27 de febrero de 2015

Informe contra sí mismas

Por Ileana Medina Hernández

Imaginaros que me diagnostican una enfermedad seria, pongamos por ejemplo, el cáncer. Imaginaros que contrato a una persona para que me acompañe durante todo el proceso, que me ayude buscando caminos, que me acompañe a los médicos, y también a los curanderos, a los sanadores energéticos o a quien sea que decida yo ir. Que me preste libros o que me dé masajes, o que me dé animos, o lo que sea. Que también contrato a un psicoterapeuta, o una tiradora del tarot para que me ayude a sobrellevar mi enfermedad ¿alguien lo vería mal?

Imaginaros que el oncólogo me ve aparecer con este coach personal que he contratado para que me acompañe, y le da por denunciarlo por intrusismo profesional, y por ser un "sacerdote del dios Mercurio" que está impidiendo que él me dé las 15 quimioterapias de rigor, y en lugar de eso me aconseja que vaya a darme flores de Bach.

Bien, podríamos pensar que estoy loca, pero que al final es mi vida y mi AUTONOMÍA como ser humano y que nadie me puede obligar a darme quimioterapia si no quiero, ni siquiera a ir al médico.

El sistema sanitario existe y está obligado a prestar un buen servicio, y a mantenerse actualizado según las últimas evidencias científicas, y a respetar los derechos de los usuarios, entre ellos y primero que todo el del consentimiento informado y el de poder tomar sus propias decisiones. Pero no es obligatorio usarlo. Es nuestro derecho, pero no nuestra obligación. El sistema sanitario existe para los usuarios, no los usuarios para él.

Pues ahora imaginemos, que en lugar de tener una enfermedad, lo que sucede es que me quedo embarazada. ¿No tendría el mismo derecho a contratar a una persona para que me ayude, me acompañe, me asesore o me dé apoyo a lo largo del proceso? Por supuesto que sí.

¿Quién puede ser esta persona que me acompañe? Pues han dado en llamarse doulas, nombre que podemos discutir si es feo o bonito. A mí particularmente no me gusta. Preferiría llamarlas por ejemplo, coachs especializadas en maternidad. Sobre la legalización y regularización fiscal de estas figuras es otro debate. Yo no les he preguntado a ellas, pero me da que la cosa debe ser muy parecida a la de cualesquiera otros "coachs" personales que tanto se han puesto de moda, por ese sector se mueven las doulas, no son ni pretenden ser profesionales sanitarios. Un coach acompaña y ayuda a las personas a sacar lo mejor de sí mismos en los diferentes momentos vitales y para alcanzar sus metas, pero la decisión última es siempre responsabilidad de la persona, no puede ser de otra manera.

Existen las doulas en muchos otros países y hay ya varios estudios científicos demostrando el efecto positivo de su acompañamiento para los partos, las madres, los bebés y las familias que contratan sus servicios. (Puedes verlos aquíaquí, aquí, aquí y aquí)

Si alguna de esas personas cometen intrusismo profesional, vendiéndose como médico, enfermera o matrona, lo correcto es denunciarla personalmente. El intrusismo es un delito individual, por el que la persona debe responder.

Pero resulta que aparece un argumento insólito: vale, tú como mujer puedes hacer lo que quieras, pero estamos hablando también de la vida del bebé!!!! 

Y ahí entramos en el otro y verdadero problema. El problema ético gordo y filosófico de fondo. ¿Somos autónomas las mujeres para tomar nuestras propias decisiones sobre nuestro proceso reproductivo?¿Hasta qué punto lo somos y hasta qué punto podríamos serlo? Yo podría, por ejemplo, no ir a ningún médico durante todo el embarazo y parir sola. No es ningún delito. Por supuesto, también puedo seguir yendo a la piscina, al gimnasio, contratar un entrenador personal, o una coach para atravesar el proceso. Y por supuesto también puedo comerme mi propia placenta si así lo deseo, meditar, hacer rituales a la diosa que me dé la gana, bailar, cantar y declamar, y elegir quién quiero que me acompañe en el parto. No es nocivo ni para la madre ni para el bebé. Ahora bien, si alguna persona me obliga a ello en contra de mi voluntad, pues entonces la denuncio, igual que puede el médico denunciar el intrusismo profesional.

