31 de marzo de 2013

Sobre el patriarcado

Por Ileana Medina Hernández

El Patriarcado es una Neurosis colectiva. Está en todos nosotros, en los hombres y en las mujeres. También -y en grado sumo- en algunas mujeres que se consideran a sí mismas anti-patriarcales. Todos somos víctimas y victimarios, en alguna medida, unos más que otros.

El patriarcado ha caracterizado toda una etapa del desarrollo humano, más o menos desde el neolítico hasta hoy. Se caracteriza por el predominio del Ego, la Competitividad, la Dominación de unos seres humanos sobre otros, la Separación Mente/Cuerpo, el Pensamiento Binario, y la Represión Sexual y Emocional que lo hace posible (y todos sus derivados: el machismo, el trabajo enajenado, la desigualdad, la jerarquía, etc...)

El patriarcado se basa en el Miedo, el Desamor, el Displacer, la Violencia. También la violencia física, verbal, cultural o estructural que ejercemos unas mujeres sobre otras.

Se reproduce generación tras generación a través de la Crianza Autoritaria, anti-mamífera, violenta, fría y adultocéntrica sobre las crías humanas. A través de la privación afectiva y la negación de la realidad emocional, que crea seres frígidos, acorazados y enajenados de nosotros mismos.

Para que pueda funcionar tiene que ser Inconsciente, pues desde que se hace consciente, el Miedo, el Autoengaño y la Negación que lo sostienen, por sí solos desaparecen.

Por eso, la superación del patriarcado no pasa por el feminismo, el comunismo, el anarquismo ni ningún -ismo... sino solamente por el desarrollo de la Conciencia individual y colectiva. 


(Para saber más: Claudio Naranjo, La mente patriarcal )

28 de marzo de 2013

Diagnóstico del sistema educativo hecho por una niña de 5 años

Y lo peor (o lo mejor) es que esa niña es mi hija. Y estas, casi increíbles, son sus palabras:

-Mamá, pero es que yo no soy especial.
-Claro que eres especial, hija mía, ¿por qué dices eso?
-En el cole yo no soy especial.
-¿Por qué?
-Porque me quitan mi poder, mamá.
-¿Quién te quita tu poder, la maestra, los niños?
-La maestra, mamá. Me obligan a hacer lo que ellos quieren, me mandan a callar, tenemos que hacer las cosas como dicen... y si no, nos castigan. Me quitan en lo que yo tengo poder, mamá. Y luego, cuando quieren que yo haga aquello en lo que ellos dicen que tengo que tener poder, entonces ya no tengo poder.
-¿Y los niños?
-Los niños tienen una mente diferente de la mía, y yo no me puedo poner como la mente de ellos, porque entonces me aburro.

Y lo dice todo, entre lágrimas, y con una dulzura infinita...


22 de marzo de 2013

Paciencia para criar ¿de dónde la sacamos?

La periodista venezolana Berna Iskandar está publicando en la revista Inspirulina un especial sobre la paciencia en la crianza. Ha tenido a bien incluirme entre los entrevistados y comparto por aquí mis respuestas.

La entrevista original y el resto de los entrevistados puedes seguirlos cada miércoles aquí. 

BI: ¿Qué es la paciencia?

IMH: Digamos que la paciencia es el momento intermedio entre la empatía y el enfado. Cuando hay empatía, identificación, conexión, no hace falta paciencia, todo rueda. Las dos personas estamos juntas y compartiendo porque a ambas nos apetece. Cuando se acaba la conexión, la coincidencia espontánea, hay que echar mano de la paciencia, de la capacidad de tolerar, de soportar, de acompañar... aun cuando no sea nuestro deseo en ese momento. Y ya cuando no nos queda ni la paciencia, llega el enfado, el mal humor, los gritos, la imposición o la violencia.

BI: ¿Qué importancia tiene la paciencia en la crianza de los hijos?

IMH: La paciencia tiene mucha importancia en la crianza porque es el umbral que evita que lleguemos a ser violentos con ellos. Por violencia no entiendo solo pegar, también gritar o imponer nuestros puntos de vista. Me gusta la definición de violencia que da Laura Gutman: hay violencia siempre que dos deseos diferentes no pueden coexistir. Entonces, fijémonos cuantas veces somos violentos con nuestros hijos.

Para los niños todo es un juego: comer, vestirse, bañarse... todo es jugar para ellos. Eso no encaja a menudo con los planes y los tiempos que tenemos los adultos. Lo ideal sería que para criar todos contactáramos con nuestro "niño interior", y que tuviéramos disponibilidad real y emocional para pasar horas acompañando a nuestros hijos, a jugar, a explorar, a redescubrir el mundo con ellos, a insertarlos en nuestros trabajos, etc...

