena que recuerda las anteriores.

De seguro que no encontraremos en el arte egipcio a un súbdito tan cercano a su Señor rompiendo con las convenciones canónicas en las que el rey era de un tamaño más pequeño, incluso, que su vasallo.

Pero no siempre eran las nodrizas las perpetuadas en el arte egipcio por lo que se traduce de la imagen en cobre de una princesa de época incierta - Dinastía XIII - llamada Sebeknajt (Brooklyn Museum, 43.137). Porque es ella misma la que se muestra ofreciendo el pecho al hijo en la misma postura con la que las mujeres del pueblo lo hacían con los propios; es decir, elevando la rodilla izquierda que suavemente flexionada acaba por crear un hueco o cuna natural con la que cobija al pequeño vástago. Muy similar es la postura de otra princesa en bronce que hay en Berlín (Ägyptisches Museum, 14078).

Sitneferu debió ser una nodriza con un carácter muy especial pues viajó tan lejos su fama que recibió la llamada de un personaje importante en el extranjero. Precavida como buena egipcia ante el temor de cruzar el tránsito obligado al Más Allá cuando residiera fuera de su tierra natal, dejó encargadas antes de su marcha, las diligencias y disposiciones para su futuro óbito y lugar de descanso. Y además, una estatua que por su actitud y gesto nos recuerda su oficio de nodriza algo que siempre pretendió. Dicha estatua procedente de la actual Siria, está hoy expuesta para admiración de los curiosos que algún día visiten elMetropolitan Museum of Art.

El reciente descubrimiento en Sakkara por un equipo francés dirigido por A. Zivie de la tumba de una dama llamada Maia, que en vida recibió los calificativos de "Amada del Señor de las dos Tierras" y "La que ha alimentado el cuerpo del dios", permite conjeturar que estos títulos eran de una "nodriza real". Era la dama que había tenido el privilegio de nutrir al joven Tut-anj-amón. Con él se podrá admirar entre sus brazos una vez que su tumba pueda quedar apta para ser visitada. Al final de sus días mereció el honor de poseer su propia tumba algo inasequible para una mujer de su condición social. Muchas esperanzas aguardan a los investigadores sobre los futuros descubrimientos que la tumba de esta dama desvelará sobre los lazos sanguíneos de la familia real amárnica.

Las costumbres debieron sufrir cambios a lo largo de los tiempos puesto que en ciertas épocas la nodriza recibía estipendios como trueque de los servicios deseados. Sabemos que la mujer accedía a alimentar al bebé durante el tiempo que se estipulaba por contrato, corriendo con la contingencia de no poder cumplir con lo pactado si sufría algún tipo de eventualidad como el agotamiento de sus reservas lácteas; o si seguía manteniendo relaciones sexuales asunto del que debía guardarse. No nos quepa la menor duda de que en aquella situación la contrariada mujer iría con premura a los remedios señalados anteriormente.

Qué ocurría si todos los medios previstos para el sostén alimentario del niño no estuvieran al alcance de la familia. Habría que recurrir a las leches supletorias de origen animal, por supuesto, de entre ellas la de vaca era la más utilizada. La procedente de la cabaña lanar se reservaba como vehículo para la preparación de remedios farmacológicos.

Algunas de estas costumbres debieron asentarse por transmisión cultural en la Antigua Roma. Se cuenta que nada más llegado al mundo un recién nacido (de buena familia) se le cedía a una nodriza. Pero ésta hará mucho más que amamantar, a ella se le conferirá también la educación durante la infancia y hasta la aparición de la pubertad. Es entonces cuando hará entrada el pedagogo que curiosamente se le llamacriador ("nutritor, tropheus"). Un nombre con curiosas sinonimias y que bien seguro trae a colación el papel del tutor real en Egipto. ¿Es un destello trasmitido al mundo romano a través de las épocas faraónicas? La reflexión es bien tentadora. Realmente los tres personajes que influirán precozmente en la vida del niño serán: la nodriza, el pedagogo, y el hermano de leche.

Desde el arte hasta las variantes dictadas por las gramáticas egipcias la madre o en su defecto la nodriza son perfectamente reconocidas. Unas veces son las propias diosas asumiendo dicho papel con sus divinos hijos; en otras, por simbolismo, el segundo papel lo interpreta el rey como Horus amamantado por su madre. La representación de Isis como madre del dios, Mut-Necher, gozó de tanto éxito que se implantó en la iconografía cristiana en la Virgen María.