A ver. Todo el mundo sabe que fumar o beber alcohol durante el embarazo es nocivo para el bebé. A las mujeres se les aconseja que no lo hagan. Pero si lo hacen, por favor, no es delito penal. También es archisabido que la lactancia artificial tiene riesgos para el bebé, que aumenta la posibilidad de padecer enfermedades como bronquitis, otitis, asma, diabetes, obesidad y otras muchas enfermedades que son más frecuentes entre los bebés alimentados con biberón. Aún así consideramos, faltaría más, que dar el pecho es una decisión personal de cada madre. También la cesárea, práctica con riesgos para la salud de la madre y el bebé, asistimos cada dos por tres a ejemplos de mujeres que la eligen como una "opción" de parto y no como una intervención de emergencia. O sea, que incluso prácticas que sí están verdaderamente probadas como riesgosas para la salud de los bebés, no prohibimos a las madres que las hagan porque forman parte de sus derechos individuales (¡incluso el aborto!).

Por tanto, argumentar que la matrona tiene competencias exclusivas para hacer ejercicios con pelotas con embarazadas, o que solo ellas tienen derecho a hablar de sexualidad con las mujeres o a hacer preparación al parto, es un disparate que no sé cómo puede ponerse ni siquiera por escrito.

Acusar a las doulas de intrusismo profesional por hacer trabajo de acompañamiento con las mujeres es tan absurdo como el ejemplo del oncólogo. Acusarlas de poner en peligro a las madres o a los bebés por aconsejar comer la placenta es ridículo (aun así no lo hacen en general). Acusarlas de obligar a las mujeres a hacer algo en contra de su voluntad sí podría ser legítimo, pero en ese caso, hay que hacerlo a nivel individual con nombre y apellidos, pues es una acusación muy seria. Como las que podríamos hacer sobre cualquier matrona que se atreva a hacer una maniobra Hamilton o a poner un enema o una sonda o un tacto o una episiotomía sin el consentimiento previo de la mujer.

Este Informe Doulas, mal redactado, mal presentado, sensacionalistamente vendido en programas de televisión de pacotilla, sin incluir ni siquiera una sola referencia científica en su bibliografía, parece más bien un informe de algunas matronas contra sí mismas. Quiero creer que no todas las matronas, ni mucho menos todo el personal sanitario, opina de este modo. Tengo fe en el sentido común, en la formación científica y en la buena fe de la mayoría de nuestro personal sanitario, de las matronas, obstetras y hospitales que se esfuerzan cada día en mejorar la humanización de partos y nacimientos.


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Nota: *"Informe contra mí mismo" es el nombre de un libro del escritor cubano Eliseo Alberto que he parafraseado aquí.


24 de febrero de 2015

Si el progreso hubiera sido liderado por las mujeres

Por Ileana Medina Hernández

Vamos a imaginar y a sonreír. A aventurar un divertimento, una utopía. Si esto que llamamos civilización o progreso hubiera sido liderado por las mujeres, o sea, por mujeres que no tuvieron que desconectarse de sí mismas, de sus cuerpos ni de sus crías para sobrevivir, ¿cómo sería?

 1.- Habría robots para hacer las tareas domésticas: Usualmente se meten en el mismo saco las labores de cuidado y las tareas domésticas, como si fueran una misma "carga". ¡Pero no son lo mismo! Las labores de cuidado implican la capacidad de acompañamiento, y la capacidad de tejer relaciones afectivas, o sea, son directamente proporcionales a la capacidad de amar. ¡Pero las labores domésticas no! Si las mujeres hubiéramos liderado el progreso, en lugar de robots para explorar Marte, tendríamos hace rato robots para limpiar, lavar, planchar, ordenar y colocar la ropa, recoger los regueros, y hasta para colocar la compra en las alacenas :-)

2.- Los paritorios serían así: 


Waterbirth vessel

o así: 

Le premier cri

3.- No habría guerras: Las madres no mandan a sus hijos a morir a las guerras. Las mujeres tienen mejores capacidades para la negociación, para las concesiones y para la paz. El cerebro femenino, y por tanto también el masculino, sería predominante para la cooperación y la empatía. Habría mucho menos violencia y no existirían los asesinos en serie.

4.- El lugar que ocupa la guerra y el amor romántico-neurótico en el arte, la literatura y la filosofía, estaría ocupado por la maternidad y la crianza: por donde quiera veríamos imágenes de partos/nacimientos como el momento más poderoso y especial de la vida, de niños pequeños, de crianzas compartidas, de lactancias naturales y duraderas, de grupos que cuidan y seres humanos que son amados y cuidados, para no convertirse luego ni en guerreros ni en cincuenta-sombras-de-grey.

