El abrazo como utopía |
Coja usted un grupo de gente que se autodefina como quiera: espirituales, vegetarianos, católicos, ecologistas, feministas, ricos, pobres, de izquierda, de derecha, intelectuales, científicos o marxistas. En cada uno de ellos habrá la misma proporción de idiotas, hipócritas, oportunistas, tontos del culo, malvados, buena-gentes, honestos, bienintencionados, inteligentes, sensatos o serios. No depende de la etiqueta que elijamos para actuar en este mundo.
Es una pena, porque la teoría del apego y el respeto genuino a la infancia son una causa noble que merece llegar por fin a las instituciones, a las administraciones y a los sectores políticos que tienen que decidir sobre la maternidad, la crianza, la educación, la conciliación familiar y el destino de las futuras generaciones.
Pero a veces una se pregunta si con estos defensores podremos llegar a algún lado. Pasa como con el comunismo. La teoría es muy bonita. El papel -o los blogs- aguantan todo lo que se escriba. Pero en la práctica, ¿de verdad estas madres que criticamos a otras hasta rabiar, que nos apuñalamos unas a otras, que nos envidiamos, nos fajamos en las redes sociales, le robamos el trabajo a otras, etc... somos luego capaces de criar a nuestros hijos con respeto? ¿De verdad estas superdefensoras de la libertad, pero con un ego del tamaño de las pirámides de Egipto, que vemos el mundo en blanco y negro, con amigas de hoy y enemigas de mañana, somos capaces de nutrir hijos con paciencia y tranquilidad?
Definitivamente, el problema es la neurosis base de la civilización. Los miedos, la fase egoica, la infantilización perenne, la baja autoestima. Por eso Laura Gutman dice que la crianza con apego puede convertirse en otra etiqueta, en otro consuelo donde refugiarnos, en otro lugar neurótico donde autoengañarnos, donde aparentar lo que verdaderamente no somos.
La neurosis es la negación, la mentira, la ceguera emocional, la máscara. Y solo se cura con sencillez, humildad, no tomarnos demasiado en serio, no pretender ser perfectos y aceptar nuestras realidades y nuestras limitaciones.
La crianza respetuosa es un ideal, y como tal hay que tomarlo, reconociendo a la vez que arrastramos todavía mucha basura emocional, que no se curan los estragos del patriarcado ni la psicogenealogía familiar en dos días. No hay que sentirse mal por ello. Ser sinceras con nosotras mismas, reconociendo nuestros puntos flacos, es la única forma de avanzar, de mejorar, y a la vez de permitir a nuestros hijos también manifestar y reconocer sus dudas, debilidades y fallos.
No dar cabida a esas acciones, no utilizar tribunas, blogs, foros ni redes sociales para atacarnos o desprestigiarnos unas a otras, es el primer ejemplo que deberíamos dar a nuestros hijos. Como dijo aquel sabio, se hace camino al andar. Y cada una cosecha lo que siembra.