Con un significado muy distinto -evidentemente funerario- hay en el Museo de El Cairo una estela (GC, 34125) de la XVIII D en la que una madre está dando el pecho a su hijo, mientras una de sus hijas derrama agua en un vaso, otra le ofrece una flor de loto. Excepcionalmente, los hijos pretendían de esta forma perpetuar la memoria de la madre difunta ejerciendo eternamente la lactancia de sus hijos, así sería fuente de vida en la tierra, ahora, y siempre para toda la eternidad. Posiblemente la fuente literaria que inspiró la dedicatoria funeraria de estos buenos hijos fuera la lectura de las Instrucciones de un escriba contemporáneo:

Cuando llega la muerte arranca al niño de los brazos de su madre igual que lo arranca cuando es viejo.

La representación del rey amamantado por las diosas es bien antigua, de los muros templarios de su propietario el rey Sahura, procede un relieve hoy en día custodiado en el Museo egipcio de El Cairo (JE 39533). Se tiene como el gravado más antiguo de estas características. Este intento primerizo, qué se sepa, se prodigó reiteradamente en posteriores muestras hasta el periodo romano y se mantuvo rígidamente en su esencia:

-abraza al rey la diosa con la boca de él frente a su pecho-

También Unis se hace representar mamando del pecho de una diosa anónima en su templo de Saqqara. En ocasiones es la propia madre carnal de Pepy II la reina Anjnesmerira quien se ve acogiendo al hijo en su maternal regazo con la peculiaridad de que éste se representa con los rasgos de la madurez y provisto con los emblemas reales. Es un formato pequeño de alabastro que está en el Brooklyn Museum de Nueva York, 39121.

En el templo de Luxor (Sala 13 y14), la madre de Amenhotep III, Mutemuia, vigila como su joven y real hijo es amamantado junto a su Ka por diversas diosas. Podríamos seguir así con múltiples ejemplos hasta el final de la historia egipcia con los gravados de los mammisis de los templos de los periodos grecorromanos.

Estamos obligados a distraer la mirada por un instante en el detalle del interior de la tumba de Thutmose III (KV 34), un auténtico papiro desenrollado; en una columna de la cámara sepulcral, se puede ver el instante en el que el rey es amamantado por la diosa Isis que ha adquirido la imagen del sicomoro sagrado. El tronco del árbol se fusiona con el cuerpo de la diosa de la cual sobresale el perfil péndulo del pecho esbozado por el trazo negro del dibujo: el único aspecto anatómicamente humano de la diosa; si exceptuamos el brazo vegetal gigantesco con que se ofrece al empequeñecido rey la glándula de la madre. Él con sus minúsculas manos no puede hacer otra cosa que tocarla. Por si quedaran dudas de la razón de ser del dibujo detrás del monarca aparecen una inscripción en la que se lee:

"Men-jeper-ra amamantado por su madre Isis".

Una aceptable y esmerada coincidencia pues así se llamaba su madre terrena. De esta forma, se aúnan ambos conceptos humano y divino mediante la homonimia de ambas madres en su función nutricia.

Pero la mama femenina para el hombre egipcio de la antigüedad al igual que acontece en nuestra cultura, no sólo cumplía con los cometidos que la madre naturaleza le había destinado o con el contenido simbólico que el mito la había asignado. La poesía erótico-amorosa nos informa de que la mama femenina podía asumir ocasionalmente el papel de reclamo central en la expresión amorosa entre dos amantes, sin que hubiera al contrario de lo que se podría maliciar, un ápice de lascivia. Se trata más bien, del arte sutil del devaneo o "el tira y afloja" del juego amoroso entre dos amantes:

"(...)Estoy contigo
Y mi corazón salta de gozo.
Cuando tú estás (en mi casa)
Si no son brazos ni acaricias.
(¿Qué otra cosa puede ser para nosotros) el placer?
Si deseas acariciar mis piernas y mi (no) te (rechazaré) senos(...)
(...)¿Es qué te vas porque tienes sed?
¡Toma mis pechos!"


U otro fragmento del mismo papiro.

"(...) La boca de mi amada es como una rosa,
sus senos son como un fruto de mandrágora(...)"


Papiro Harris 500.

