8 de mayo de 2012

Los abuelos ya no son de cuentos

Por Ileana Medina Hernández

El abuelo dice a la madre: 
-Esta niña está "muy malcriada" ¡siempre hace lo que quiere!
La madre se queda en silencio. No sabe a qué se refiere. ¿Será porque -a veces- la niña se viste a su manera? ¿Será porque come sólo lo que le gusta, arroz y tortilla con las manos? ¿O será porque otra vez hoy se ha quedado mucho rato jugando con la espuma en la bañera? ¿Será porque anda sin zapatos, desnuda por la casa, porque salta y se ríe sin parar?... 
¿O será porque se niega a darle besos cada vez que él -pesada y repetidamente- le pide que se los dé?
El abuelo apenas le habla a la niña. Cuando va a verle, solo le mendiga unos besos que de ningún modo se ha ganado. "Mamá, el abuelo siempre me pide besos, y yo no quiero decepcionarlo, pero..." dice la niña suspicaz y deja la frase en el aire. Al final, a veces acaba cediendo, para no escucharlo más. 
La madre se queda en silencio, no atina bien qué responder, para no faltar el respeto. El tío -hijo del abuelo- por allá también vocifera: "es que no hace caso a nadie". Y le impide meter las manos en la tarta de chocolate. 
Mamá se queda triste, buscando las palabras adecuadas... 
El abuelo, cuando se pone nostálgico, le da siempre por decir que él fue la oveja negra de la familia, que cuando él nació, como era el tercer varón, su madre dijo "echénlo a la basura". Y cada vez que lo cuenta todo el mundo ríe lo que parece una broma. 
El tío, el tío es médico y es el orgullo familiar. Pero su madre, la abuela, también cuenta que cuando pequeño era "muy trasto", y que ella lo dejaba horas y horas metido en la cuna y con la puerta cerrada. Y cada vez que lo cuenta todo el mundo ríe lo que parece una broma. 
Mamá sabe que no es fácil curarnos las heridas. Lo peor es que a veces ni siquiera sabemos que las heridas nos sangran por dentro. Pero tampoco podemos dejar que las llagas sigan pasando de una generación a otra. 
La niña sale corriendo al jardín, y se pone a recoger pétalos de rosa caídos en el suelo: "Mamá, mamá, como te he manchado el vestido de mantequilla, estoy recogiendo estos pétalos para hacerte un vestido nuevo". 
Mamá finalmente se llena de valor. Ahora ya sabe lo que tiene responder al abuelo: 
-¿Ha visto usted que la niña haya hecho hasta ahora algún daño a alguien? ¿No hace usted siempre lo que quiere? Yo lo veo a usted hacer siempre su deseo, y por si fuera poco, lleva 50 años obligando a la abuela a servirle cada día, a vivir complaciéndole su santa voluntad. Va a ser que está usted "un poquito malcriado".

(Banda sonora: Romance de la niña mala. )



19 comentarios:

  1. El precio de curar las heridas sin abrir otras.
    DONDE ESTA LA ALEGRÍA SIN LAGRIMAS?

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  2. que bonito ileana. que poetico y que bella eres.
    y que casualidad que a margarita le gusta la misma comida favorita que a nahla.
    un día voy a ayudarla a hacer un vestido de pétalos de flores.
    sois preciosas. ambas. y os quiero.

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  3. "a veces ni siquiera sabemos que las heridas nos sangran por dentro..." Creo que ahí radica parte de nuestro poder, de hacer sangrar las heridas, meter las manos ahí y revolver y limpiarlas con agua y dejar el agua correr y volver a limpiar...

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  4. Recuerdo cuando en una ocasión, no pude más, y sabiendas de que podía hacer daño a un abuelo (mi propio padre), harta de que me criticara por llevar al niño en el fular pegadito a mi, le espeté que lo que tenía era envidia porque estaba segura de que mi abuela nunca había hecho eso con él... fue muy doloroso, incluso para mí, pero sentí que tenía que hacerlo. No es de recibo que ni nosotros como hijos, ni nuestros hijos, vayan recogiendo las mierdas de los demás.

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  5. Muy bonito... y muy cierto...