Pero desgraciadamente, eso es muy poco frecuente. Los adultos perdimos a nuestros niños interiores en alguna parte del camino. Entonces, como mal menor, debemos echar mano de la paciencia, la tolerancia, la capacidad de llegar a acuerdos, de respetar y tomar en serio las necesidades y los deseos de nuestros hijos. Para eso sirve la paciencia.

BI: ¿Por qué a los padres se nos hace tan difícil ser pacientes con nuestros hijos?

IMH: Se nos hace difícil porque a su vez los adultos no fueron pacientes con nosotros cuando éramos niños. Casi todos venimos de educaciones muy autoritarias, de historias transgeneracionales de abandono emocional importantes. Así, cuando devenimos padres, nos cuesta mucho hacer las cosas de modo diferente. Transmitimos la violencia, el "pecado original", de generación en generación.

La ira que tenemos acumulada de nuestra propia infancia reprimida sale a la luz, sobre todo con nuestros niños. No sacamos la ira con nuestros jefes, nuestros compañeros de trabajo, nuestros maridos: la vomitamos sobre los niños que son la parte más débil de la cadena.

BI: ¿Qué podemos hacer para que la paciencia nos acompañe de un modo genuino y sostenible durante las exigencias diarias que demanda la crianza de los hijos?

IMH: Para que la paciencia nos acompañe tenemos primero que tomar conciencia. Por lo menos a nivel teórico, tenemos que ser conscientes de que nuestros niños necesitan y merecen padres y madres pacientes, que sostengan, respeten y acompañen. Que merecen el mismo respeto que cualquier adulto, o más, porque al fin y al cabo son las personitas que más amamos en el mundo. Todavía mucha gente justifica el uso de la violencia contra los niños. Y desde ahí, poco se puede avanzar.

Ese es el primer paso, pero no es suficiente. Muchos tenemos la teoría clara, pero en la práctica nos desbordamos muy a menudo. A mí me sucede con mi hija. A veces grito o impongo, y luego me siento fatal. Porque no basta con la conciencia racional, hace falta abordar nuestras realidades emocionales, nuestros propios desamparos infantiles.

BI: ¿Cómo se cultiva la paciencia?

IMH: La paciencia pertenece al grupo de cualidades que nos permiten el acercamiento al Otro, como la generosidad, la solidaridad, la empatía, la ternura... en general, el amor.

Para cultivarla, es preciso asomarnos a nuestra sombra, abordar nuestras carencias inconscientes, dejar de ser niños necesitados nosotros mismos. Madurar, trascender el ego.

Es lo que en general se conoce como crecimiento personal, desarrollo espiritual si se quiere. Aumentar nuestra capacidad de amar, de ponernos en el lugar del otro, de dar, en lugar de centrarnos en recibir lo que no recibimos en nuestra infancia. Como dice Jodorowski, el amor (la mirada, la atención) que no recibimos en nuestra infancia ya nadie nos la va a dar, así que centrémonos en darla nosotros, en descubrir el manantial inagotable de amor que emana de cada uno cuando nos permitimos romper nuestras corazas.

La mayoría de los adultos en nuestra sociedad somos adultos carentes, egoístas, inmaduros... centrados en llenar nuestros propios agujeros emocionales a través del consumo, el trabajo, la comida, la televisión, la apariencia exterior, la vida social, la vanidad... Así no podemos criar a nadie sin transmitir esos mismos agujeros.

Cultivar la paciencia es parte de un trabajo de crecimiento personal mucho más grande. Podemos y debemos aprovechar la maternidad y la paternidad para ello. Si todos los caminos de crecimiento personal coinciden en la necesidad de dinamitar el ego, no hay taller mejor, oportunidad mejor para eso, que la crianza respetuosa de nuestros hijos. No hay un encuentro con el Otro más poderoso y transformador que el encuentro con nuestros hijos.

BI: ¿De dónde sacamos la paciencia cuando sentimos que ya no nos queda ni un poquito?

IMH: Cuando permanecemos tiempo con los niños, casi todos, más tarde o más temprano, terminamos sintiendo que no podemos más.

Siempre digo que es muy fácil ser "espiritual", meditar u orar en celibato o en soledad, como hacen curas, monjes y gurúes. Pero me gustaría verlos como aplican sus teorías rodeados de niños. Intentar estar presentes y satisfacer nuestras propias necesidades, manteniendo el respeto y la satisfacción de las necesidades de los niños, es el reto "espiritual" mayor que hay.