Por qué daban los egipcios una importancia tan grande al significado de la lactancia que sobrepasaba con creces la esfera biológica estrictamente maternal, o concretamente de la salud de una mama. Por qué enlazaban mediante cuentos o mitos sucedidos a diosas nutricias en sus propias glándulas para que posteriormente éstos revirtieran, una vez transformados, en fórmulas de curación para las madres de los hombres. Por qué hay que dar un significado especial al hecho de ver al rey tomando la leche de las ubres de una diosa vacuna o de una diosa serpiente o de los pechos de una humana. ¿Cuál puede ser el fundamento de todo esto?.

Dice Goyon, al respecto, (Rituels funéraires): "Horus, hijo de Isis y Osiris, cuyo nacimiento tiene lugar de una forma muy humana, da a luz a su hijo al cabo de diez meses, tiempo muy poco habitual pero necesario, se pensaba, para la constitución de un ser divino vigoroso y lo alimenta durante tres años. "- Pero su madre no estará sola en el cumplimiento de esta sagrada tarea; Neftis, y las diosas Uadyet y Nejbet le cuidarán como nodrizas y niñeras. Aquí se subraya plenamente ambas tareas.

Entre las múltiples aventuras que le suceden al pequeño Horus recordamos su extravío y vagabundeo en el desierto. Advertido de la ausencia de su madre y de la falta de alimento, pues ya lleva mucho tiempo sin mamar y aunque divino tiene las mismas necesidades de un niño humano, la debilidad hace presa de él finalmente. Es cuando su madre retorna acongojada a su lado y afligida diciendo:

(...)Volví para abrazar a Horus y lo encontré, al hermoso Horus dorado, al pequeño infante que no tiene padre, que había bañado la tierra con el llanto de sus ojos y la saliva de sus labios. Su cuerpo era inerte y su corazón inconsciente; los vasos de su carne ya no palpitaban. (...)Lancé un grito diciendo: ¡Desgracia para mí! Al niño le faltaba alimento: mis pechos estaban vacíos de leche e inútilmente su boca buscaba de que alimentarse. La fuente está agotada, ¡oh mi hijo!

Estela de Metternich (Metropolitan Museum of New York). Traducido de E. Drioton (Le Théâtre Égyptien).

Al igual que el niño Horus, el faraón, dios en la tierra de Egipto, necesitaba dentro del ceremonial obligado de entronización, el alimento lácteo cargado de poderes divinos que la diosa del trono, Isis, le procuraba. Esta función nutricia es asumida también por Hathor indistintamente lo que conferiría inmortalidad al entronizado. La consagración por medio de la lactancia - uno más de entre los ritos de la coronación - implicaría más que la invocación de una protección mágica de la divinidad, el tránsito desde el estado de candidato al trono al definitivo de soberano. No en vano, si Horus alcanzó la realeza fue gracias a que Isis lo amamantó. Por tanto, el soberano amamantado por las diosas regresa a la infancia para garantizar su crecimiento y su aptitud para ejercer los designios de la realeza.

Dice Leclant: en el amamantamiento tiene lugar algo más de una bebida de eternidad... se trata de una especie de iniciación.

Y por supuesto, por extensión, el monarca fallecido, consecuentemente, se beneficiaría de los mismos privilegios de renovación continuada en el Otro Mundo.

(...) Oh rojiza, Oh Corona, Oh Señora de las dos tierras de Dep, Oh mi madre, digo yo, dame tu pecho para que yo pueda mamar de él, digo yo.

Oh mi hijo, dice ella, toma mi pecho y mama de él, dice ella, para que tú puedas vivir, dice ella, y ser pequeño (otra vez), dice ella. Tú ascenderás como dos halcones siendo sus plumas las de dos ánades, dice ella(...)
Textos de las Pirámides (911-913).

En otro de estos textos de las Pirámides, amamanta Nut a su hijo Osiris el rey muerto:

"Nut la Grande coloca sus brazos sobre él, la de los cuernos largos, la de las mamas péndulas. Ella amamanta a este rey y no lo desteta". (Pirámides 1344)

Idénticas referencias podríamos encontrar en los Textos de los Sarcófagos (39-61).

En el ámbito de las divinidades y ya en las historias de la creación y del ordenamiento cósmico encontramos situaciones similares. Al niño-Sol lo amamanta una vaca en la Isla de las Llamas. Y el mismo Seth se declara beneficiario de los atributos de otras deidades y receptor del preciado nutriente. Él dice ser:

Ayer y el Mañana y la vasija de la leche que mana de la mama de Bastet.