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  6. Bello relato Ileana. Genial, como siempre.
    Muchas veces me he enfrentado, y sigo haciéndolo, a ese dilema de necesitar decirle al abuelo "Tú eres el malcriado". Pero se hace duro, muy duro, cuando lo que te han enseñado desde tu primer día de vida, es a complacer a los demás,jh, a callar para no herir, a decir sólo lo que los demás quieren oír de ti.
    Hasta que un día, explotas, y de repente ya no te sirven las enseñanzas recibidas que te avocan a la sumisión permanente. Un día te das cuenta de que el mayor ejemplo para tus hijos eres tú misma. Y entonces, estás dispuesta a no permitir lo que antes permitías.
    Pero cuesta y, sobre todo, duele.
    Gracias por este relato.

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  7. gracias, muy buen relato hermosa tu conexión con la necesidad de tu hija....yo tambien lo vivo así...y si, los abuelos son los "mal criados" muchas veces. pero los niños son sabios y lo saben mejor que nosotros sus padres...cariños :)

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  8. Muy buen relato.
    ¡Gracias por compartirlo!

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  9. Es difícil romper los circuitos violentos, pero posible, quizás sea cuestión de generaciones, pero se puede conseguir. Final feliz Ileana

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  10. Aquí en Andalucía hay una dicho que me viene a la mente al leerte:
    "Más vale una vez colorá que ciento amarilla" (hay que decirlo con acento Andaluz para que tenga su gracia). Y es que hay que decir las cosas, aunque nos cueste trabajo, aunque no estemos educadas para responder algo que sabemos de entrada que puede llegar a molestar. No nos planteamos que quien te está poniendo "colorá" ni siquiera se preocupa de si puede llegar a molestarte con su comentario.
    Los abuelos tienen "tela marinera" algunas veces, otras son unos benditos, para qué engañarnos. Los abuelos, los tíos, las hermanas del padre de nuestra criatura (si han sido madres antes que tú), etc... Ese es mi caso concreto. Mi cuñada es muy buena gente, pero a veces... me pone negra!! Y mi niño tiene sólo 9 meses, y resulta que ya debería de quitarle la teta; y no dormir con él porque luego va a ser imposible sacarlo del cuarto; y volver a mi trabajo porque es bueno desconectar de la vida de mami (si la acabo de estrenar!); y darle leche en polvo por las noches con papillas porque así se sacia más y duerme del tirón; y darle blevit sueño porque "este niño es muy nervioso"...
    Yo misma debería poner en práctica este refrán... A ver cuándo lo consigo. Mientras tanto sonrío, me hago la tonta y hago lo que me da la gana.

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  11. Es curioso, Ileana, pero aunque hay abuelos así, que interfieren con la felicidad y las necesidades de sus nietos, otras veces es al revés. Yo he visto con frecuencia casos en los que los abuelos tratan mucho mejor a sus nietos de como trataron a sus hijos,y mejor que los propios padres,que les riñen si les pegan, por ejemplo, porque ya se sienten libres de la necesidad de "educarlos" según esos códigos nocivos de la pedagogía venenosa.
    De esta realidad viene el dicho de "y que no tiene abuela" referido a alguien que se alaba a sí mismo y que implica que las abuelas sólo tienen elogios para sus nietos.
    Yo a veces le he dicho a pacientes o conocidos que me consultaban sobre cómo tratar a sus niños que los traten como si fuesen sus nietos, o sobrinos, o los hijos de sus vecinos, o, como decía John Holt, como si fuesen seres de otro planeta recién llegados a la Tierra. Ya sé que es un consejo que podría dar lugar a errores también, pero vale para subrayar el RESPETO y la buena educación con la que deberíamos tratar a nuestros hijos.

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    1. Es cierto, Juan, no tod@s l@s abuel@s son así.
      E incluso, efectivamente, hacen con sus nietos y nietas lo que no hacían con sus propi@s hij@s.... pero la pregunta aquí sería ¿lo hacen por el bien de sus nietos y nietas o tan solo por el hecho de seguir manteniendo la postura autoritaria de "aquí el que manda soy yo" y dar la contraria por sistema a sus hij@s?

      No pretendo generalizar, efectivamente, y honestamente no creo que en esta entrada se generalice. Pero sí se habla de una realidad desde mi punto de vista bastante común.

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  12. Este relato es precioso.
    No es que esté de acuerdo esta vez contigo Ile. Es que parece que te has metido en mi piel para redactar lo que ocurre todas y cada una de las veces que mezclo a mis peques con mi padre. TAL CUAL.

    Pero yo quisiera matizar y aportar lo que seguro también pasa en la familia de much@s de vosotr@s.