5.- Las ciudades serían "kids-friendly" algo así como las imaginadas por Francesco Tonucci:  "El objetivo es que los niños puedan salir otra vez solos, que no se vean condenados a estar durante tardes enteras delante del televisor, que no tengan que correr de una escuela a otra, que puedan nuevamente buscarse un amigo y, jugando juntos, descubrir cosas. ¿Qué significa esto para la ciudad? Simplemente, que la ciudad ha de cambiar, toda, completamente, aunque de manera gradual. El niño se considera un indicador ambiental sensible: si en una ciudad se ven niños que juegan y pasean solos, significa que la ciudad está sana; si no es así, es que la ciudad está enferma. Una ciudad donde los niños están por la calle es una ciudad más segura no sólo para los niños, sino también para todos los ciudadanos. Su presencia anima a otros niños a bajar, y aleja el riesgo que suponen los automóviles y otros peligros externos".

6.- En los centros de trabajo se verían niños que acompañan a sus padres: Habría horarios más flexibles, jornadas más cortas, trabajo por objetivos, teletrabajo, menos presencialismo y todo el mundo saldría pitando para casa o para donde quiera en cuanto terminara su misión.

7.- El planeta estaría mucho menos contaminado: Ya sabemos que las mujeres y la Tierra somos lo mismo. Las mujeres sanas no nos hacemos daño a nosotras mismas. Los vertidos contaminantes, la enorme cantidad de basura, la polución serían mucho menores. ¡Las mujeres no dejamos
hollín en nuestra cocina!

8.- Las ciudades estarían llenas de pequeños negocios familiares y creativos, la mayor parte de la gente trabajaría en algo que le apasione, sin tanta burocracia, supuestos expertos, grandes ejecutivos que cobran mucha pasta por nada, sin tanto paternalismo ni tanta directividad, ni tanta titulitis... Primaría la alegría y la creatividad. En las grandes empresas, los turnos laborales, las buenas estrategias de recursos humanos, y la buena comunicación interna, haría que la gente se sintiera contenta y no robotizada.

9.- La familia no sería un lugar oscuro de autoritarismo y obediencia, del que hay que librarse, sino un lugar nutritivo de descanso y confort. La sexualidad verdadera estaría mucho menos reprimida y reducida a lo falocéntrico y pornográfico, reconociendo todos sus matices y sinuosidades. Los sentimientos y emociones estarían mucho mejor vistos, conocidos, canalizados y expresados, en conexión con el cuerpo y la sexualidad. El yin y el yang mucho mejor equilibrados. Las parejas formadas por dos naranjas enteras que se eligen libremente y en igualdad, y no por dos medias naranjas que buscan salvación.

10.- Por último y no menos importante, quizás no tendríamos que sufrir a dirigentes como el monstruo de las tinieblas Ignacio Wert o su contrapartida el niñato pedante autodenominado mesías Pablito Iglesias. Y por supuesto tampoco a lideresas políticas como Esperancita, Rita o la Cospedal o a lideresas mediáticas como Mariló y Ana Rosa (dios mío, ¿de dónde sacan a estas mujeres supuestamente poderosas?). Igual tendríamos comisiones de científicas y científicos, de intelectuales, de amas de casa, de bailarines o de agricultoras, decidiendo con humildad y respeto sobre el destino de nuestros impuestos, con un mínimo de aparataje estatal.

¿A que mola? ¿A que no va de mujeres ni de hombres, sino que es una visión amable de la vida? Venga, soñemos: que el ser humano deje de ser un mono que se volvió loco y que ha usado la Razón para ocultar su dolor más profundo, su incapacidad de amar.

12 de febrero de 2015

Uma eres bellísima



Todavía no sabemos si fue una cirugía integral, un mal maquillaje, un mal día o las tres cosas a la vez.
Da igual.
Eres bellísima.
Levantas pasión sexual entre hombres y mujeres de todo el mundo.
Admiramos tu magnetismo, tu belleza, tu talento, tu mirada, tus largas zarpas, tu singularidad.
Ya tienes dinero suficiente para tus hijos y para hacer con tu vida lo que te salga del coño. Si la industria (o sea, nosotros, el "gran público") os cambia por otras más jóvenes, allá ella, ella os pierde.
Haz obras pequeñas, monta una compañía, erige una escuela, siembra fresas o nueces de California, baila, viaja por el mundo enseñando a tus hijos a hacer el bien allí donde haga falta, dirige una fundación, escribe libros, échate fresco, vete a la playa.... También puedes por supuesto hacerte una gran cirugía y convertirte en otra. Es tu elección.
Pero no sufras, ni le vendas tu alma al diablo por una industria que os usa y tira, que no te valora, o por la presión de gente sin alma que no vale una uña de tus grandes pies.
Uma te queremos.