Cuando sentimos que la paciencia se nos acaba, podemos salir, respirar, pedir ayuda. Las madres solemos estar muy solas criando. Buscar tribu, familias amplias, amigas, otras madres y familias con las que compartir la crianza suele ayudar mucho.

En el momento en que nos sentimos desbordados, es necesario saber parar, mirarnos, salir de la habitación, y dejar al niño con otra persona si es posible.

También reconocer ante el niño nuestra falta de paciencia. Yo suelo decirle a mi hija que la paciencia se me acaba, y eso me ayuda a relajarme y a reírnos las dos. También le insisto en que es un problema mío, y que la culpa no es suya.

BI: ¿Cómo reconducir las respuestas violentas hacia nuestros peques cuando nos sentimos desbordados?

IMH: Es difícil. Buscar mecanismos de humor, reconocer ante los niños que nos estamos desbordando, es una buena manera. Yo creo que en el momento que nos atrapa la ira es difícil ya dar atrás. Por eso el trabajo principal es a largo plazo. Pero desde luego, en el momento en que ya nos encolerizamos, es necesario mirarnos a nosotros mismos, desarrollar la capacidad de mirarnos como quien se mira "desde afuera" y ver el ridículo que hacemos muchas veces.

Buscar el humor, reconocer ante los niños que la paciencia se nos está acabando, y que es un problema nuestro, no del niño.

Criar respetuosamente es el reto más grande de nuestras vidas. Pero vale la pena, no sólo por los niños y por el futuro, sino por nosotros mismos. En la medida en que los respetemos más a ellos, seremos más felices y mejores personas, ganaremos nosotros tanto o más que ellos.

Hoy en día no está de moda hablar de amor, de paciencia, ni de virtudes. Parece algo propio de la iglesia o así. No es progre. Hay que disfrazarlo de "inteligencia emocional" para que pegue en los contextos mediáticos. Pero la gente se cree que la inteligencia emocional es algo para ser más productivos en la empresa, más populares y más "chachis". Solo se valora aquello que nos hace más productivos o más seductores. Pero la alfabetización emocional comienza desde el mismo momento del nacimiento. Cuando nuestros niños son criados con amor y respeto por sus necesidades mamíferas y emocionales. Si las cosas se hacen bien desde el principio, no hay que desandar lo andado. De ahí parte todo.



14 de marzo de 2013

Los bebés no son como nos lo contaron

Por Ileana Medina Hernández


Para Mauro, mi segundo maestro.

No. Los bebés no son como nos lo contaron. A los bebés no les gusta dormir en cuna. Rodeados de barrotes. Presos en una jaula. No. Los bebés quieren dormir junto al cuerpo de su mami, calentitos, seguros, amparados, amados, tocados. No. Los recién nacidos no quieren siquiera estar en posición horizontal. Quieren dormir en tu pecho, en vertical, meciéndose al arrullo de tu corazón. En horizontal su digestión se ralentiza, vomitan, buchean, cogen cólicos, se asustan, se sienten vulnerables. No. Los bebés no se acostumbran a los brazos: ya nacen acostumbrados. Desde el principio saben bien lo que es bueno. No. Los bebés no duermen toda la noche. Se despiertan a cada rato. Para comer y para no comer. Para comprobar que estás a su lado y que los estás cuidando. Para cerciorarse de tu presencia, que es su seguridad. Para tocarte y olerte. No. Los bebés no quieren estar solos. No quieren perderte de vista ni un minuto, quieren estar junto a ti, en el centro de la vida. No. Los bebés no quieren jugar solos en un corral. Quieren jugar contigo, sonreír, ser atendidos, treparte por encima, gatear por el salón. No. Los bebés no quieren tomar leche de otra especie. Quieren leche de la suya, de la que sabe a mamá. No. Los bebés no quieren chupar todo el día un trozo de plástico. Quieren chupar tus pechos, sus manitos, tus dedos... piel humana. No, los bebés no quieren que los vistas, ni que les pongas tejidos picones, pendientes en las orejas, ropas apretadas, cintas, encajes y otras cosas molestas. Quieren estar desnudos, correr sin zapatos, disfrutar del tacto de la naturaleza en su piel, del piel con piel contigo. No. Los bebés no quieren estar quietos. Quieren que te muevas, que los mezas, los arrulles, que andes y pasees, y los lleves contigo. En cuanto pueden, quieren gatear, correr, saltar, explorar, llegar a todas partes... Sí. Los bebés son curiosos por naturaleza. Quieren y deben tocarlo todo. Incluidas esas cosas que más tú tocas: los mandos, los relojes, los teléfonos, los equipos informáticos...Su riqueza sensorial se desarrolla a partir de ahí. No. Los bebés aprenden lo que viven. Si siempre oyen "no", pronto a todo te dirán no. Si a todo tienes miedo, pronto a todo tendrán miedo.  No. Los bebés no son alto-demandantes. Somos nosotros los bajo-tolerantes, los bajo-pacientes, los bajo-disponibles, los bajo-respondedores. No. Los bebés no quieren que los dejes. Quieren ir contigo a todas partes, eres su ejemplo, su seguridad, su referente, su único universo.