    Caro tiene razón, yo también creo que la causa de estos “ataques” se explica muchas veces por la “pelusilla”. Sobre todo porque además, por lo menos en nuestro caso, se suma que la abuela, que “trabaja” para su marido casi en exclusiva cuando no estamos los hijos y los nietos, se desvive por todos y sigue siendo la figura hiperprotectora de los infantes.
    ¡Más “pelusilla”!

    Como no sé si podré expresarme con claridad sin ser malinterpretada, intentaré ceñirme a contaros MI caso particular.

    Lo primero a tener en cuenta es que a mi padre no solo le molestan las crías sino que le pone pegas a casi todo. Y si mi madre o mi hermano, que son con los que él convive, dicen “A” el abuelo inmediatamente dice “Z”. Es como automático.

    Y luego sí, su vida, su infancia, su “todo” ha sido distinto. Nació en el año 41. Mi abuela lo alumbró en un establo de un pueblo vecino según volvían de los montes de Madrid, donde habían vivido exiliados durante la guerra. Era su octavo hijo. Evidentemente a todos los quería. Pero mi abuela a sus 90 años me contaba historias de aquel tiempo y mencionaba que a ella de 9 hijos… ninguno se le moría. Lo contaba con una mezcla de orgullo, por haberlos sacado a todos adelante y de gran resignación, como que a ella le tocó cargar con todos cuando a otros les quedaban menos bocas que alimentar.
    Creo que por mucho que leamos, o que nos cuenten, nadie de los que no lo hayamos vivido sabemos de la crudeza de otros tiempos.

    Yo a mi padre, y por como se ha dejado “domar” por mi madre, por fin le aplaudo y le doy muchas gracias por todo lo que me ha aportado. Porque considero que ha sacado de donde no había y me ha demostrado siempre su cariño a su manera.

    Porque sé que, aunque gruña, su paciencia es infinita y que se lo quitaría de él para dárnoslo a nosotr@s.

    Porque me ha aportado valores que considero positivos para afrontar la vida. Y su “rudeza” también me ha preparado para posibles baches del camino.

    Porque le gusta y respeta la naturaleza y nos muestra, siempre que podemos, sus tesoros.

    Y también quisiera dejar una mención especial a esos abuel@s-canguros a los que tantas madres les debemos tanto apoyo en los momentos duros.

    Y sí, a mí también me sangran las heridas y ahora mismo me lloran los ojos, mucho.
    Pero no las curaré en el pasado, ni siquiera lo estoy consiguiendo, muy a mi pesar, en el presente.
    Seguiré teniendo esperanza en el futuro. Y no dejaré de luchar contra mí misma hasta que no consiga aceptar y respetar a mis hijas EN TODO. En lo que son y en lo que hacen.

    Tengo, desde hace un tiempo, muy abierta mi brecha. Pero noto en estas lágrimas y en estas letras las puntadas de seda que aproximan los bordes intentando cicatrización.

    Gracias Ile, porque estas curas es imposible hacerlas sin un mínimo de escozor.
    Y tú siempre nos ayudas afrontar directos los problemas del corazón.
    Un profundo abrazo.

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  13. El papel de muchos abuelos y abuelas en la crianza amorosa de los niños es innegable.

    Incluso creo que es tópico y lugar común el decir "que los abuelos miman y los padres educan", entendiendo por educación seguramente la educación autoritaria de castigos y prohibiciones a mansalva.

    Con este relato solo quería ilustrar que también hay otros tipos de abuelos, quizás mucho más frecuentes de lo que el imaginario colectivo quiere reconocer. Ya se sabe que a menudo "sublimamos" en la memoria selectiva el amor que recibimos, incluso de nuestras propias madres.

    Con el historial de "por tu propio bien" y de crianza fea que arrastramos, no es de extrañar que muchos abuelos y abuelas sean paraísos, refugio, al menos figura de apego para muchos niños. En mi propio caso mi abuela materna lo fue.

    Pero me temo que en ese caso, el problema es de los padres y no de los abuelos. Muchos abuelos y abuelas se quedaron con las ganas de "mimar" cuando ellos mismos fueron padres, quizás no se lo permitieron porque creyeron que no era bueno para los niños o porque repitieron lo que hicieron con ellos. Ya de "mayores" el "rol" de abuelos les permite quizás el flujo mayor de sus emociones...

    Gracias a todos, y especialmente a Alejandra, por compartir sus heridas.

    Abrazos hondos!

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