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Actualización!!! Sí, solo fue maquillaje!!! Ups, Uma, qué alivio!!!

11 de febrero de 2015

10 de febrero de 2015

No, nacer no es esto


Desde luego es muy revelador. 
Pero no de cómo nacen los niños, sino de cómo no deberían nacer.


El fotógrafo francés Christian Berthelot ha presentado "César", una colección de fotografías de bebés nacidos por cesárea que ocupan en estos días todas las noticias. 

"Lejos de los clichés y lugares comunes, quería mostraros cómo somos cuando nacemos", el fotógrafo explica en su declaración.

Una de las fotografías de Berthelot
Las imágenes son desde luego impactantes y perturbadoras. Si nos fijamos en los comentarios, hay opiniones para todos los gustos: que si son hermosísimos, que si nacemos así y es bello, que si parecen monstruos ensangrentados delante de un fondo negro... Cada opinión refleja lo que el opinante proyecta de sí mismo sobre esas imágenes en concreto, sobre el momento del nacimiento y hasta sobre la especie humana en general. 

Efectivamente: los bebés humanos nacemos con sangre, con vérnix... no limpitos ni envueltos en una manta de terciopelo. Y sí: los bebés recién nacidos pueden parecernos lo más hermoso... o lo más horrible del mundo.

Pero en mi opinión, lo que nos perturba conciente o inconcientemente en esas imágenes es que esos bebés ESTÁN SIENDO VIOLENTADOS en el momento más importante de nuestras vidas, igual que muy probablemente fuimos violentados nosotros mismos al nacer. Hemos interiorizado tanto esa violencia, que la mayoría de las personas lo consideramos "normal" y no la vemos, no hacemos referencia a ella. 

Ni inmediatos cortes de cordón, ni alzarlos en el aire, ni manos abiertas que buscan desesperadamente a mamá, ni gritos de horror, ni bebés desmadejados, ni un ejército de hombres uniformados y armados con tijeras...El nacimiento de un bebé humano, la imagen de un recién nacido humano nada tendría que ver con eso.

El bebé sano y feliz nace en el regazo de su madre y a su pecho debe ir directamente. Incluso en las cesáreas. 

Berthelot dice haberse inspirado en el nacimiento de sus propios hijos por cesárea para realizar este trabajo y me deja un pozo de tristeza. Desde luego es muy revelador. Pero no de cómo nacen los niños, sino de cómo no deberían nacer.

Muy diferente es lo que proyectan esas imágenes, de esta otra, por ejemplo: 

Foto tomada de Association des sages-femmes du cap bon

O lo que vemos en este vídeo:



Nacer es hermoso, lo más hermoso del mundo. No tiene que ver con envoltorios de encajes ni con niños repeinados. Pero tampoco con niños agarrados por los pies, que gritan, y se ponen morados y son separados de lo único que conocen: su madre. La forma en que llegamos al mundo, importa. 


9 de febrero de 2015

"La huida del dolor"

(Fragmento tomado del libro Los padres perfectos no existen. Educar a nuestros hijos sin culpabilidad, de Isabelle Fillíozat, edición books4pocket, Ediciones Urano, 2014, págs. 189-192. Primera edición francesa: 2008).


«La inmensa mayoría de los padres, los que van cada día al trabajo y no vuelven hasta bien entrada la noche, no se dan cuenta para nada de la clase de vida que tiene su mujer. A menudo hasta idealizan su situación en el hogar: "Tienes suerte, ¡tan tranquila en casita!". De hecho, a pesar de sus palabras, es probable que tengan una pequeña idea de la verdad, ya que existen estudios que muestran que la mayoría de ellos huyen del hogar. ¡Y si huyen es porque tienen miedo de algo! ¡Los datos lo confirman: en cuanto son padres, los hombres pasan más horas en la oficina o en el bar para no volver demasiado pronto a casa...