Te guste o no te guste, así son los bebés humanos, primates, mamíferos. Si quieres comprobarlo, tan solo ten uno. Ninguna otra especie desconoce y putea tanto a sus propias crías. Si queremos un mundo un poquito más humano, bien haríamos en comprenderlo.

No son como nos lo contaron. Son infinitamente mejores y más inteligentes. Cualquiera que ve a estas crías diría: ¡qué especie tan avanzada! ¿Y cómo se convirtieron en lo que hay?

8 de marzo de 2013

De pie

Por Ileana Medina Hernández


“Hay un tema de una significación amplia e incalculable para la humanidad, 
acerca del que prácticamente nada se conoce porque los escritores no han sido madres…
¿Qué podría significar para cualquier mujer, y hombre, 
vivir en una cultura en la que el nacimiento de niños y la maternidad 
ocuparan una posición como la que el sexo y el amor romántico 
han ocupado en la literatura y el arte durante los últimos quinientos años, 
o como la posición que ha ocupado la guerra desde que comenzó la literatura?”

Alicia Ostriker, poetisa estadounidense


Chupicuaro Terracotta Sculpture 
of a Mother Giving Birth
De pie. Con los brazos agarrando el cuello de mi marido. (Ya sabía yo que de algo servirían algún día los 1,92 metros que mide :-). Me cuelgo de su cuello y me balanceo, moviendo la pelvis en círculos. Es un movimiento involuntario, me dejo llevar. Cuando viene la contracción, me dan ganas de empujar y tiro hacia abajo con todas mis fuerzas. Luego él me contó que en esos momentos creía que yo me quedaba con los pies en el aire. Así de fuertes eran los tirones. Los dolores eran intensos, pero soportables. Gritaba a gusto. Solo existíamos nosotros, no era consciente de nada de lo que había alrededor. Cuando más dolían las contracciones, me venía a la cabeza el estribillo de Rosa Zaragoza que estuve escuchando y cantando durante todo el embarazo: "mi abuela parió a mi madre, mi madre me parió a mí, todas paren en mi casa, yo también quiero parir". Increíblemente, cual fórmula mágica, esas palabras me daban fuerzas para sobrellevar la contracción sin problemas. Desde que me colgué al cuello de Emilio, hasta que parí, deben haber pasado pocos minutos, quizás 10 ó 15, no tenía noción del tiempo, pero hoy lo recuerdo todo como muy rápido. De pronto sentí que la cabeza del niño bajaba y grité "ya viene, ya viene". Rompí aguas, se inundó el suelo de líquido y recuerdo haber sentido una momentánea decepción, porque pensé: ah, no, no es el niño, es que he roto aguas. Pero inmediatamente, con el diluvio, salió su cabeza. El matrón Luis apareció por la puerta y llegó justo a tiempo para coger al bebé desde detrás de mí. Lo cogió, lo puso suavemente sobre la cama y yo me giré para cogerlo: "mi niño, mi niño" grité con euforia. Quería abrazarlo pero el cordón estaba entre mis piernas y tuvimos que pasarlo por entre ellas. Yo levantaba mi pie todo lo que podía y Emilio me decía: "cuidado, no te resbales" y yo respondía "no, estoy bien, estoy muy bien, estoy muy feliz". La felicidad, la euforia, el orgullo que sentía en esos momentos son inexplicables. Lo confirma mi marido, dice que nunca me había visto tan radiante. Para él también fue una experiencia sin igual.

Luego, puse al niño sobre mi pecho, y me tumbé en la cama a que me atendieran el pequeño desgarro mientras a la vez esperábamos el alumbramiento. El matrón, el papá y mi bebé, todos eran hombres a mi alrededor y me acompañaron y atendieron de maravilla. Terminaron de darme los puntos y la placenta salió, enorme y brillante, es un espectáculo impresionante. Estuve un rato observándola, la placenta es una maravilla de la naturaleza.