Es lógico deducir que a causa o a consecuencia de lactación las glándulas de las lactantes egipcias sufrirían los inconvenientes más frecuentes. En la actualidad, bien podemos reconocer o creemos identificar - más apropiadamente - algunas patologías que interfieren el tiempo de la lactancia como las grietas de las areolas, las mastitis puerperales, o los abscesos mamarios. Es obvio, que estas afecciones preocupaban mucho a los egipcios de aquellos lejanos tiempos como sigue ocurriendo en nuestra época, y se socorrieran de remedios específicos más entroncados con la medicina real o porqué no decirlo de la magia y el conjuro. Hagamos una corta reseña.

Pongamos tres casos:

Otro remedio para una mama dolorosa: calamina, 1; bilis de toro, 1: excrementos de mosca, 1; ocre, 1. ( Esto) será preparado en una masa homogénea. Untar la mama con (eso) cuatro días seguidos. (Eb 810, Berlín 17)

Remedio que se debe aplicar a una mama que está enferma: parte bedet del fruto hemayt, cocer con miel; planta djaret. Untar la mama con (eso) (Berlín 18)

Remedio para echar un tumor que supura que se encuentra sobre una mama o sobre no importa cualquier otro lugar del cuerpo: granos de trigo almidonado blanco, harina de coloquíntida; harina de dátiles; natrón, jugo de dátiles fermentados. (Esto) será molido finamente y mezclado en una masa homogénea. Untar con eso. (Berlín 14)

O bien se acudía a los magos expertos quienes conjuntaban sus fuerzas para que la madre siguiera manteniendo su deber natural si se veía afectada de alguna dolencia en sus mamas. Cuando esto sucedía bastaba con acudir al Mito que cuenta los sufrimientos padecidos por la diosa Isis en los cañaverales de Jemis, y por asociación simpática al igual que ella, la madre, podría librarse de estos inconvenientes recordando aquella antigua historia.

La fórmula formalmente conocida como la Conjuro del Seno (Eb 811; 95,3-5), reza así:

" Esto es el seno donde sufría Isis en la marisma de Jemis (...) Exorcizar unas cañas, fibras de juncos, y sus estambres (todo eso) que se había traído para echar la acción de un muerto, de una muerta (...). Con esto será preparada una cuerda retorcida a la izquierda y será colocada sobre el lugar de la acción del muerto o de la muerta(...). Y decir, no provoques supuración, no produzcas picor ni sangre".

Y cuando seguían sin funcionar las medidas más socorridas dentro de la farmacopea habitual, habría que volver nuevamente a solicitar la vía de otro de los conjuros; Adolf Erman, nos lo muestra:

"Tú protección es la protección del cielo(...)de la Tierra(...) de la Noche(...) del día(...)
Tú protección es la protección de las Siete Entidades divinas,
Que pusieron la Tierra en orden cuando ésta estaba desierta,
Y situaron los corazones en el lugar adecuado(...)
Cada leche que bebas,
Cada seno que te acoja,
Cada rodilla sobre la que te asientes,
Cada ropa que te vistan,
Cada lugar en el que pases el día(...)

Indudablemente la madre debía encontrar después de su recitado cierto descanso psicológico que seguramente sería beneficioso para la abundancia y la calidad de su leche. Sabido es que una madre en pleno sosiego cumplirá con el requisito de la maternidad más satisfactoriamente.

En el Egipto de nuestros días los hábitos de la lactancia siguen en paralelo los avatares de nuestro mundo occidental. Las madres egipcias van perdiendo las costumbres alimentarias de sus antepasadas y esto se traduce en la aparición de estudios modernos mostrando profundas preocupaciones en el maremagno de las publicaciones médicas o de la salud.

Egipto sigue siendo un país conservador en sus costumbres y aún más desde luego en el ambiente rural, pues bien, paradójicamente, en este medio se viene observando un retroceso de la costumbre de dar el pecho al niño a favor de una incorporación cada vez más precoz cuando no absoluta de las leches preparadas artificialmente. El Departamento de la Salud Infantil (National Research Center, Giza, Egypt); hizo un estudio recientemente sobre la alimentación infantil entre las poblaciones rurales de Giza, en el que se observaba la precoz incorporación de alimento sólido en los primeros seis meses de vida en detrimento de la propia lactancia materna.

