27 de abril de 2017

"A León Werth, cuando era niño"

Autor: Renay Chinea Díaz, mi gran amigo.


Hace poco, caminaba por la arena del Mediterráneo con Pipo. En Calella de Palafrugell, pueblo antiguamente de recios pescadores, se guarda la costumbre de dejar los botes a la orilla del mar durante todo el año y Pipo, que conoce muy bien el bote de Pere, salió corriendo y se subió a él.
Ya estaba haciendo una foto con sus piecitos colgando a babor, las vetas rojas de unos cirros dorados en alto y el azul plomo de fondo, cuando se acercó un señor:
-Oiga, ustedes no pueden subirse ahí... -me dijo con la boca medio torcida y acento en catalán de Vic.
-¿Ah sí?... Pues mire usted, estamos pudiendo -respondí intentando seguir a mi rollo y olvidando el plural inculpatorio del intruso.
El sol amarillo y moribundo alumbraba a la perfección el perfil trompicorto de Pipo. Y encendía sus ojos marrones como los míos y su tez broncínea.
-Pues menuda educación le estás dando a tu hijo -me recriminó y se quedó como esperando una respuesta.
A nadie le suena hoy el nombre de León Werth, aunque siempre nos queda Google para eso. Pero una escueta y sentida dedicatoria situó a este curioso personaje, en el centro de un capítulo en la historia de la literatura.
Werth, era amigo de Antoine de Saint-Exupery desde 1931 y jamás imaginó que su joven discípulo, al publicar Le Petit Prince, catapultaba su nombre a lo más alto de la estantería literaria.
"A León Werth.
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una buena excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo.
"Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, incluso los libros para niños.
"Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Necesita ser consolada. Y si todas estas razones no son suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona mayor fue una vez. Todas las personas mayores fueron al principio niños. (Aunque pocas de ellas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria: (...)"

Es quizás la mejor dedicatoria que se haya hecho jamás a un libro aunque hay otras. Werth provenía de una familia de origen judío y no era una buena época para serlo en una Francia ocupada por los nazis. Vivía semi-oculto en las montañas de Jura, a un tiro de piedra de la frontera suiza, para cuando Antoine terminó El Principito en su apartamento de Nueva York en 1942.
La Wikipedia abunda en los porqués y porcuantos de tanta desdicha y hasta ofrece pormenores de honestidad y militancias éticas que encumbran al personaje Werth junto a copiosos datos de su obra literaria. Pero León Werth es ese escritor que jamás hemos leído y a quien Saint Exupery dedicó uno de los libros más particulares del mundo, que también iba dedicado a los niños.
La propia dedicatoria conmueve en cuanto toca esa única parte sana de la existencia que es la niñez.
José Martí, en el verano de 1889, recopilaba relatos que también entregaba a los niños en una revista llamada La Edad de Oro:
"Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz..." Decía el prefacio del primer ejemplar donde Martí le hablaba a los pequeños con la convicción de que lo escucharían los más grandes. Y contaba cuentos rusos, o anamitas... y muchos otros de la grandeza americana.
Con igual lucidez escribía Stevenson -que fue contemporáneo suyo- una dedicatoria a su obra:
"Ve librito mío y a todos desea
flores en el jardín, carne en la despensa
una jarra de vino y afán de saber
una casa con patios a su alrededor
un riachuelo junto a la puerta
y en el sicomoro un ruiseñor".

