13 de noviembre de 2015

Sobre la violencia (de cualquier género)

Por Ileana Medina Hernández

Las personas que han/hemos sido maltratadas, no nos damos cuenta del maltrato. Lo normalizamos.
Así maltratamos a bebés, niños, mujeres, ancianos y hombres, "sin darnos cuenta".
La falta de sensibilidad, la falta de empatía, proviene de haber recibido el mismo tipo de tratos en nuestra infancia, en la casa, en la escuela, en el barrio...
Hay unos niveles de violencia que son considerados "normales" -o incluso útiles o necesarios- por la mayoría de la gente, pues la mayoría hemos convivido siempre con ellos. Es el umbral de la violencia "permitido", y por ello mismo invisible.
Pero aun invisibles, esas violencias cotidianas constituyen el sustrato del que se alimentan las macro-violencias que luego nos escandalizan.
Cuando un joven de 19 años mata a hachazos a una vecina cual Raskolnikov del siglo XXI, o una mujer de una "buena familia" asesina a su propia hija, o un chaval entra armado a su instituto, sin restarles culpabilidad jurídica ni moral, podríamos hacer un análisis más amplio y mirar hacia atrás, hacia lo que les ha faltado a quienes llegan a convertirse en maltratadores o asesinos: la carencia de cariño, de contacto físico, de empatía, de crianza cálida que ellos mismos sufrieron en sus infancias.
No todas las infancias terribles dan como consecuencia asesinos (por suerte hay mucha resiliencia, sino ya nos hubiéramos extinguido) pero sí detrás de todo asesino hay una infancia terrible. No es la falta de normas lo que crea monstruos como se empeñan en hacernos creer algunos amargados: es la falta de amor. 
Traer a la conciencia la violencia interiorizada para no repetirla con los demás, especialmente con nuestra descendencia, es quizás el primer o único trabajo de crecimiento personal que debemos hacer los humanos.

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