10 de marzo de 2015

No gritar

Por Ileana Medina Hernández

Intentar educar con presencia y respeto es el desafío más grande que me he propuesto en la vida. Creo que ningún trabajo intelectual es ni siquiera la mitad de difícil. Tengo dos hijos maravillosos, una niña que ya tiene 7 años, una niña muy sensible, inteligente, buena... y que no se merece que de vez en cuando su madre se vuelva como loca y le grite por boberías. Con el pequeño todavía lo llevo mejor, pero cuando van creciendo y encima los hemos criado dejándoles que tengan criterio propio, pues los retos se ponen difíciles.

Una vez que el desbordamiento se pasa, una se da cuenta de que los gritos nunca fueron necesarios y que en realidad fueron por una tontería. Que en realidad no tienen que ver con la niña, sino con una misma, con la ira que llevamos reprimida, con el agotamiento, con expectativas irreales sobre los niños,  y con patrones de violencia que llevamos interiorizados en nuestras células y que nos cuesta mucho sacar de nuestra programación inconsciente.

La teoría me la sé muy bien, pero en la práctica, los gritos vuelven. El otro día leí este post que escribió la psicóloga Ana María Constaín, y me sentí identificada. A la vez, he visto los materiales que está compartiendo la psicóloga Mónica Serrano sobre comunicación respetuosa  y me he puesto manos a la obra para intentar identificar cuándo es que me desbordo con más frecuencia y por qué. También circuló por ahí hace un tiempo el desafío del rinoceronte naranja, una iniciativa que creó una madre norteamericana.

He notado que mi punto débil es cuando me toca poner límites. Sería el punto 5 de estos que tan bien desglosa aquí la psicóloga Serrano. El resto se me dan más o menos bien normalmente. Comenté a Mónica que he logrado identificar que ahí es donde está mi problema. A veces me resisto a poner límites (oh, esta identidad de madres "molonas-que-fluyen" que a veces nos construimos, ¿no?), espero a ver "si se ponen solos", y cuando toca ponerlos ya  me he enfadado, con lo cual la "mamá-que-fluye" deja de fluir y consigue justo el efecto contrario al deseado. Con su ayuda, logré identificar también que el problema está en que debemos reforzar los acuerdos, utilizando las estrategias 7- 9 de estos otros tips que ofrece aquí. La verdad que la explicación sencilla y directa de estos pasos, me ha sido de mucha utilidad para identificar qué es lo que me pasa, cuándo y qué puedo hacer para ir mejorando. Gracias a Mónica y a Irene por ofrecer estas magníficas herramientas. 

Hija mía, hijo mío. Mamá intenta hacerlo mejor. Ni ustedes ni nadie merecen que les griten ni les falten el respeto. A veces es mamá la persona que peor les habla y eso no puede ser. Me toca a mí mejorar, por ustedes y por mí misma. Pedirles disculpas y aclararles que gritar está mal y que es mamá la que se desborda y no ustedes que lo merezcan, no es suficiente. Hay que dejar de gritar. Curar nuestros gritos interiores, que no son contra ustedes, lo que más amamos.


2 comentarios:

  1. Hasta cuando se nos escapa un grito necesario, tenemos la oportunidad de que aprendan, dandoles ejemplo y pidiendoles perdon como con cualquier otra persona con la que hubieramos perdido por un momento los estribos

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    1. Es que cuando acabas gritando, es porque ya te sacan de tus casillas, aunque como a mi despues me arrepienta, es como la tormenta siempre llega la calma y siempre hay un gran trueno. Aunque cuentes hasta diez una y otra y otra vez, hasta que se te acaban los numeros.

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