Naturalmente, no son más que estadísticas, ya que también hay papás "gallina" que corren a casa tan pronto como su trabajo se lo permite y que no vacilan en pedir permiso para llevar a su hijo al pediatra. Pero hay un buen porcentaje de hombres que vuelve cada vez más tarde a casa a partir del momento en que ésta está habitada por un pequeñín. A primera vista se podría creer que trabajan más para ganar más, y posiblemente habrá muchos que utilicen este argumento para justificarse, pero la realidad es otra. No es cierto, sino que, simplemente, no quieren vivir como su mujer, y sobre todo se niegan a despertar las intensas emociones de su infancia. ¡La elección depende de ellos! La sociedad les da derecho a escaparse, pero las mujeres no pueden huir. ¡Todo el mundo espera de ellas que se mantengan tranquilas y lo que es más, sin perder la sonrisa!

Cuando una compañía situada en una zona industrial de las afueras de París, se dio cuenta de la necesidad de que los padres pasaran más tiempo con sus familias, decidió cerrar sus oficinas a las siete de la tarde. Como en la empresa no había cafetería, la dirección se quedó estupefacta al ver que el personal se quedaba hablando hasta las ocho delante de la puerta, ¡incluso en pleno invierno! Esta conducta sólo tiene una explicación: sus retoños les inspiraban verdadero terror...

Cuando vuelven del trabajo, los padres están cansados. Pero no forzosamente por lo que han hecho durante la jornada. A menudo el cansancio es un síntoma de represión emocional. Se trata de un intento de anestesiar sufrimientos de los que prefieren no darse cuenta.

Cada día, Émilien volvía tarde a casa. Los domingos, con el tono de un hombre agobiado que ya no puede dar más de sí, les decía a su mujer y a sus hijos: "sólo os pido un ratito de tranquilidad para que pueda leer el periódico", y desaparecía durante más de dos horas. Prometía estar más presente y disponible durante las vacaciones, "cuando consiga olvidarme un poco del trabajo". Pero una vez de permiso, dormía mucho y hasta muy tarde... Según él, tenía que levantarse tarde por la mañana y hacer unas siestas muy largas para recuperarse del estrés acumulado durante el año... Tanto en vacaciones, como los domingos y los días festivos, su agotamiento le duraba hasta a primeras horas de la noche, cuando sus hijos ya estaban acostados. Entonces podía ver la televisión, navegar por internet o dedicarse al bricolaje hasta la una de la madrugada.

En la consulta, Émilien tomó conciencia de las emociones que intentaba disimular con la excusa de su cansancio. Sabía más o menos que no tenía demasiadas ganas de prestarles más atención a sus hijos, sobre todo al pequeño, que sólo tenía meses. Le costaba mucho jugar con él. Después de tres sonrisitas, cuando ya había agotado el repertorio, se aburría mucho. "Es demasiado pequeño -decía. Cuando hable, será otra cosa".

En realidad, lo que sucedía era que a Émilien le costaba mucho vivir la intimidad. Pero junto a un bebé no hay más remedio que enfrentarse al desafío de la intimidad. Émilien creía verdaderamente que estaba cansado por culpa del trabajo, y no pensaba que lo que le pasaba es que tenía un gran problema con su hijo. Encontraba natural y normal no jugar con él, y que fuera su mujer la que se ocupara de él casi siempre. "Es un trabajo de mujeres, el bebé necesita sobre todo a su mamá", se justificaba.

Le pedí que se pasara una hora entera jugando con su hijo, con una consigna: prohibido huir y prohibido aburrirse. Para conseguirlo, tenía que estar atento a todo lo que sentía el pequeño, es decir, a sus emociones, sentimientos y pensamientos.

Émilien se quedó estupefacto ante la intensidad del dolor que comenzó a sentir: "Me veo a mí mismo siendo un bebé, y me parece que me da miedo descubrir que nadie me cuida".

Los padres de Émilien no le prestaban atención. No estaban por él. A su padre también le apasionaba más su trabajo que su hijo. Su madre no tenía demasiadas ganas de cogerlo en brazos, ni de ir a su lado cuando él empezaba a llorar, ni de levantarse por las noches. El pequeño Émilien se había sentido muy solo. Y como todo ello le resultaba demasiado doloroso, había enterrado su sufrimiento en el inconsciente.

Émilien nunca se rebeló contra sus padres. Ni siquiera en la adolescencia. Se fue pronto de casa de sus padres, a los diecisiete años, pero le achacó a su deseo de ser autónomo y a que la universidad estaba lejos. Después, vivió durante años en el extranjero. "No se interesaban demasiado por mí, pero como nos separaban tantos kilómetros, prefería pensar que era por la distancia y no por la falta de afecto". Y poco a poco se fue volviendo tan distante consigo mismo como sus padres lo eran como él.