Desearle a todos que un ruiseñor les cante en el sicomoro, es también un encumbramiento feliz de la inocencia y abre un telón de dulzura a la obra del gran poeta escocés.
Dice Betty Middler, que si Kim Kardashian pretende seguir enseñándonos las maravillas de su cuerpo, en algún momento tendrá que tragarse la cámara. Y no es para menos.
En los tiempos que corren a Beyoncé y a Kim, les perdonamos todas sus manías y todo lo que hagan desde la irresponsabilidad pre-adolescente. ¡Aunque no canten, ya las tenemos posadas en el sicomoro que es el alambre de Facebook, trinando un sermón cada mañana!
Como no somos niños ni dejamos de serlo, queremos más y las redes solo sirven para alargar esa efímera primavera donde está Kardashian, ¡a quien más cuquean y más mortal es el tajo en el escote!
Pero lo de estas chicas es comprensible. Son efímeras y no están dadas a la seriedad de los sucesos. Se han negado a madurar. En otras palabras: ¡se aburren!
José Martí murió en una de las escaramuzas más nefastas de las guerras americanas después de lograr solo cuatro números de La Edad de Oro. Había dejado dicho: yo soy bueno, y como bueno, moriré de cara al sol. Y ese fue su epitafio.
Cinco años antes, en 1890, Stevenson se sintió muy enfermo y publicó "Réquiem", uno de sus más grandes poemas. Enamorado de la mujer que amaba, y asentado en Samoa, los nativos le llamaban Tusitala, en su lengua "el que cuenta cuentos", pues a menudo se reunía con los vecinos en su casa en la colina, a narrar historias.
Según las biografías, sintió un dolor muy grande y se llevó las manos al pecho, mientras preguntaba a su mujer: ¿me ves raro? Y allí yace enterrado bajo una lápida escrita con sus versos funerales:
Bajo el ancho y estrellado cielo
cavad mi fosa y dejadme descansar
Feliz he vivido y feliz he de acabar
y solo un deseo les voy a pedir:
Sean estos los versos que graben para mí:
Aquí descansa donde anheló estar
Vuelve a casa el marino, regresa del mar
y de la colina, vuelve el cazador.

Antoine de Saint Exupery murió el último día de julio del 44. Un joven piloto de la Luftwaffe, quien había vivido en Buenos Aires -y amaestrado una foca en la Patagonia- abatió su avioneta y guardó silencio durante 64 años.
Ya el señor Horst Ripper era un conocido periodista deportivo alemán de 82 años cuando prefirió no llevarse el secreto a la tumba. Entre otras cosas, confesó el arrepentimiento que sentía por haber matado a su héroe, pues en verdad admiraba a Saintex.
"Sabía admirablemente describir el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra produjo la vocación de volar en muchos de nosotros. Yo amaba el personaje. Si lo hubiera sabido jamás habría disparado. Nunca sobre él" -dijo el arrepentido Ripper, en lo más parecido a una honra fúnebre que pueda tener el gran francés..
Pero estos son tiempos de Messi y de Cristiano Ronaldo, quienes tanto se aburren que tienen ya hasta una biografía pre-biótica. ¡Una biografía de su vidas antes de vivirla! Porque ¿qué quieren mostrar esos chicos a sus cortos días? ¿Alguien imagina la biografía de Cervantes con 28 y 28 antes de escribir el Quijote?
Un paralelismo une a Kim, a Cristiano y a muchos héroes modernos: quieren ser niños. Que no se acabe la pataleta, porque la trastada de chiquilín va siendo -cada vez más- la única aventura que nos queda y la sola idea de tener alguna aventura, embelesa a una humanidad que ha dejado de ser inocente y fenece de aburrimiento y de normas absurdas.
El viejo Narcís, el padre de Pere, nunca salió de Calella. Lo más lejos que visitó fue Barcelona, a unos 111 km y a sus 90, tenía devoción con el único niño que trajo la cigüeña al pueblo, es decir, con Pipo. Por eso, de pequeño Pere lo subía a su bote y le hacía reír.
-No olvides que mi bote tiene la línea roja, ¿eh? -le decía.
Pero sigue ahí un señor disconforme con lo que sucede en el bote de la línea de flotación en rojo. Mientras tanto, Pipo otea el horizonte y lanza pequeñas piedras al gran azul.
-¿Ha sido, o ha tenido usted algún niño? -le pregunto, ya tomándomelo en serio.
-Pues los míos estan grandes y educados.
-Sí... conozco muchos de esos "educados". Fueron traumatizados en su infancia y se la pasan fumando porros, o peor, trabajando en la banca, engañando a los demás con preferentes sin fondos. -respondí algo airado.
Me apena contarlo, pero la discusión terminó mandando al imbécil para ese lugar tan cubano como la re-pinga en acento que no es de Vic.
Porque en verdad, hay un mundo que admira la inocencia, la traga pero la rechaza. Es por eso que el fútbol, la TV o las curvas de Kim, colorean un firmamento de patio de colegio y la dedicatoria más altisonante que nos puede seducir, es esa del gran Saint Exupery. Dirigida a aquel que todos fuimos: A León Werth, cuando era niño.

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