Ésta noticia se vio refrendada en algunos de los barrios periféricos de la ciudad de El Cairo realizado por la Universidad de California, el cual, permitió comprender cómo los patrones tradicionales en los cuidados alimentarios del lactante iban cambiando velozmente. Se modificaban según el origen rural o urbano de la madre. Sin embargo, aún quedaba algún destello de los viejos tiempos, porque la capacidad de amamantar satisfactoriamente se asumía por las madres encuestadas como un rasgo de madurez, paciencia y un gran sentido de la responsabilidad. La cantidad y la calidad de la leche dependían de la influencia de un abanico de factores: la edad del niño, el estado sicológico y físico de la madre, y por supuesto de la dieta materna. El suplemento con aguas azucaradas era muy precoz y así mismo la introducción de otros alimentos comenzaba muy pronto - después de los cuarenta días - El destete se adelantaba fundamentalmente por la enfermedad de la madre, el deseo de otro embarazo, y la creencia de que la leche materna pudiera ser inadecuada. Curiosamente el destete se veía como un período de transición no exento de peligros.

Estudios similares en la Sharqiya (Bilbeis) del Epidemiology Study Center vienen a decir que la rápida incorporación (80%) de los suplementos alimentarios a las 0-11 semanas de vida del niño es la contraria a las recomendaciones actuales.

El significado de la lactancia desde tiempos antiguos ha cambiado sustancialmente hasta nuestra época. La mujer que amamantaba a su hijo siempre había gozado del respeto de la estima y una excepcional posición en las sociedades primitivas. Los antiguos egipcios sabedores de la importancia vital de este gesto para la supervivencia y el crecimiento de sus vástagos, incorporaron las virtudes de la leche materna hasta hacerla partícipe de las costumbres y de la dieta de los niños divinos. El propio rey se mostraba en posturas propias del lactante succionando el riquísimo néctar fuente de vida eterna de las ubres de las diosas maternas como tránsito a la entronización o como alimento para proseguir con paso firme el viaje al más allá.

Pero es significativa también la consideración que la alimentación materna presta en la madurez sicológica del niño y claro está también en la madre. Cuando el niño salga del mundo confortable y poco exigente del vientre materno a otro incómodo y perturbador; el nivel de exigencia se hará más intenso. La lactancia desde los primeros momentos aliviará la sensación de pérdida. El niño seguirá percibiendo la presencia de la madre cerca de él, y a partir de ese instante, esa lejanía se verá atenuada hasta el momento en que los dos se separen definitivamente y ya no la precise biológicamente. Y cuando el niño haya enterrado en la esfera del inconsciente estas percepciones y cuando adulto formen parte del mundo del olvido; la imagen de la madre todavía se mostrará afianzada entrañablemente en el recuerdo.

A pesar del reciente decaimiento de la lactancia materna como hábito alimentario en las sociedades modernas por el acicate de la entrada de la mujer en el mundo laboral, fundamentalmente. El ahorro de un tiempo tenido por precioso, la interrupción de la actividad laboral para dedicarse a la labor de la lactancia, el avance de la legislación laboral apoyando estas medidas, etc., han paliado las dificultades inherentes al problema y han desprovisto a las madres de insólitas excusas para no proseguir con el deber materno.

¿Qué sucedería si la lactancia natural sufriera un descrédito amplio entre las madres de todo el mundo a favor de la artificial? ¿Se podría soportar el notable incremento de los riesgos para la salud del niño y por ende para su supervivencia? y por otro lado, ¿podríamos tolerar y justificar el despilfarro del presupuesto para la economía de las naciones y principalmente para los bolsillos paupérrimos de los países pobres?

Bibliografía

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Nota del autor: Con devoción a mi hermana Isabel en su recién estrenada maternidad, a mi esposa Marisa madre también y a todas las madres del mundo para que perseveren en la idea de que la lactancia natural, es una fuente de enriquecimiento biológico y síquico para sus hijos y para sí mismas.

1 comentario:

  1. Wow, Ileana, interesantísimo texto. La invocación a la diosa con la expresión "la de las mamas péndulas" me ha gustado como no te imaginas. Esto tengo que usarlo como sea :)
    Y gracias por hacerme una visitilla a mi blog.
    Un besazo!

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