Mientras permaneció soltero, pudo seguir sin darse cuenta de lo que le pasaba. Pero una vez fue padre, le resultaba demasiado doloroso ver cómo sus hijos recibían lo que a él nunca le habían dado. Sobre todo cuando nació su hijo pequeño. Se veía a sí mismo reflejado en él, y eso era superior a sus fuerzas. No quería revivir el desamparo que le produjo su soledad. Evitaba cualquier contacto con sus hijos para no arriesgarse a que sus antiguos sentimientos de abandono despertaran. Huía de la intimidad con ellos para no revivir sus carencias. En realidad, no quería huir de su hijo pequeño, sino del dolor del niño que un día fue.

Las mujeres también viven el sufrimiento provocado por la reactivación de los recuerdos inconscientes. Pero, al contrario de los hombres, tienen menos posibilidades de huir físicamente, y entonces se arriesgan a caer en la depresión.»

Isabelle Filliozat

5 de febrero de 2015

Los padres perfectos no existen

Por Ileana Medina Hernández

«Por desgracia, es mucho más fácil modificar los pensamientos que los comportamientos, sobre todo cuando estos últimos están arraigados en nuestras heridas del pasado. Entonces reorganizamos nuestras certezas para que sirvan de base a nuestros actos y acabamos diciendo, por ejemplo, que "una buena azotaina jamás ha matado a nadie"»


Isabel Filliozat es psicoterapeuta y escritora francesa,
creadora de la Escuela de Inteligencias Relacionales y Emocionales
y de los talleres para madres y padres Ateliers Filliozat
sobre parentalidad consciente y respetuosa.
Autora de los best-sellers El corazón tiene sus razones 
y El Mundo emocional del niño
No había oído hablar de Isabelle Filliozat, entre los autores que se manejan con frecuencia en el mundillo de la "crianza consciente" en España y América Latina.

Aquí como sabemos gozan de gran predicamento Gutman, González, Jové... entre los autores en castellano, y de otras lenguas son muy populares algunos libros como Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen,  El concepto continuum de Jean Liedloff, o los libros de Rebeca Wild o Naomi Aldort, por ejemplo.

Me encontré sin embargo con este título llamativo Los padres perfectos no existen. Educar a nuestros hijos sin culpabilidad en una edición de bolsillo y, como la culpabilidad es un tema que me interesa mucho, me lo traje a casa. Y me llevé una agradable sorpresa, porque está lejos de las teorías al uso que intentan autojustificarnos (cuando se habla de "sin culpa" parece que todo vale) y a la vez también lejos de las actitudes autoexigentes y militantes que solemos adoptar en los ambientes pretendidamente "conscientes". No es tampoco un tibio punto medio políticamente correcto de esos que quieren quedar bien con todo el mundo.

Filliozat reconoce la verdad: "las respuestas que damos ante los comportamientos de nuestros hijos hablan más de nuestra historia y de nuestra propia infancia que de los adultos en que nos hemos convertido" y a la vez nos invita a la aceptación, el respeto y la ternura hacia nosotros mismos como único camino para mejorar las relaciones con nuestros hijos. Su lenguaje no es tan ácido e incómodo como es el de la Gutman a veces, pero tampoco es autojustificativo, irónico ni inconscientemente desplazado como suele verse en las posturas mediáticas conductistas y "malasmadristas" que se escuchan por ahí.

Las discusiones en las redes sociales sobre los temas de maternidad, crianza, lactancia, colecho, etc... son siempre cáusticas. Son temas que no dejan indiferentes a nadie. Más allá de la postura que cada uno defiende podríamos preguntarnos y respondernos con Filliozat "¿Por qué tanto ardor? Pues porque más allá de las teorías está nuestra propia historia. (...) Admitámoslo, nuestras actitudes educativas tienen poco que ver con la ciencia, la experiencia o la razón". No actuamos según nuestros valores, sino que más bien nos construimos valores que justifiquen nuestra forma de actuar para evitar la disonancia cognitiva y la culpabilidad, explica brillantemente.

Me parece una lectura muy pertinente, en cualquier "bando" de la crianza que creas que estés. De hecho, explica muy bien por qué necesitamos posicionarnos en algún bando. Y nos ayuda a comprender ese lado oscuro que solemos ocultar: los que autojustifican la crianza autoritaria o distante hacia los hijos con algún tipo de teoría conductista, psicoanalítica, filosófica o disfrazada de humor... y los que aunque intentamos ser respetuosos con nuestros hijos a veces no somos la madre (o el padre) que deseamos ser. En cualquier caso, sin juzgar y sin culpabilizarnos.