Era domingo por la noche, la madrugada del lunes 28 de enero. Desde el viernes por la noche había empezado a notar contracciones aisladas, no muy dolorosas. Ya tenía 41 semanas de embarazo, un barrigón enorme y pesado, y todos coincidían en que el niño venía grande, como al final fue: pesó 4,320 kg al nacer. Tenía miedo llegar a las 42 semanas y que me quisieran inducir el parto. Pero en el fondo confiaba en que todo iba a ir bien. El sábado y el domingo salí a pasear bastante. Cuando me movía, las contracciones venían, pero luego volvían a irse. El domingo por la noche, al acostarme, como a las 12 de la noche, empecé a sentir contracciones un poco más dolorosas. Le dije a Emilio "creo que estas ya son las buenas". Tuve cuatro o cinco y cada vez venían más fuertes. Ya no podía estar acostada y me levanté, fui y me metí en la ducha caliente. Emilio me preguntó si se iba vistiendo, y yo le dije que todavía, que aquello acababa de empezar. Pero las contracciones empezaron muy pronto a ser muy seguidas, cada 3 minutos o menos, y bastante intensas. Entonces nos vestimos y salimos para el hospital.

Nos dirigimos hacia el Hospital Universitario de Canarias, el mismo hospital público donde había nacido su hermana mayor. Como a la una menos cuarto salimos para allá. Llegamos a la una a Urgencias, me recibieron muy bien y enseguida una auxiliar me acompañó caminando hasta la zona de paritorios.

La matrona que me recibió comprobó que estaba con 9 cm de dilatación. Me asombré de tanta dilatación con el poquito tiempo que llevaba con contracciones "de verdad", y pensé que las contracciones del fin de semana habían hecho su trabajo. Me pasó directamente al paritorio. No es uno de esos paritorios hermosos con bañera, pelotas de colores y áreas confortables. Es el paritorio clásico, con cama de potro y aséptico como un quirófano. Me hizo algunas preguntas y me puso en la barriga el electrodo para monitorear el latido fetal. El momento cumbre llegó cuando le pregunté si podía moverme como quisiera y me respondió que sí. Me dejó libre, sin sueros ni ataduras. Nos dejó solos y se marchó.  Mi sueño se estaba cumpliendo. Para nosotros, parir en casa no era una opción viable, y tampoco teníamos clínicas diferentes donde elegir. Fluí, confié y pensé en tener un parto lo mejor posible en el hospital. Ni siquiera llegué a presentar un plan de parto. Confié en mí misma y en que las cosas vendrían como tenían que venir.

Al decirme que sí, que podía moverme, sin pensar en nada me puse de pie y me colgué del cuello de Emilio. No tenía nada previsto, hice siempre lo que el cuerpo me pidió. Ahora pienso que, quizás, su cuerpo era lo único conocido y seguro que tenía a mi alrededor. Entre contracción y contracción, a pesar de que eran muy seguidas, me daba como un poco de sueño. Intenté en una de esas tumbarme, pero qué va, el dolor era mucho más insoportable cuando venía la contracción y me pillaba tumbada. Volví a ponerme de pie y seguí en mi sitio, danzando la pelvis sostenida por mi marido.

Enseguida, en unos pocos minutos, a las 2.20 am, el niño nació. No habían pasado ni dos horas de trabajo de parto. Fue el parto libre, seguro y gozoso que quería,  y nos sentimos las personas más plenas y felices de la tierra. Nuestro hijo era recibido con amor y respeto, y no fue separado de mi pecho para nada.

Aunque no sea muy poético, quiero aprovechar este post para agradecer a la matrona Nohe que me recibió, al matrón Luis que recibió al niño y me atendió el desgarro y el alumbramiento, a los auxiliares y a todo el equipo que estaba de guardia aquella noche en el paritorio del HUC, por el buen trato, y por el esfuerzo que están haciendo hacia partos cada vez más libres y respetuosos con las mujeres y las crías. Quiero aprovechar para romper una lanza a favor del sistema público sanitario español, de sus excelentes profesionales y de la fe en que los políticos sin escrúpulos no lo desmantelen y siga siendo uno de los mejores sistemas sanitarios públicos del mundo.

Sí, hijo mío, por ustedes, sigo teniendo fe en un mundo más amoroso. Lo merecéis, lo merecemos.